Declaraciones
de Gilles Deleuze a Hervé Guibert, Le Monde, 6 de octubre de 1983. Con
ocasión de la publicación de Cinéma-1 - L'image-mouvement-, París,
Minuit, 1983.
Fotograma de "El diablo probablemente", de Bresson.
-Su
libro anterior fue una monografía sobre Francis Bacon: ¿cómo ha pasado de la pintura
al cine? ¿En este tránsito puede adivinarse la sombra de un proyecto?
Gilles
Deleuze. No he pasado de una cosa a la otra. No creo que la filosofía sea una
reflexión sobre algo diferente, pintura o cine. La filosofía se ocupa de los
conceptos: los produce, los crea. La pintura crea cierto tipo de imágenes, con
líneas y colores. El cine crea otro tipo de imágenes, imágenes-movimiento e
imágenes-tiempo.
Pero
los conceptos mismos son imágenes, imágenes del pensamiento. Comprender un
concepto no es más fácil ni más difícil que mirar una imagen.
No
se trata de reflexionar sobre el cine, pero es normal que la filosofía produzca
conceptos que tengan resonancias en las imágenes pictóricas actuales o en las imágenes
cinematográficas, etcétera. Por ejemplo: el cine construye espacios
particulares: espacios vacíos, espacios cuyos fragmentos carecen de una
conexión fija. Pero la filosofía también se ve conducida a construir conceptos
espaciales que corresponden a los espacios del cine o a los espacios de otras
artes o de la ciencia. Hay incluso puntos de indiscernibilidad en los cuales la
misma cosa podría expresarse mediante una imagen pictórica, un modelo
científico, una imagen cinematográfica o un concepto filosófico. Y, a pesar de
todo, cada disciplina tiene su propio movimiento, sus medios, sus problemas.
-Usted
abandona progresiva o provisionalmente los objetos de estudio habituales de la
filosofía para asomarse a otros soportes... ¿más modernos?, ¿más deseables?,
¿más animados?
G.
D. Quizá no. La filosofía tiene su propio soporte, muy deseable y animado. No
creo en la muerte de la filosofía. Los conceptos no son cosas graves y
antiguas. Son entidades modernas y animadas. Pongamos un ejemplo. Maurice
Blanchot explica que en todo acontecimiento hay dos dimensiones coexistentes e
inseparables: por una parte, aquello que se hunde y se cumple en los cuerpos;
por otra parte, una potencialidad que desborda toda actualización. Así
construye, pues, un determinado concepto de acontecimiento.
Pero
puede suceder que un actor se vea obligado a "representar" un
acontecimiento en estos dos aspectos. Se podría aplicar al cine la fórmula zen:
es "La reserva visual de los acontecimientos en su justa medida". Lo
interesante de la filosofía es que propone un reparto de las cosas, una nueva
distribución: agrupa en un mismo concepto cosas que se tenían por muy
diferentes, y separa mediante conceptos otras que se tenían por muy próximas.
Ahora bien, el cine en cuanto tal es una distribución de imágenes visuales y
sonoras. Hay modos distintos de reparto que pueden coincidir.
-¿Prefiere
un cine a una biblioteca?
G.
D. Las bibliotecas son necesarias, pero en ellas uno no se encuentra a
gusto. Se supone que las salas de cine son lugares de placer. No me gusta demasiado
la multiplicación de salas pequeñas, con muchas películas que se proyectan cada
una a una hora determinada. El cine me parece inseparable de la noción que él
inventó: espectáculo permanente. Sin embargo, me gustan mucho las salas
especializadas: en comedia musical, en cine francés, en cine soviético, en cine
de acción. Recordemos que fue la sala Mac-Mahon la que impuso a Losey.
-¿Escribe
usted ante la pantalla, en la oscuridad?
G.
D. No escribo durante el espectáculo, me parece una idea extraña, pero tomo
notas lo antes que puedo en cuanto termina. Soy un espectador ingenuo. Sobre todo,
no creo en la existencia de grados: no hay un primer grado, ni un segundo ni un
tercero. Lo que es bueno en segundo grado lo es también en primer grado, y no
lo que vale en un primer grado sigue sin valer en el décimo o en el milésimo.
Todas
las imágenes son literales y hay que tomarlas literalmente. Cuando una imagen es
plana, lo último que hay que hacer es otorgarle, ni siquiera espiritualmente, una
profundidad que la desfiguraría: esto es lo difícil, captar las imágenes en sus
datos inmediatos. Y cuándo un cineasta nos indica: "Cuidado, esto es
solamente cine", se trata aún de una dimensión de la imagen que hay que
tomar al pie de la letra. Hay varias vidas, como decía Vertov, una vida para la
película, una vida en la película y la vida de la propia película, que hay que
reunir. En cualquier caso, una imagen no representa una supuesta realidad, la
imagen es en sí toda su realidad.
-¿Llora
usted en el cine?
G.
D. Llorar, o mejor, hacer llorar, como hacer reír, son funciones de tal o
cual imagen. Se puede llorar porque es demasiado bella, o demasiado intensa. Lo
único fastidioso es la famosa risa de cinèfilo propia de las filmotecas, la de
quienes ríen, como suele decirse, en segundo grado. Preferiría una sala entera
llorando a lágrima viva. Viendo Broken Blossoms de Griffith, llorar es
necesario y normal.
-Su
libro contiene veinte referencias, la mayor parte de ellas a escritos sobre el
cine. ¿No ha tenido en ningún momento la fantasía del texto original, de
colocarse en la posición del primer espectador, prácticamente solo ante la
imagen, y de escribir a ciegas, o más bien estrictamente como un vidente?
G.
D. No solamente es imposible separar una película de la historia del cine,
sino que tampoco puede aislarse de lo que se ha escrito sobre el cine. Un
aspecto del escribir consiste en decir lo que se ha visto. No hay un espectador
original, como no hay un principio ni un final. Siempre se está en mitad de las
cosas, y sólo se crea en mitad de las cosas, dando nuevas direcciones o
bifurcaciones a líneas preexistentes. Lo que usted llama videncia no es una
cualidad de la mirada del espectador sino una posible cualidad de la propia
imagen. Por ejemplo, una película puede presentarnos situaciones sensomotrices:
un personaje reacciona ante una situación. Es lo visible. Pero hay casos en los
cuales el personaje se encuentra en una situación que desborda toda posible
reacción porque es demasiado hermosa, demasiado fuerte, casi insoportable: como
la heroína de Stromboli de Rossellini. Ahí tenemos una función de
videncia, pero en la propia imagen. Los videntes son Rossellini o Godard, no el
espectador.
También
hay imágenes que no se presentan únicamente como visibles sino como legibles,
aunque sigan siendo meras imágenes. Existe todo tipo de comunicaciones visuales
entre lo visible y lo legible. Las imágenes son las que imponen al espectador el
modo de usar sus ojos y oídos. Pero el espectador no tendría más que intuiciones
vacías si no supiera apreciar la novedad de una imagen, de una serie o de una
película. Y esta novedad de un tipo de imágenes está forzosamente ligada a
cuanto la precede.
-¿Cuál
es el valor de la novedad?
G.
D. La novedad es el único criterio de toda obra. Si uno no siente que ha
visto algo nuevo, si no se tiene algo nuevo que decir, ¿para qué escribir,
pintar o coger una cámara? Es igual en filosofía: si no se inventan conceptos
nuevos, ¿para qué hacer filosofía? Sólo hay dos peligros: repetir lo que ya se
ha dicho mil veces y buscar lo nuevo por lo nuevo, por placer, en vacío. En
ambos casos se trata de copiar, copiar lo antiguo o copiar la moda. Siempre es
posible copiar a Joyce, a Céline o a Artaud, e incluso creerse mejor que ellos
porque se les copia. Pero lo nuevo, de hecho, es inseparable de aquello que se
muestra, que se dice, que se enuncia, que se hace surgir y que comienza a
existir por cuenta propia. Lo nuevo, en este sentido, es siempre lo inesperado,
pero también lo que se convierte inmediatamente en eterno y necesario.
Copiarlo, rehacerlo, carece totalmente de interés. Una gran película siempre es nueva, y eso es
lo que la hace inolvidable. Evidentemente, las imágenes cinematográficas están
firmadas. Los grandes directores de cine tienen su propia luz, sus espacios,
sus temas. No se puede confundir un espacio de Kurosawa con uno de Mizoguchi.
La violencia de Losey no puede confundirse con la de Kazan, una es violencia
estática e inmóvil, la otra es acting-out. Hay un rojo de Nicholas Ray
que no se puede confundir con el rojo de Godard...
-Habla
usted a menudo de un "problema" a propósito de la luz o de la
profundidad de campo: ¿por qué serían problemas?
G.
D. Son, por así decirlo, datos de la imagen. Pero también se habla de los
"datos" de un problema, y un problema tiene casos de solución muy
diversos en virtud de sus datos. Esto es lo nuevo: la forma de resolver de otra
manera los problemas, ante todo porque un director ha sabido plantearlos de una
forma nueva. Ninguna manera es mejor que otra. Es cuestión de creación.
Pongamos el ejemplo de la luz. Hay quienes han planteado el problema de la luz
en relación con las tinieblas. Y sin duda lo han hecho de formas variadas,
mediante dos mitades, mediante estrías, mediante el claroscuro; pese a ello,
mantenían cierta unidad que se ha denominado legítimamente
"expresionismo" cinematográfico. Nótese que este tipo de imagen
luz-tinieblas remite a un concepto filosófico, a una imagen de pensamiento: la
de una lucha o un conflicto entre el Bien y el Mal. Es evidente que el problema
cambia enteramente cuando se piensa la luz en relación con el blanco y no ya
con las tinieblas. Desde este punto de vista, la sombra deja de ser una
consecuencia, es un mundo distinto. Ya no habrá, posiblemente, dureza ni
crueldad, sino que todo será luz. Simplemente tendremos dos luces, la del sol y
la de la luna. Conceptualmente, éste es el tema de la alternancia o de la
alternativa, que sustituye al de la lucha o el conflicto. Es una
"nueva" manera de tratar la luz. Pero lo es, ante todo, porque la
naturaleza misma del problema se ha transformado. Se sigue una vía de creación,
después surge un director o un movimiento que traza otra vía, ya sea cuando la
primera está agotada o cuando aún no lo está.
-¿Ha
ido usted al cine con frecuencia? ¿En qué momento decidió escribir sobre el cine?
¿Cómo se ha construido este libro?
G.
D. Antes de la guerra era muy pequeño, pero hacia los diez años iba mucho al
cine, más que mis contemporáneos. Tengo recuerdos de películas y de actores de
aquella época. Me gustaba Danielle Darrieux, y también Saturnin Fabre, porque me
daba miedo y me hacía reír, inventó una forma de dicción. Pero tras la guerra redescubrí
el cine con mucho retraso con respecto a los demás. La evidencia del cine como
arte de creación me llegó tarde. Me sentía únicamente filósofo. Lo que me ha
llevado a escribir sobre el cine es que, desde hace mucho tiempo, arrastraba una
problemática de los signos. La lingüística me parecía incapaz de tratarlos. Llegué
al cine porque, al estar hecho de imágenes-movimiento, hace proliferar todo
tipo de signos extraños. Me pareció que reclamaba en sí mismo una clasificación
de signos que desbordaba por todas partes la lingüística. Y, sin embargo el cine
no ha sido para mí un pretexto o un dominio de aplicación. La filosofía no está
en posición de una reflexión exterior sobre los demás dominios sino en posición
de alianza activa e interior con ellos, y no es ni más abstracta ni más difícil
que ellos mismos. No he pretendido hacer una filosofía del cine sino considerar
al cine por sí mismo mediante una clasificación de los signos. Es una
clasificación móvil, que puede cambiar, que sólo vale en la medida en que deja
ver algo. Es cierto que la composición de este libro es complicada, pero ello
se debe a que su tema es difícil. He intentado escribir frases que funcionen
como imágenes, que "muestren" las grandes obras cinematográficas. Lo
que digo es muy simple: que hay un pensamiento en los grandes directores y que
hacer una película es una cuestión de pensamiento vivo, creador.
-Los
nombres de las películas o de los cineastas no están listados al final del
libro. ¿En qué punto se halla la producción del segundo tomo? ¿Qué nuevos
nombres aparecerán en él?
G.
D. Este primer tomo, La imagen-movimiento, tendría que tener por una
parte una unidad verdadera, y por otra hacer sentir que necesita una
continuación. La continuación es la imagen-tiempo: no porque se contraponga a
la imagen-movimiento sino porque la imagen-movimiento en cuanto tal no implica
más que una imagen indirecta del tiempo, producida por el montaje. El segundo
tomo debe, por tanto, considerar los tipos de imágenes que se ocupan
directamente del tiempo o que invierten la relación entre tiempo y movimiento.
Se trata de Welles, de Resnais. En el primer tomo no se dice nada de estos
autores, ni tampoco sobre Renoir, Ophülls y muchos otros. No se dice nada de la
imagen de vídeo, y muy poco del neorrealismo y la nueva ola, Godard o Rivette
solamente están apuntados. Será necesario, sin duda, un índice de autores y de
obras, pero cuando haya acabado.
-¿Ha
cambiado su percepción del cine tras haber emprendido esta obra?
G.
D. Desde luego, voy al cine con el mismo placer que antes, y no con
demasiada frecuencia. Pero lo hago en otras condiciones, de las cuales a veces
pienso que son menos puras y otras que lo son más. En efecto, a veces me
ocurre que siento una "necesidad absoluta" de ver tal o cual
película, tengo la impresión de que si no la veo no podré continuar. Luego me
resigno, me veo obligado a prescindir de ella; o bien, de pronto, la reponen.
Así es que a veces voy a ver la película y sé que, si me gusta, querré escribir
sobre ella: esto cambia las condiciones mismas de visión, y no siempre es
deseable.
-Ya
terminado el libro, y considerando el tiempo necesario para la impresión, justo
antes de su publicación, ¿hay cosas de esta temporada cinematográfica que le
hayan hecho desear volver sobre él?
G.
D. ¿Qué buena película he visto recientemente, además de obras como Ludwig,
Passion o L'Argenti He visto una película muy bella de Caroline
Roboh, Clémentine Tango, y en la televisión una producción del Michel
Rosier para el INA, Le 31 Juillet, que transcurre en una estación
durante la salida de vacaciones, y un telefilm asombroso, perfecto, el fragmento
de América de Kaflca, de Benoît Jacquot. Pero seguramente me he perdido
muchas cosas. Me gustaría ver la película de Chéreau, la de Woody Allen... EI
cine vive en un tiempo de precipitación, la velocidad es uno de sus poderes,
requiere disponibilidad. ¿Qué es lo más triste del cine? No son las largas
colas para ver películas muy malas, sino cuando un Bresson o un Rivette no
logran juntar en una sala más que algunas decenas de personas. Esto, además de
ser inquietante por sí mismo, lo es de cara al porvenir y para los autores más
jóvenes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario