«L'épuisé», Samuel Beckett, Gilles Deleuze, Quad et autres pièces pour théatre, París, Minuit, 1992.
El agotado es mucho más que el cansado. «No es sólo
cansancio, no sólo estoy cansado, a pesar de la ascensión»[1].
El cansado ya no dispone de ninguna posibilidad (subjetiva), esto es, no puede
realizar la más mínima posibilidad (objetiva). Pero esta última permanece,
porque nunca se realiza todo lo posible, e incluso éste es engendrado a medida
que es realizado. El cansado tan sólo ha agotado la realización, mientras que
el agotado agota todo lo posible. El cansado ya no puede realizar, pero el
agotado ya no puede posibilitar. «Que me pidan lo imposible, no tengo
inconveniente, ¿qué otra cosa podrían pedirme?»[2].
Ya no hay posible: un spinozismo encarnizado. ¿Agota lo posible porque está a
su vez agotado, o está agotado porque ha agotado lo posible? Se agota agotando
lo posible, y viceversa. Agota aquello que no se realiza en lo posible.
Acaba con lo posible, más allá de todo cansancio, «para acabar de nuevo».
Dios es lo originario, o el conjunto de toda posibilidad. Lo
posible no se realiza más que en lo derivado, en el cansancio, mientras que uno
está agotado antes de nacer, antes de realizarse o de realizar cualquier cosa
(«he renunciado antes de nacer»)[3].
Cuando uno realiza lo posible lo hace en función de determinados objetivos,
proyectos y preferencias: me pongo los zapatos para salir y las pantuflas para
quedarme en casa. Cuando hablo, cuando digo, por ejemplo, «es de día», el
interlocutor responde «es posible...», porque espera saber para qué tengo
intención de utilizar el día: voy a salir porque es de día...[4].
El lenguaje enuncia lo posible, pero preparándolo para una realización. Y sin duda
puedo utilizar el día para quedarme en casa; o bien puedo quedarme en casa
aprovechando otro posible («es de noche»). Pero la realización de lo posible
siempre procede por exclusión, porque supone preferencias y objetivos que
varían, reemplazando siempre a los anteriores. Estas variaciones, estas
sustituciones, todas estas disyunciones exclusivas (noche-día, salir-volver...)
cansan con el tiempo.
El agotamiento es completamente distinto: se combina el
conjunto de variables de una situación, con la condición de renunciar a todo
orden de preferencia y a toda organización de objetivos, a todo significado. Ya
no es para salir ni para quedarse en casa, y ya no se aprovechan los días o las
noches. Ya no se realiza, por más que se efectúe. Zapatos, se queda uno en
casa; pantuflas, sale. Uno no cae por ello en lo indiferenciado, o en la famosa
unidad de los contrarios, y no es pasivo: uno se activa, pero para nada. Uno
estaba cansado de algo, pero agotado por nada. Las disyunciones subsisten, e
incluso la distinción de los términos es cada vez más áspera, pero los términos
disjuntos se afirman en su distancia indescomponible, puesto que no sirven sino
para permutar. De un acontecimiento basta con mucho decir que es posible,
puesto que no ocurre sin confundirse con nada y sin abolir lo real a que
aspira. No hay más existencia que la posible. Es de noche, no es de noche;
llueve, no llueve. «Sí, he sido mi padre y he sido mi hijo»[5].
La disyunción se ha tornado en inclusiva, todo se divide, pero en sí
mismo, y Dios, el conjunto de lo posible, se confunde con Nada, de la que cada
cosa es una modificación. «Simples juegos que el tiempo juega con el espacio,
unas veces con estos juguetes y otras con aquellos»[6].
Los personajes de Beckett ponen en juego lo posible sin realizarlo, están
demasiado ocupados con un posible cada vez más limitado en su género como para
preocuparse de lo que sigue ocurriendo. La permutación de las «piedras de
succión» en Molloy es uno de los textos más célebres. Desde Murphy,
el protagonista se consagra a la combinatoria de los cinco pastelitos, pero con
la condición de haber salvado todo orden de preferencia y haber conquistado así
los ciento veinte modos de la permutabilidad total: «cautivado por tales
perspectivas, Murphy se desplomó boca abajo sobre la hierba, junto a aquellas
galletas de las que uno podía decir, con más precisión que estrellas en el
cielo, que un pedazo de una era diferente de un pedazo de otra, y cuya esencia
sólo podía asimilarse con la condición de dejar de preferir ésta a aquella»[7].
I would prefer not to, conforme a la beckettiana fórmula
de Bartleby. Y toda la obra de Beckett estará recorrida por series
exhaustivas, es decir, agotadoras, sobre todo Watt, con su serie de
equipamientos (calcetín bajo, borceguí, zapato, zapatilla), o de muebles
(cómoda-tocador-mesilla de noche-mesa de aseo, de pie-patas arriba-boca
abajo-boca arriba-de costado, cama-puerta-ventana-fuego: quince mil
disposiciones)[8].
Watt es la gran novela serial, en la que Mr. Knott, sin mayor necesidad
que la de no tener necesidades, no reserva ninguna combinación para un uso
particular que excluiría a los demás, y para la que tan sólo habría que esperar
la ocasión.
La combinatoria es el arte o la ciencia de agotar lo
posible, mediante disyunciones inclusivas. Pero sólo el agotado puede agotar lo
posible, porque ha renunciado a toda necesidad, preferencia, objetivo o
significado. Sólo el agotado es lo bastante desinteresado, lo bastante
escrupuloso. Se ve cabalmente forzado a sustituir los proyectos por tablas y
programas carentes de sentido. Lo que cuenta para él es el orden en que ha de
hacer lo que debe y conforme a qué combinaciones hacer dos cosas a la vez, si
es que hace falta, para nada. La gran aportación de Beckett a la lógica
consiste en mostrar que el agotamiento (exhaustividad) va acompañado de un
cierto agotamiento fisiológico: un poco como Nietzsche mostraba que el ideal
científico va acompañado de un especie de degeneración vital, por ejemplo en el
Hombre de la sangüijuela, el concienzudo del espíritu que quería saberlo todo
acerca del cerebro de la sangüijuela. La combinatoria agota su objeto, pero
porque su objeto está agotado a su vez. Lo exhaustivo y el exhausto (exhausted).
¿Es preciso estar agotado para consagrarse a la combinatoria, o es la
combinatoria la que nos agota, la que nos conduce al agotamiento, o ambas a la
vez, la combinatoria y el agotamiento? Encontramos de nuevo las disyunciones
inclusivas.Y tal vez se trata del haz y el envés de una misma cosa: un sentido
o una ciencia aguda de lo posible, adjunta o más bien disjunta a una fantástica
descomposición del yo. Hasta qué punto es cierto de Beckett lo que Blanchot
dice de Musil: la mayor exactitud y la disolución más extrema; el intercambio
indefinido de las formulaciones matemáticas y la persecución de lo informe o de
lo informulado[9].
Son los dos sentidos del agotamiento, son precisos los dos para abolir lo real.
Muchos autores son demasiado educados, y se contentan con proclamar la obra
integral y la muerte del yo. Pero se permanece en lo abstracto mientras no se
muestre «cómo es», cómo se hace un «inventario», errores incluidos, y cómo el
yo se descompone, hediondez y agonía incluidas: como en Malone muere.
Una doble inocencia, pues, como dice el agotado/a, «el arte de combinar o
combinatoria no es culpa mía, es una calamidad del cielo. Diría además
que no culpable»[10].
Antes incluso que un arte, es una ciencia que exige
prolongados estudios. El combinador se sienta a la mesa de estudio: «En los
bancos de un docto saber/Hasta que la ruina del cuerpo/La sangre que se degrada
lentamente/El delirio irascible/O la sombría decrepitud»[11].
No se trata de que la decrepitud o la ruina vengan a interrumpir el estudio,
sino que, por el contrario, lo efectúan, en la misma medida en que lo
condicionan y lo acompañan: el agotado permanece sentado a la mesa de estudio,
«cabeza inclinada apoyada en las manos», manos apoyadas en la mesa y cabeza
apoyada en las manos, cabeza a ras de la mesa. Postura del agotado, que retoma,
desdoblándola, Nacht und Träume. Los condenados de Beckett son la galería
más asombrosa de posturas, andares y posiciones desde Dante. Y sin duda
observaba Macmann que se sentía «mejor sentado que de pie y acostado que
sentado»[12].
Pero era una fórmula que resulta más adecuada para el cansancio que para el
agotamiento. Acostarse nunca es el final, la última palabra, es la penúltima, y
no es menor el peligro de estar lo bastante fresco para, ya que no levantarse,
sí al menos darse la vuelta o arrastrarse. Para detener al rastrero, hay que
meterle en un agujero, plantarle en una jarra en la que, no pudiendo mover más
sus miembros, tendrá que menear sin embargo algunos recuerdos. Pero el
agotamiento no se deja acostar y, una vez llegada la noche, se queda sentado a
la mesa, cabeza ahuecada sobre manos prisioneras, «Cabeza inclinada sobre manos
atrofiadas». «Sentado una noche a su mesa con la cabeza apoyada en las manos...
levantaba difunto su cabeza para ver sus difuntas manos...», «Cráneo solo en el
oscuro lugar cerrado colocado sobre una tabla...», «Las dos manos y la cabeza
forman un montoncito...»[13].
La posición más horrible consiste en esperar la muerte sentado sin poder
levantarse ni acostarse, al acecho del golpe que hará que nos levantemos por
última vez y nos acostemos para siempre. Sentado, uno no se libra, uno ya no
puede mover ni siquiera un recuerdo. A este respecto, la mecedora es aún
imperfecta, lo que es preciso es que se detenga. Tendríamos que distinguir tal
vez entre la obra acostado de Beckett y la obra sentado, solo ella última.
Sucede que, entre el agotamiento sentado y el cansancio acostado hay una
diferencia de naturaleza. El cansancio afecta a la acción en todas sus
condiciones, mientras que el agotamiento atañe tan sólo al testigo amnésico. El
sentado es el testigo alrededor del cual gira el otro, desarrollando todos los
grados del cansancio. Está allí antes de nacer, y antes de que el otro
comience. «¿Hubo un tiempo en el yo también daba vueltas así? No, siempre he
estado sentado en este mismo lugar...»[14].
Ahora bien, ¿por qué el sentado está al acecho de las palabras, de las voces,
de los sonidos?
El lenguaje nombra lo posible. ¿Cómo podría combinarse lo
que no tiene nombre, el objeto = X? Molloy se encuentra ante una fruslería
insólita, hecha de «dos X reunidos, a la altura de la intersección, por una
barra», igualmente estable e indiscernible sobre sus cuatro bases[15].
Es probable que los arqueólogos futuros, si los encuentran en nuestras ruinas,
verán en ellos, conforme a su costumbre, un objeto de culto utilizado en las
plegarias o los sacrificios. ¿Cómo entraría en una combinatoria si no tenemos
su nombre, posacubiertos? No obstante, si la combinatoria tiene la
ambición de agotar lo posible con palabras, es preciso que constituya un
metalenguaje, una lengua muy especial, tal que la relaciones de objetos sean
idénticas a las relaciones de palabras, y que las palabras no propongan
entonces lo posible con vistas a una realización, sino que den de suyo a lo
posible una realidad que le sea propia, agotable precisamente, «menor
mínimamente, no más, en marcha hacia la inexistencia como el infinito hacia el
cero»[16].
Llamemos lengua I en Beckett a esa lengua atómica, disyuntiva, segada,
entrecortada, en la que la enumeración reemplaza a las preposiciones, y las
relaciones combinatorias a las relaciones sintácticas: una lengua de los
nombres. Ahora bien, si de esta suerte uno espera agotar lo posible con
palabras, también es preciso tener la esperanza de agotar las palabras mismas;
de ahí la necesidad de otro metalenguaje, de una lengua II que ya no es
la de los nombres, sino la de las voces, que ya no procede con átomos
combinables, sino con flujos mezclables. Las voces son las ondas o los flujos
que guían y distribuyen los corpúsculos lingüísticos. Cuando uno agota lo
posible con palabras, corta y despedaza átomos, y cuando uno agota las palabras
mismas, hace que se sequen los flujos. Ese problema, el de acabar ahora con los
flujos, domina a partir de El innombrable: un verdadero silencio, no un
mero cansancio de hablar, pues «no todo consiste en guardar silencio, hay que
ver también el tipo de silencio que uno guarda...»[17].
¿Cuál sería la última palabra y cómo reconocerla?
Para agotar lo posible, hay que referir los possibilia (objetos o «chismes») a las
palabras que los designan mediante disyunciones inclusivas, en el seno de una
combinatoria. Para agotar las palabras, hay que referirlas a los Otros que las
pronuncian, o más bien las emiten, las secretan, conforme a flujos que unas
veces se mezclan y otras se distinguen. Este segundo momento, muy complejo, no
deja de tener relación con el primero: siempre habla un Otro, puesto que las
palabras no me han esperado y no hay más lengua que la extranjera; siempre es
un Otro el «propietario» de los objetos que posee hablando. Sigue tratándose de
lo posible, pero de una manera nueva: los Otros son mundos posibles, a los que las voces confieren una realidad siempre
variable, con arreglo a la fuerza que tienen, y revocable, con arreglo a los
silencios que expresan. Unas veces son fuertes y otras débiles, hasta que se
callan un momento (con un silencio de cansancio). A veces se separan e incluso
se oponen, y otras se confunden. Los Otros, es decir, los mundos posibles con
sus objetos, con sus voces, que les dan la única realidad a la que pueden
aspirar, constituyen «historias». Los Otros no tienen otra realidad que la que
su voz les da en su mundo posible[18].
Son Murphy, Watt, Mercier y todos los demás, «Mahood y consortes», Mahood y
compañía: ¿cómo acabar con ellos, con sus voces y sus historias? Para agotar lo
posible en este nuevo sentido, uno debe confrontarse de nuevo con el problema
de las series exhaustivas, con el peligro de caer en una «aporía». Habría que
conseguir hablar de ellos, pero: ¿cómo conseguirlo sin introducirse a sí mismo
en la serie, sin «prolongar» sus voces, sin volver a pasar por ellos, sin ser
por turno Murphy, Molloy, Malone, Watt... etc., y recaer sobre el inagotable Mahood?
O entonces sería preciso que yo llegara a mí, no como a un término de la
serie, sino como a su límite, yo el agotado, el innombrable, yo completamente
solo sentado en la oscuridad, devenido Worm, el «anti-Mahood», privado de toda
voz, de tal suerte que no podría hablar de mí mismo sino con la voz de Mahood y
no podría ser Worm más que deviniendo de nuevo Mahood[19].
La aporía consiste en la serie inagotable de todos los agotados. «¿Cúantos
somos finalmente? ¿Y quién habla en este momento? ¿Y a quién? ¿Y de qué?».
¿Cómo imaginar un todo que haga compañía? ¿Cómo hacer un todo con la serie,
remontando, descendiendo de dos en dos si uno habla al otro, o de tres en tres
si uno habla al otro de otro a su vez?[20]
La aporía encontrará su solución si se considera que el límite de la serie no
está en el infinito de los términos, sino tal vez en cualquier lugar, entre dos
términos, entre dos voces o variaciones de la voz, en el flujo, ya alcanzado
mucho antes de que uno sepa que la serie está agotada, mucho antes de que uno
se entere de que ya no hay posible, ya no hay historia, desde hace mucho tiempo[21].
Agotado desde hace mucho tiempo sin que uno lo sepa, sin que él lo sepa. El
inagotable Mahood y Worm el agotado, el Otro y yo, son el mismo personaje, la
misma lengua extranjera, muerta.
Así, pues, hay una lengua
III que ya no refiere el lenguaje a objetos enumerables y combinables, ni a
voces emisoras, sino a límites inmanentes que no dejan de desplazarse, hiatos,
agujeros o desgarrones de los que uno no se daría cuenta, atribuyéndolos al
mero cansancio, si no crecieran de repente para acoger algo que viene del
afuera o de otro lugar: «Hiato para cuando las palabras desaparecidas. Cuando
ya no hay manera. Entonces todo visto como sólo entonces. Desoscurecido.
Desoscurecido todo lo que las palabras oscurecen. Y así todo visto no dicho»[22].
Ese algo visto, u oído, se llama Imagen, visual o sonora, con la condición de
liberarla de las cadenas en las que las otras dos lenguas la mantenían. Ya no
se trata de imaginar un todo de la serie con la lengua I (imaginación
combinatoria, «mancillada de razón»), ni de inventar historias o inventariar
recuerdos con la lengua II (imaginación mancillada de memoria), aunque la
crueldad de las voces no deje de traspasarnos con recuerdos insoportables,
historias absurdas o compañías indeseables[23].
Es muy difícil arrancar todas esas adherencias de la imagen para alcanzar el
punto «Imaginación Muerta Imaginad». Es muy difícil hacer una imagen pura, no
mancillada, nada más que una imagen, alcanzando el punto en el que ésta surge
en toda su singularidad sin conservar nada de personal, tampoco de racional, y
accediendo al indefinido como al estado celeste. Una mujer, una
mano, una boca, unos ojos..., blanco y negro..., un poco de verde
con manchas de blanco y de rojo, un pedazo de pradera con amapolas y
borregos...: «Pequeñas escenas sí en la luz sí pero no a menudo no como si
aquello se encendiera sí como si sí... Llama a eso la vida allá arriba sí... no
son recuerdos no»[24].
Hacer una imagen,
de vez en cuando («ya está he hecho una imagen»), el arte, la pintura, la
música, ¿pueden tener otro objetivo, aunque el contenido de la imagen sea muy
pobre, muy mediocre?[25]
Una escultura de porcelana de Lichtenstein, de unos sesenta centímetros,
levanta un árbol de tronco marrón, con una bola verde, al lado de una nubecilla
y de un pedazo de cielo, a derecha e izquierda, a diferente altura: ¡qué
fuerza! Uno no pide nada más, ni a Bram van Velde ni a Beethoven. La imagen es
un pequeño ritornelo, visual o sonoro, cuando ha llegado la hora: «la hora
exquisita...». En Watt, las tres ranas entremezclan sus canciones, cada
una con su cadencia propia, Krak, Krek y Krik. Las imágenes-ritornelos corren a
través de los libros de Beckett. En Primer amor, él ve cómo vacila un
rincón del cielo estrellado, y ella canturrea en voz baja. Sucede que la imagen
no se define por lo sublime de su contenido, sino por su forma, es decir, por
su «tensión interna», o por la fuerza que moviliza para hacer el vacío o abrir
agujeros, aflojar la opresión de las palabras, secar la supuración de las
palabras, para librarse de la memoria y de la razón, pequeña imagen alógica,
amnésica, casi afásica, que a veces se mantiene en el vacío y otras se
estremece a la intemperie[26].
La imagen no es un objeto, sino un «proceso». No conocemos la potencia de tales
imágenes, por más simples que sean desde el punto de vista del objeto. Se trata
de la lengua III, no ya la de los nombres o las voces, sino las de las
imágenes, sonantes, colorantes. Lo fastidioso en el lenguaje de las palabras es
la manera en que está cargado de cálculos, de recuerdos y de historias: no
puede dejar de estarlo. Sin embargo, es preciso que la imagen pura se inserte
en el lenguaje, en los nombres y las voces. Y he ahí que unas veces será en el
silencio, en el momento en que las voces parecen haberse callado. Pero otras
veces será también a la señal de un término inductor, en la corriente de la
voz, Bing, «Bing imagen apenas casi nunca un segundo tiempo sideral azul y
blanco al viento»[27].
Unas veces es una voz anodina muy particular, como predeterminada,
preexistente, la de un Acomodador o Presentador que describe todos los
elementos de la imagen venidera, pero que carece aún de forma[28].
Por último, otras veces la voz logra vencer sus repugnancias, sus adherencias,
su mala voluntad y, arrastrada por la música, deviene habla, capaz de hacer a
su vez una imagen verbal, como en un lied, o de hacer ella misma la música y el
color de una imagen, como en un poema[29].
Así, pues, la lengua III puede reunir las palabras y las voces con las
imágenes, pero con arreglo a una combinación especial: la lengua I era la de
las novelas, que culmina con Watt; la lengua II traza sus caminos
múltiples a través de las novelas (El innombrable), baña el teatro,
estalla en la radio. Pero la lengua III, nacida en la novela (Cómo es),
atravesando el teatro (Días felices, Acto sin palabras, Catástrofe),
encuentra en la televisión el secreto de su ensamblaje, una voz pregrabada para
una imagen que cada vez va cobrando forma. Hay una especificidad de la
obra-televisión[30].
Ese afuera del lenguaje no es sólo la imagen, sino la
«vastitud», el espacio. Esa lengua III no sólo procede con imágenes, sino con
espacio. Y, del mismo modo que la imagen debe acceder a lo indefinido, estando
sin embargo completamente determinada, el espacio debe ser siempre un espacio
cualquiera, abandonado, inafectado, aunque esté geométricamente determinado en
su integridad (un cuadrado, con tales lados y diagonales, un círculo con tales
zonas, un cilindro de «cincuenta metros de perímetro y dieciséis de altura»). El
espacio cualquiera está poblado, recorrido, es incluso el mismo que poblamos y
recorremos, pero se opone a todas nuestras extensiones seudocualificadas, y se
define «sin aquí ni en otro lugar donde nunca acercarán ni se alejarán un ápice
todos los pasos de la tierra»[31].
Del mismo modo que la imagen se presenta a aquel que la hace como un ritornelo
visual o sonoro, el espacio se presenta a aquel que lo recorre como un
ritornelo motriz, posturas, posiciones y andares. Todas estas imágenes se
componen y se descomponen[32].
A los Bing que desencadenan imágenes se añaden Hop que desencadenan extraños
movimientos en direcciones espaciales. Una manera de andar es tanto un
ritornelo como una canción o una pequeña visión animada: entre otras, los
andares de Watt, que va hacia el este girando el busto hacia el norte y
lanzando la pierna derecha hacia el sur, y luego el busto hacia el sur y la
pierna izquierda hacia el norte[33].
Uno comprueba que esos andares son exhaustivos, puesto que abarcan al mismo
tiempo todos los puntos cardinales, mientras que el cuarto es evidentemente la
dirección de la que uno viene sin alejarse. Se trata de cubrir todas las
direcciones posibles, yendo sin embargo en línea recta. Igualdad de la recta y
del plano, del plano y del volumen. Lo que significa que la consideración del
espacio da un nuevo sentido y un nuevo objeto al agotamiento: agotar las
potencialidades de un espacio cualquiera.
El espacio goza de potencialidades en la medida en que hace
posible la realización de acontecimientos; así, pues, precede a la realización,
y la potencialidad pertenece de suyo a lo posible. ¿Pero no era éste a su vez
el caso de la imagen, que proponía ya una manera específica de agotar lo
posible? Se diría esta vez que una imagen, tal y como mantiene en el vacío
fuera del espacio, pero también apartada de las palabras, de las historias y de
los recuerdos, almacena una fantástica energía potencial que hace detonar
disipándose. Lo que cuenta en la imagen no es su triste contenido, sino la
furiosa energía captada y lista para estallar, que hace que las imágenes no
duren nunca mucho tiempo. Se confunden con la detonación, la combustión, la
disipación de su energía condensada. Como partículas elementales, nunca duran
mucho tiempo, y el Bing desencadena «imagen apenas casi nunca un segundo».
Cuando el personaje dice «Basta, basta de imágenes», no lo hace únicamente
porque está harto de ellas, sino porque éstas no tienen más que una existencia
efímera. «Basta de azul se acabó el azul»[34].
No se inventará una entidad que sería el Arte, capaz de hacer que la imagen
dure: la imagen dura el tiempo furtivo de nuestro placer, de nuestra mirada
(«me he pasado tres minutos ante la sonrisa del Profesor Pater, mirándole»)[35].
Hay un tiempo para las imágenes, un buen momento en el que pueden aparecer,
insertarse, romper la combinación de las palabras y el flujo de las voces, hay
una hora para las imágenes, cuando Winnie siente que puede cantar la «Hora
exquisita», pero es un momento muy próximo al final, una hora vecina a la
última. La mecedora es un ritornelo motriz que tiende hacia su propio final, y
en éste precipita todo lo posible, yendo «cada vez más rápido», «cada vez
más veloz», hasta la pronta y brusca detención[36].
La energía de la imagen es disipativa. La imagen acaba rápido y se disipa,
porque es de suyo el medio para acabar. Capta todo lo posible para hacerlo
estallar. Cuando se dice «he hecho la imagen» es que esta vez se ha acabado, ya
no hay posible. La única incertidumbre que hace que continuemos es que
incluso los pintores, incluso los músicos nunca están seguros de haber logrado
hacer la imagen. ¿Qué gran pintor no se ha dicho al morir que no había
conseguido hacer una sola imagen, por más pequeña y sencilla que fuera? En tal
caso es más bien el fin, el final de toda posibilidad lo que nos enseña que la
hemos hecho, que acabamos de hacer la imagen. Y otro tanto sucede con el
espacio: si la imagen tiene por naturaleza una duración muy breve, el espacio
tiene tal vez un lugar muy limitado, tan limitado como aquel que oprime a
Winnie, en el sentido en que Winnie dirá «la tierra es justa», y Godard
«justo una imagen». El espacio apenas hecho se contrae en un «ojo de aguja»,
como la imagen en un microtiempo: una misma oscuridad, «en fin, cierta
oscuridad que sólo puede cierta ceniza»; «Bing silencio Hop rematado»[37].
Así, pues, hay cuatro maneras de agotar lo posible;
– formar series exhaustivas de cosas,
– secar los flujos
– extenuar las potencialidades del espacio
– disipar la potencia de la imagen.
El agotado es el exhaustivo, el desecado, el extenuado y el
disipado. Las dos últimas maneras se unen en la lengua III, lengua de las
imágenes y de los espacios. Ésta permanece en relación con el lenguaje, pero se
yergue o se arma en sus agujeros, sus desviaciones o sus silencios. Una veces
opera en cuanto tal en silencio, mientras que otras se aprovecha de una voz
registrada que la presenta y, más aún, obliga a las palabras a devenir imagen,
movimiento, canción, poema. Sin duda nace en las novelas y en los relatos, pasa
por el teatro, pero efectúa su operación propia en la televisión, distinta de
las dos primeras. Quad será Espacio
con silencio y eventualmente música. Trío
del fantasma será Espacio con voz que presenta y música. ...sino las nubes... será Imagen con voz
y poema. Nacht und Träume será Imagen
con silencio, canción y música.
***
Quad, sin palabras, sin voz, es un cuadrilátero, un cuadrado. Sin embargo, está perfectamente determinado, posee
tales dimensiones, pero no tiene más determinaciones que sus singularidades
formales, vértices equidistantes y centro, ni más contenidos u ocupantes que
los cuatro personajes semejantes que lo recorren sin cesar. Es un espacio
cualquiera cerrado, globalmente definido. Los personajes mismos, pequeños y
delgados asexuados, encapuchados, no tienen más singularidades que las de
partir cada uno de un vértice como de un punto cardinal, personajes
cualesquiera que recorren el cuadrado siguiendo cada uno un curso y con arreglo
a direcciones dadas. Siempre puede asignárseles una luz, un color, una
percusión, un ruido de pasos que les distinguen. Pero es una manera de
reconocerles; no están determinados en sí mismos sino espacialmente, no
experimentan de suyo nada más que su orden y su posición. Son personajes
inafectados en un espacio inafectable. Quad
es un ritornelo esencialmente motriz, cuya música es producida por el
frotamiento de las zapatillas. Parecen ratas. La forma del ritornelo es la
serie, que ya no atañe aquí a objetos que han de ser combinados, sino
únicamente a recorridos sin objeto[38].
La serie tiene un orden, conforme al cual aumenta y disminuye, vuelve a
aumentar y a disminuir, en función de la aparición y la desaparición de los
personajes en las cuatro esquinas del cuadrado: es un canon. Tiene un curso
continuo, que sigue la sucesión de los segmentos recorridos, un lado, la
diagonal, un lado... etc. Tiene un conjunto, que Beckett caracteriza del
siguiente modo: «cuatro solos posibles, todos así agotados; seis duos posibles,
todos así agotados (dos de ellos dos veces); cuatro tríos posibles dos
veces, todos así agotados»; un cuarteto cuatro veces. El orden, el curso y
el conjunto hacen del movimiento algo tanto más inexorable cuanto mayor es su
falta de objeto, como una cinta transportadora que haría aparecer y desaparecer
los móviles.
El texto de Beckett es perfectamente claro: se trata de
agotar el espacio. Sin duda alguna los personajes se cansan, y que arrastrarán
sus pasos cada vez más. Sin embargo, el cansancio atañe sobre todo a un aspecto
menor de la empresa: el número de veces que es realizada una combinación
posible (por ejemplo, dos de los dúos son realizados dos veces; los cuatro
tríos, dos veces; el cuarteto cuatro veces). Los personajes se cansan según el
número de realizaciones. Pero lo posible es efectuado, con independencia del
número, por los personajes agotados y que lo agotan. El problema es: ¿respecto
a qué va a definirse el agotamiento, que no se confunde con el cansancio? Los
personajes realizan y se cansan en los cuatro esquinas del cuadrado, en los
lados y las diagonales. Pero efectúan y agotan en el centro del cuadrado, donde
se cruzan las diagonales. Ahí reside, podríamos decir, la potencialidad del
cuadrado. La potencialidad es un doble posible. Es la posibilidad de que un
acontecimiento a su vez posible se realice en el espacio considerado. La
posibilidad de que algo se realice, y
que algún sitio lo realice. La
potencialidad del cuadrado es la posibilidad de que los cuatro cuerpos en
movimiento que lo pueblan se encuentren, de dos en dos, de tres en tres o de
cuatro en cuatro, siguiendo el orden y el curso de la serie[39].
El centro es precisamente el sitio en el que pueden encontrarse; y su
encuentro, su colisión, no es un acontecimiento entre otros, sino la única
posibilidad de acontecimiento, es decir, la potencialidad del espacio
correspondiente. Agotar el espacio consiste en extenuar su potencialidad,
haciendo imposible todo encuentro. La solución del problema consiste, entonces,
en esa leve desencajadura central, ese contoneo, esa desviación, ese hiato, esa
puntuación, esa síncopa, regate rápido o saltito que prevé el encuentro y la
conjura. La repetición no es óbice para el carácter decisivo, absoluto, de tal
gesto. Los cuerpos se evitan respectivamente, pero evitan el centro
absolutamente. Se contonean en el centro para evitarse, pero cada uno se
contonea en solo para evitar el centro. Lo despotencializado es el espacio,
«Pista de anchura justa para que un solo cuerpo nunca dos lleguen a cruzarse»[40].
Quad se acerca a
un ballet. Las concordancias generales de la obra de Beckett con el ballet son
numerosas: el abandono de todo privilegio de la estatura vertical; la
aglutinación de los cuerpos para tenerse en pie: la sustitución de las
extensiones cualificadas por un espacio cualquiera; el reemplazo de toda
historia o narración por un «gestus» como lógica de las posturas y posiciones;
la búsqueda de un minimalismo; la implicación profunda por el baile de la
marcha y de sus accidentes; la conquista de disonancias gestuales... Resulta
normal que Beckett pida a los andarines de Quad
«una cierta experiencia del baile». No sólo las marchas lo exigen, sino el
hiato, la puntuación, la disonancia.
Se acerca también a una obra musical. Una obra de Beethoven,
«Trío del fantasma», aparece en otra pieza de televisión de Beckett a la que da
títuloa. Ahora bien, el segundo movimiento del
Trío que utiliza Beckett hace que asistamos a la composición, descomposición y
recomposición de un tema con dos motivos, con dos ritornelos. Es como el
crecimiento y la disminución de un compuesto más o menos denso sobre líneas
melódicas y armónicas, superficie sonora recorrida por un movimiento continuo
obsesionante y obsesivo. Pero hay también algo completamente distinto: una
especie de erosión central que se presenta en principio como una amenaza en los
bajos, y se expresa en el trino o la fluctuación del piano, como si se fuera a
abandonar una tonalidad por otra o por nada, agujereando la superficie,
sumergiéndose en una dimensión fantasmal en la que las disonancias tan sólo
vendrían a puntuar el silencio. Y no es otra cosa lo que Beckett subraya cada
vez que habla de Beethoven: un arte de las disonancias inaudito hasta entonces,
una fluctuación, un hiato, «una puntuación de dehiscencia», un acento puesto
por lo que se abre, se oculta y se hunde, una desviación que ya no puntúa más
que el silencio de un fin postrero[41].
Ahora bien, ¿por qué el Trío, toda vez que presenta efectivamente esos rasgos,
no llega a acompañar a Quad, con la que encaja tan bien? ¿Por qué va a
puntuar otra pieza? Tal vez porque Quad no tiene que ilustrar una música
que recibe un papel en otro lugar desarrollando de otra manera su dimensión
fantasmal.
Trío del fantasma
comprende voz y música. Atañe aún al espacio, para agotar sus potencialidades,
pero de una manera completamente distinta de Quad. Se diría que estamos en un principio ante una extensión
cualificada por los elementos que la ocupan: el suelo, las paredes, la puerta,
la ventana, el camastro. Pero esos elementos son desfuncionalizados, y la voz
los nombra sucesivamente mientras que la cámara los muestra en primer plano,
partes grises rectangulares homogéneas homólogas de un mismo espacio,
distinguidas tan sólo por los matices de gris: en el orden de sucesión, una muestra del suelo, una muestra de la pared, una puerta sin picaporte, una ventana opaca, un camastro visto desde arriba. Esos objetos en el espacio son
estrictamente idénticos a partes del espacio. Se trata, pues, de un espacio
cualquiera, en el sentido definido anteriormente, completamente determinado,
pero está localmente determinado, y no globalmente como en Quad: una sucesión de franjas grises iguales. Se trata de un
espacio cualquiera en fragmentación, mediante primeros planos, tal y como
Robert Bresson indicaba su vocación fílmica: la fragmentación «es indispensable
si no se quiere caer en la representación [...] Aislar las partes. Hacerlas
independientes al objeto de darles una nueva dependencia»[42].
Desconectarlas para una nueva conexión. La fragmentación es el primer paso de
una despotencialización del espacio por vía local.
Desde luego, el espacio global viene dado en primer lugar,
en un plano general. Pero incluso ahí no es como en Quad, donde la cámara está fija y sobrealzada, exterior al espacio
en plano fijo, que opera necesariamente de modo continuo. Desde luego, un
espacio global puede ser agotado tan sólo con el poder de una cámara fija,
inmóvil y continua, operando con un zoom. Un caso célebre es Wavelenght, de Michael Snow: el zoom de
cuarenta y cinco minutos explora un espacio rectangular cualquiera, y rechaza
los acontecimientos a medida de su progresión dotándoles tan sólo de una
existencia fantasmal, por ejemplo en sobreimpresión negativa, hasta que va a
dar a la pared del fondo adornada con una imagen de mar vacía en la que todo el
espacio se abisma. Se trata, se ha dicho, de «la historia de la disminución
progresiva de una pura potencialidad»[43].
Pero, además de que a Beckett no le gustan los procedimientos especiales, las
condiciones del problema desde el punto de vista de una reconstrucción local
exigen que la cámara sea móvil, con travellings, y discontinua, con cortes sin
empalme: todo es anotado y cuantificado. Sucede que el espacio del Trío
sólo está determinado en tres lados, este, norte y oeste, mientras que el sur
está constituido por la cámara como pared móvil. No se trata del espacio
cerrado de Quad, con una sola potencialidad central, sino de un espacio
con tres potencialidades, la puerta en el este, la ventana en el norte, el
camastro en el oeste. Y, como se trata de partes de espacio, los movimientos de
cámara y los cortes constituyen el paso de una a otra, y su sucesión, sus
sustituciones, todas esas franjas grises que componen el espacio conforme a las
exigencias del tratamiento local. Pero también (y esto es lo más profundo de Trío)
todas esas partes se sumergen en el vacío, cada una a su manera, de tal suerte
que cada una hace que suba el vacío en el que se sumergen, mientras la puerta
se entreabre sobre un pasillo oscuro, la ventana da a una noche lluviosa, el
camastro completamente liso que muestra su propio vacío. De esta suerte, el
paso y la sucesión de una parte a otra no hacen sino conectar o empalmar
insondables vacíos. Tal es la nueva conexión, propiamente fantasmal, o el
segundo paso de la despotencialización. Que corresponde a la música de
Beethoven cuando ésta llega a puntuar el silencio, y cuando una «pasarela de
sonidos» ya no conecta más que «abismos de silencio insondables»[44].
En particular el Trío, en el que la fluctuación y el trémolo indican ya los
agujeros de silencio por los que pasa la conexión sonora, a costa de
disonancias.
La situación es ésta: una voz de mujer grabada,
predeterminada, predictiva, cuya fuente está fuera de campo, anuncia murmurando
que el personaje «va a creer que oye cómo se acerca la mujer». Sentado en un
taburete cerca de la puerta y sosteniendo un magnetófono, el personaje se
levanta, deja el aparato y como un vigilante nocturno o un centinela
fantasmales, se acerca a la puerta, luego a la ventana y luego al camastro. Hay
repeticiones, vueltas a la posición sentada, y la música sólo sale del
magnetófono cuando el personaje está sentado, inclinado sobre el aparato. Esta
situación general no deja de mostrar semejanzas con Eh Joe, que es la primera pieza de Beckett para televisión. Pero
las diferencias con el Trío son aún
mayores. La voz femenina no presentaba los objetos, ni estos se confundían con
partes de espacio planas y equivalentes: además de la puerta y de la ventana,
había un armario empotrado que introducía una profundidad interior en la
habitación, mientras que la cama tenía unos bajos, en vez de ser un camastro
colocado en el suelo. El personaje estaba acorralado, y la función de la voz no
consistía en nombrar y anunciar, sino en recordar, amenazar, perseguir. Se
trataba aún de la lengua II. La voz tenía intenciones, entonaciones, evocaba
recuerdos personales insoportables para el personaje, y se hundía en esa
dimensión conmemorativa, sin poder elevarse a la dimensión fantasmal de un
impersonal indefinido. Tan sólo el Trío
lo consigue: una mujer, un hombre y un niño, sin ninguna coordenada personal.
De Eh Joe al Trío se produce una especie de depuración vocal y espacial que hace
que la primera pieza tenga más bien un valor preparatorio e introduzca a la
obra de televisión y no forme parte plenamente de la obra (no es reproducida
aquí)[45].
En el Trío la voz murmurante ha devenido neutra, velada, sin intención,
sin resonancia, y el espacio ha devenido cualquiera, sin bajos ni profundidad,
sin más objetos que sus propias partes. Se trata del último paso de la despotencialización,
un doble paso, puesto que la voz agota lo posible al mismo tiempo que el
espacio extenúa sus potencialidades. Todo indica que es la misma mujer la que
habla desde fuera y la que podría surgir en ese espacio. Entre las dos, sin
embargo, la voz fuera de campo y el puro campo de espacio, está la escisión,
línea de separación, como en el teatro griego, el No japonés o el cine de los
Straub y de Marguerite Duras[46].
Sucede como si se interpretara simultáneamente una pieza radiofónica y una
película muda: nueva forma de disyunción inclusiva. O más bien es como un plan
de separación en el que se inscriben, por un lado, los silencios de la voz y,
por el otro, los vacíos del espacio (cortes sin empalme). En este plano del
fantasma se abalanza la música, conectando los vacíos y los silencios, conforme
a una línea de cresta como un límite al infinito.
Los tríos son numerosos: la voz, el espacio, la música; la
mujer, el hombre y el niño; las tres posiciones principales de la cámara; la
puerta en el este, la ventana en el norte, el camastro en el oeste, tres
potencialidades del espacio... La voz dice: «ahora va a creer que oye cómo se
acerca la mujer». Pero no debemos pensar que tiene miedo y se se siente
amenazado; así sucedía en Eh Joe,
pero ya no es el caso. Tampoco desea ni espera a la mujer, por el contrario.
Tan sólo espera el final, el final postrero. Todo el Trío está organizado para acabar, el final tan deseado está muy
próximo: la música (ausente en Eh Joe),
la música de Beethoven es inseparable de una conversión al silencio, de una
tendencia a la abolición en los vacíos que conecta. A decir verdad, el
personaje ha extenuado todas las potencialidades del espacio, toda vez que ha
tratado las tres fuentes como simples partes semejantes y ciegas flotando en el
vacío: ha hecho imposible la llegada de
la mujer. Hasta el camastro es tan insulso que da fe de su vacío. Sin
embargo, ¿por qué el personaje vuelve a comenzar, mucho después de que la voz
haya dejado de hablar, por qué regresa a la puerta, a la ventana, a la cabecera
del camastro? Lo hemos visto, porque el final habrá sido mucho antes de que él pueda saberlo: «todo continuará
por sí solo, hasta que llegue la orden de detenerlo todo»[47].
Y cuando surge el pequeño mensajero mudo, no es para anunciar que la mujer no
vendrá, como si se tratara de una mala noticia, sino para anunciar la orden tan
esperada de detenerlo todo, una vez que todo ha terminado bien. Al menos el
personaje tenía un medio de presentir que el final estaba muy próximo. La
lengua III no sólo comprende el espacio, sino también la imagen. Ahora bien, la
habitación posee un espejo, que desempeña un gran papel, y se distingue de la
serie puerta-ventana-camastro puesto que no es visible desde la «posición
cámara plano general» y no interviene en las presentaciones del principio; por
otra parte, será emparejada con el magnetófono («pequeño rectángulo gris,
mismas dimensiones que magnetófono»), y no con las tres cosas. Es más, cuando
el personaje se acerca al mismo por primera vez, sin que podemos verlo aún, es
la única vez que la voz predictiva se sorprende, desprevenida: «¡Ah!»; y cuando
al final vemos el espejo, en la posición más cercana a la cámara, surge la
Imagen, es decir, el rostro del personaje abominable. La imagen abandonará su
soporte y se hará flotante en primer plano, mientras que el segundo movimiento
del Trío consuma sus últimos compases amplificados. El rostro forma una
sonrisa, asombrosa sonrisa pérfida y astuta de alguien que llega a la meta de
su «delirio exasperado»: ha hecho la imagen[48].
El Trío va del
espacio a la imagen. El espacio cualquiera pertenece ya a la categoría de
posibilidad, porque sus potencialidades hacen posible la realización de un
acontecimiento a su vez posible. Pero la imagen es más profunda, porque se
despega de su objeto para ser de suyo un proceso, es decir, un acontecimiento
como posible, que ni siquiera tiene que realizarse en un cuerpo o un objeto:
algo así como la sonrisa sin gato de Lewis Carroll. De ahí el esmero con el que
Beckett hace la imagen: ya en Eh Joe
el rostro sonriente aparecía en imagen, pero sin que pudiera vérsele la boca,
de tal suerte que la pura posibilidad de sonreír residía en los ojos, y en las
dos comisuras mirando hacia arriba, mientras que el resto no queda recogido en
el plano. Una horrible sonrisa sin boca. En ...sino
las nubes..., el rostro femenino «casi no tiene cabeza, un rostro sin
cabeza suspendido en el vacío»; y en Nacht
und Träume, el rostro soñado está casi conquistado por la ropa que enjuga
su sudor, como un rostro de Cristo, y flota en el espacio[49].
Pero, si es cierto que el espacio cualquiera no se separa de un habitante que
extenúa sus posibilidades, con mayor razón la imagen permanece inseparable del
movimiento mediante el cual ella misma se disipa: el rostro se inclina, se
desvía, se borra o se deshace como una nube, como un humo. La imagen visual se
ve arrastrada por la música, imagen sonora que corre hacia su propia abolición.
Ambas se encaminan con rapidez hacia el final, una vez agotado todo posible.
El Trío nos
conducía del espacio a las puertas de la imagen. Pero ...sino las nubes... penetra en el «santuario»: el santuario es el
lugar en el que el personaje va a hacer la imagen. O, más bien, dentro de una
vuelta a las teorías post-cartesianas de Murphy,
hay ahora dos mundos, uno físico y otro mental, uno corporal y otro espiritual,
uno real y otro posible[50].
El físico parece hecho de una extensión cualificada, con una puerta a la
izquierda que da a unos «caminos vecinales» y por la que el personaje sale y
vuelve a entrar; a la derecha un cuchitril en el que se cambia de ropa y arriba
un santuario en el que se adentra y desaparece. Pero todo ello no existe más
que en la voz que es la del personaje mismo. Lo que vemos, por el contrario, es
tan sólo un espacio cualquiera, determinado como un círculo rodeado de negro,
cada vez más oscuro a medida que uno se acerca a la periferia, cada vez más
claro cuando uno se acerca al centro: la puerta, el cuchitril y el santuario no
son más que direcciones en el círculo, oeste, este, norte y lejos en el sur,
fuera del círculo, la cámara inmóvil. Cuando va en una dirección, el personaje
tan sólo se sume en la oscuridad; cuando está en el santuario, aparece
tan sólo en plano medio corto, de espaldas, «sentado en un taburete invisible,
encorvado sobre una mesa invisible». Así, pues, el santuario no tiene más que
una existencia mental; es un «gabinete mental», como decía Murphy, y responde a
la ley de los inversos tal y como la despeja Murphy: «todo movimiento en ese
mundo del espíritu exigía en el mundo del cuerpo un estado de reposo». La
imagen es eso precisamente: no una representación de objeto, sino un movimiento
en el mundo del espíritu. La imagen es la vida espiritual, la «vida allá
arriba» de Cómo es. Uno sólo puede agotar las alegrías, los movimientos
y las acrobacias de la vida del espíritu si el cuerpo permanece inmóvil,
acurrucado, sentado, sombrío, agotado a su vez: es lo que Murphy llamaba «la
connivencia», el acorde perfecto entre la necesidad del cuerpo y la del
espíritu, el doble agotamiento. El tema de ...sino las nubes... es esa
necesidad del espíritu, esa vida allá arriba. Lo que cuenta ya no es el espacio
cualquiera, sino la imagen mental a la que conduce.
Desde luego, no es fácil hacer una imagen. No basta pensar
en algo o en alguien. La voz dice: «Cuando pensaba en ella..., No... No, no es
exacto...». Es precisa una oscura tensión intelectual, una intensio segunda o tercera, como decían los autores de la Edad
media, una evocación silenciosa que sea también una invocación e incluso una
convocatoria, y una revocación, puesto que eleva la cosa o la persona al estado
de indefinido: una mujer... «Invoco
ante el ojo del espíritu», exclamaba Willie[51].
Novecientas noventa y ocho veces de cada mil, se fracasa y no aparece nada. Y
cuando se consigue, la imagen sublime invade la pantalla, rostro femenino sin
contorno, que unas veces desaparece de repente, «de un tirón», otras se demora
antes de desaparecer, y otras murmura algunas palabras del poema de Yeats. De
todas maneras, la imagen responde a las exigencias de Mal visto Mal dicho, Mal
visto Mal oído, que reinan en el reíno del espíritu. Y, en tanto que movimiento
espiritual, no se separa del proceso de su propia desaparición, de su
disipación, prematura o no. La imagen es un resuello, un aliento, pero
expirante, en vías de extinción. La imagen es lo que se apaga, se consume, una
caída. Es una intensidad pura, que se define como tal por su altura, es decir,
su nivel por encima de cero, que no describe sino cayendo[52].
Del poema de Yeats se retiene la imagen visual de nubes que pasan en el cielo y
se deshacen en el horizonte, y la imagen sonora del piar de un pájaro que se
extingue en la noche. En este sentido la imagen concentra una energía potencial
que acarrea en su proceso de autodisipación. Anuncia que el final de lo posible
está próximo, para el personaje de ...sino las nubes..., así como para
Winnie, que sentía un «céfiro», un «hálito» justo antes de la noche eterna, de
la noche oscura sin salida. Ya no hay imagen, tampoco espacio: más allá de lo
posible no hay más que lo oscuro, como en el tercer y último estado de Murphy,
donde el personaje ya no se mueve como espíritu, sino que ha devenido un átomo
indiscernable, abúlico, «en la oscuridad de la libertad absoluta»[53].
Es la palabra del final, «ya no hay manera».
Toda la última estrofa del poema de Yeats encaja con ...sino las nubes...: los dos agotamientos
para producir el final que se lleva al Sentado. Pero el encuentro de Beckett
con Yeats va más allá de esta pieza; esto no significa que Beckett reanude el
proyecto de reintroducción del No como realización en el teatro. Pero las
convergencias de Beckett con el No, por más que involuntarias, suponen tal vez
el teatro de Yeats, y se manifiestan por su cuenta en la obra de televisión[54].
Lo que se ha llamado un «poema visual», un teatro del espíritu que no se
propone desarrollar una historia, sino armar una imagen; las palabras que
sirven de decorado para una red de trayectos en un espacio cualquiera; la
extrema minuciosidad de esos trayectos, medidos y recapitulados en el espacio y
en el tiempo, en comparación con lo que debe permanecer indefinido en la imagen
espiritual; los personajes como «supermarionetas», y la cámara como personaje
que tiene un movimiento autónomo, furtivo o fulgurante, antagónico con respecto
al movimiento de los otros personajes; el rechazo de los medios artificiales
(ralenti, sobreimpresión, etc.) considerados inadecuados para los movimientos
del espíritu...[55].
Sólo la televisión satisface, a los ojos de Beckett, tales exigencias.
Hacer la imagen es de nuevo la operación de Nacht und Träume, pero esta vez el
personaje no tiene voz para hablar y no oye, tampoco puede moverse, sentado
cabeza vacía sobre manos atrofiadas, «ojos cerrados como platos». Se trata de
una nueva depuración, «Ya no hay manera de menos. Ya no hay manera peor. Ya no
hay manera de nada. Ya no hay manera otra vez»[56].
Se ha hecho de noche, y él va a soñar. ¿Hemos de creer que se duerme? Antes
creer a Blanchot cuando declara que el sueño traiciona a la noche, porque
establece una interrupción entre dos días, permitiendo que el siguiente suceda
al anterior[57].
Solemos contentarnos distinguiendo el ensueño diurno, o sueño despierto, del
sueño que hacemos dormidos. Pero se trata de cansancio y de reposo. Dejamos
escapar así el tercer estado, acaso el más importante: el insomnio, el único
que se adecua a la noche, y el sueño de insomnio, que es una cuestión de
agotamiento. El agotado es aquel que tiene los ojos abiertos como platos. Se
soñaba mientras uno dormía, pero se sueña al lado del insomnio. Los dos
agotamientos, el lógico y el fisiológico, «la cabeza y los pulmones», como dice
Kafka, se citan a nuestras espaldas. Kafka y Beckett apenas se parecen, pero
tienen en común el sueño insomne[58].
En el sueño del insomnio, no se trata de realizar lo imposible, sino de agotar
lo posible, ya sea dándole un máximo de extensión que permite tratarlo como un
real diurno despierto, al estilo de Kafka, o bien, como Beckett, reduciéndolo a
un mínimo que le somete a la nada de una noche sin poder dormir. El sueño es el
guardián del insomnio, para impedir que duerma. El insomnio es la bestia
agazapada que se extiende tan lejos como los días y que se encoge tan fuerte
como la noche. Terrorífica postura del insomnio.
El insomne de Nacht
und Träume se prepara para lo que tiene que hacer. Está sentado, las manos
apoyadas sobre la mesa, la cabeza apoyada sobre las manos: un simple movimiento
de las manos que se pondrían sobre la cabeza, o al menos se soltarían, es una
posibilidad que no puede aparecer más que en el sueño, como un taburete
volador... Pero ese sueño es preciso hacerlo.
El sueño del agotado, del insomne, del abúlico, no es como el sueño que se
tiene dormido y que se hace por sí solo en la profundidad del cuerpo y del
deseo, es un sueño del espíritu, que debe ser hecho, fabricado. Lo «soñado», la
imagen, será el mismo personaje en la misma posición sentada, invertida, perfil
izquierdo en lugar de perfil derecho, y por encima del soñador; pero, para que
las manos soñadas se desprendan como imagen será preciso que otras manos, de
una mujer, revoloteen y levanten la cabeza, la abreven en un cáliz, la enjuguen
con un paño, de tal suerte que, la cabeza ahora levantada, el personaje soñado
pueda tender sus manos hacia una de aquellas que condensan y dispensan la
energía en la imagen. Parece que esta imagen alcanza una intensidad
desgarradora, hasta que la cabeza vuelve a caer sobre tres manos, mientras que
la cuarta se posa en el cráneo. Y cuando la imagen se disipa, juraríamos oír
una voz: lo posible se ha efectuado, «ya está he hecho la imagen». Pero no hay
voz que hable, como tampoco la había en Quad.
No hay más que la voz de hombre que tararea y canturrea los últimos compases
del modesto ritornelo arrebatado por la música de Schubert, «Dulces sueños
regresad... », una vez antes de la aparición de la imagen, una vez después de
su desaparición. La imagen sonora, música, releva a la imagen visual, y abre el
vacío o el silencio del final postrero. Esta vez es Schubert, que tanto amaba
Beckett, el que opera un hiato o salto, una especie de desencajamiento de un
modo muy diferente del de Beethoven. La voz melódica monódica es la que salta
fuera del apuntalamiento armónico reducido al mínimo, para emprender una
exploración de las intensidades puras que se experimenta en la manera en que se
extingue el sonido. Un vector de abolición cabalgado por la música.
En su obra de televisión, Beckett agota dos veces el
espacio, y dos veces la imagen. Beckett ha soportado cada vez menos las
palabras. Y la razón por la cual debía soportarlas cada vez menos la conocía
desde el principio: la dificultad particular de «abrir agujeros» en la
superficie del lenguaje, para que aparezca por fin «lo que está agazapado
detrás». Uno puede hacerlo sobre la superficie de la tela pintada, como
Rembrandt, Cézanne o Van Velde, sobre la superficie del sonido, como Beethoven
o Schubert, a fin de que surja el vacío o lo visible en sí, el silencio o lo
audible en sí; pero «¿hay una sola razón para que la superficie de la palabra,
espantosamente tangible, no pueda ser disuelta?»[59].
No se trata tan sólo de que las palabras mientan; están tan cargadas de
cálculos y de significados, y de tantas intenciones y recuerdos personales, de
viejas costumbres que las cimentan, que su superficie apenas mermada vuelve a
cerrarse. Apabulla. Nos encarcela y nos ahoga. La música llega a transformar la
muerte de esta muchacha en una muchacha muere, opera esa extrema
determinación de lo indefinido como intensidad pura que horada la superficie,
como en el «Concierto a la memoria de un ángel». Pero las palabras no pueden
hacerlo, con sus adherencias que las mantienen en lo general o en lo particular.
Carecen de esa «puntuación de dehiscencia», ese «des-enlace» que viene de un
mar de fondo propio del arte. Es la televisión la que, por una parte, permite a
Beckett superar la inferioridad de las palabras: ya sea arreglándoselas sin
palabras habladas, como en Quad y en Nacht und Träume; ya sea
utilizándolas para enumerar, presentar o servir de decorado, lo que permite
aflojarlas e introducir entre ellas cosas o movimientos (Trío del fantasma,
...sino las nubes...); ya sea seleccionando algunas palabras aisladas
con arreglo a un intervalo o un compás, mientras que el resto pasa en un
murmullo apenas audible, como al final de Eh Joe; ya sea recogiendo
algunas en la melodía que les da la puntuación de la que carecen, en Nacht
und Träume. En la televisión, sin embargo, es algo completamente distinto
de las palabras, música o visión, lo que viene así a aflojar su
opresión, a alejarlas o incluso a descartarlas completamente. Así, pues, ¿no
hay ninguna salvación de las palabras, como un nuevo estilo en el que por fin
las palabras se apartarían de sí mismas, en el que el lenguaje deviene poesía,
al objeto de producir efectivamente las visiones y los sonidos que permanecían
imperceptibles detrás del antiguo lenguaje («el viejo estilo»)? Visiones o
sonidos, ¿cómo distinguirlos?, tan puros y tan simples, tan fuertes, que se les
llama mal visto mal dicho, cuando las palabras se revientan y se agitan
por sí mismas para mostrar su propio afuera. Música propia de la poesía leída
en voz alta y sin música. Beckett, desde el principio, reclama un estilo que
procedería a la vez mediante perforación del tejido («a breaking down and
multiplication of tissue»). Se elabora a través de las novelas y el teatro,
aflora en Cómo es, y estalla en el esplendor de los últimos textos. Y se
trata unas veces de breves segmentos que se añaden sin cesar en el interior de
la frase para tender a romper totalmente la superficie de las palabras, como en
el poema Cómo es:
«locura visto lo –
lo –
cómo decir –
esto –
este esto –
esto de aquí –
todo este esto de
aquí –
locura dado todo lo –
visto –
locura visto todo
este esto de aquí de –
de –
cómo decir –
ver –
creer entrever –
querer creer entrever
–
locura de querer
creer entrever en ello qué –
[...]»[60].
Y otras veces se trata de saetas que acribillan la frase
para reducir sin cesar la superficie de las palabras como en el poema Rumbo a peor:
«Lo mejor menor. No. Nada lo mejor. Lo mejor peor. No. No lo
mejor peor. Nada no lo mejor peor. Menos mejor peor. No. Lo menos. Lo menos
mejor peor. Lo menor nunca no puede ser nada. Nunca a la nada puede ser
devuelto. Nunca por la nada anulado. Inanulable menor. Decir ese mejor peor.
Con palabras que reducen decir el menor mejor peor [...] Hiato para cuando las
palabras desaparecidas»[61].
Traducción de Raúl Sánchez
Cedillo
[2] L’innommable , p. 105.
[4] Cfr. Brice
Parain, Sur la dialectique,
Gallimard : el lenguaje «no dice lo que es, dice lo que puede ser... Si
uno dice “está tronando”, en el campo le responden: “es posible, puede ser”...
Cuando digo que es de día, no lo hago en modo alguno porque sea de día...
[sino] porque tengo una intención que realizar, que me es propia, y a la cual
el día sirve tan sólo de ocasión, de pretexto o de argumento» (pp. 61, 130).
[6] Watt , p. 75.
[7] Murphy , p. 73.
[8] Watt , pp.
208-209, 212-214. François Martel ha llevado a cabo un estudio muy riguroso de
la ciencia combinatoria, de las series y disyunciones en Watt: «Jeux formels dans Watt»,
Poétique, núm. 10, 1972. Cfr. Malone meurt, p. 13 : «Todo se
divide en sí mismo».
[9] Blanchot, Le
livre à venir, Gallimard, p. 211. La exacerbación del sentido
de lo posible es un tema constante en El
hombre sin atributos.
[10] Assez (Têtes-mortes,
p. 36).
[11] Cfr. el poema de Yeats que inspira la pieza para televisión ...sino las nubes... [el original inglés
dice «testy delirium» y conforme al mismo traducimos (N. del T.)].
[12] Malone meurt , p. 129.
[13] Cap au pire , p. 15 ; Soubresauts, pp. 7, 13 ; Pour finir encore, pp. 9, 48.
[14] L’innommable , p. 12.
[16] Mal vu mal dit , p. 69.
[17] L’innommable, p. 44. Cfr. Edith
Fournier, Samuel Beckett; Revue d’esthétique, Ed. Privat, p. 24 : «Beckett golpea en los lugares
precisos, ni la frase ni la palabra, sino su oleada: su grandeza consiste en
haber sabido pararla...».
[18] Aquí la gran «teoría» de L’innommable
parece caer en un círculo. De ahí la idea de que las voces de los personajes
remiten tal vez a «amos» diferentes de los personajes mismos.
[19] L’innommable , pp. 103 ss.
[20] Comment c’est , p. 146, y Compagnie.
[21] L’innommable , p. 169.
[22] Cap au pire, p. 53. Y ya una carta de 1937 escrita en alemán (Disjecta..., Ed. Calder, Londres):
«Visto que no podemos eliminar el lenguaje de repente, al menos no debemos
desperdiciar nada de cuanto pueda contribuir a su descrédito. Abrir agujeros en
el mismo, uno tras otro, hasta el momento en que aquello que está agazapado
detrás, sea algo o nada en absoluto, empiece a supurar a su través» (Cap au pire dirá, por el contrario: «sin
supuración»).
[23] A menudo la
imagen no logra desprenderse a duras penas de una imagen-recuerdo, sobre todo
en Compagnie. Y a veces la voz está
animada por una voluntad perversa de imponer un recuerdo particularmente cruel:
es el caso de la pieza para televisión Dis
Joe (Comédie et actes divers).
[24] Comment c’est
, p. 119 (y, sobre un poco de azul y un poco de blanco, y la «vida allá
arriba», pp. 88, 93, 96).
[25] L’image, p. 18 (Y Comment c’est, p. 33 : «una bella
imagen bella quiero decir por el movimiento el color...»).
[26] Le monde et le
pantalon , p. 20 (y sobre los dos tipos de imágenes, en Bram y Geer van
Velde, imagen petrificada e imagen temblorosa).
[27] Bing
(Têtes-mortes) : Bing inicia un murmuro o un silencio, la mayoría de
las veces acompañados de una imagen.
[28] Cfr. la voz en
la pieza para televisión Trío del
fantasma. En Catástrofe, la voz
del Ayudante y la del Director se responden para describir la imagen que hay
que hacer, y para hacerla.
[29] En Palabras y música (pieza radiofónica, Comédie et actes divers), asistimos a la
mala voluntad de Palabras, demasiado unida a la reiteración machacona del
recuerdo personal, que se niega a seguir la música.
[30] La obra de
televisión incluye las cuatro piezas publicadas aquí (Trío del fantasma, 1975; ...sino
las nubes..., 1976; Nacht und Träume,
1982; Quad, 1982), así como Eh Joe, 1965, publicada en Comédie. Más tarde veremos por qué esta
primera pieza no ha sido recuperada aquí.
[32] Ya en los
animales, los ritornelos no se componen de gritos y cantos, sino de colores,
posturas y movimientos, como comprobamos en los marcajes de territorio y los
desfiles nupciales. Esto también se aplica a los ritornelos humanos. Félix
Guattari ha estudiado el papel de los ritornelos en la obra de Proust («Les
ritournelles du temps perdu», L’inconscient
machinique, ed. Encres, 1979): por ejemplo, la combinación de la frasecilla
de Vinteuil con colores, posturas y movimientos.
[33] Watt , p. 32.
[35] Le monde et le pantalon , p. 20.
[36] Murphy , p. 181.
[37] Pour finir encore , p. 16 ;
y Bing (Têtes mortes, p. 66).
[38] En las novelas como Watt, la
serie podía ya introducir movimientos, pero en relación con objetos o
comportamientos.
[39] Molloy y El innombrable comprenden, desde sus primeras páginas, una
meditación sobre el encuentro de dos cuerpos.
[40] Pour finir encore et autres foirades , p. 53.
[41] Dream of Fair to
Middling Women, 1932, y la carta de 1937 a Axel Kaun (Disjecta). Beckett subraya en
Beethoven «una puntuación de dehiscencia, fluctuaciones, la coherencia
deshecha...». André Bernold ha comentado estos textos de Beckett sobre
Beethoven en un bellísimo artículo: «Cupio dissolvi, note sur Beckett
musician», Détail, Atelier de la
Fondation Royaumont, núm. 3-4, 1991. Los musicólogos que analizan el segundo
movimiento del trío de Beethoven señalan las figuraciones en trémolo del piano,
que dan paso a un finale «que se arroja directamente hacia la mala tonalidad y
allí se detiene» (Anthony Burton).
[43] P. A. Sitney, «Le film structurel», Cinéma, théorie, lectures, Ed. Klincksieck, p. 342 :
sobre la película de Snow. Antes de Snow, Beckett llevó a cabo una operación
análoga, pero en condiciones puramente radiofónicas: Cendres. El personaje, al que oímos caminar sobre los guijarros
cerca del mar, evoca ruidos-recuerdos que responden a su llamada. Pero no
tardan en dejar de responder, una vez agotada la potencialidad del espacio
sonoro, y el rumor del mar lo engulle todo.
[44] Cfr. Disjecta. Y, sobre la puntuación, la
conexión musical de los silencios y la conversión de la música al silencio,
cfr. André Bernold, cit., pp. 26, 28.
[46] La escisión voz-imagen visual puede tener
consecuencias opuestas: en Beckett, se trata de una despotencialización del
espacio, pero en los Straub o Marguerite Duras es, por el contrario, una
potencialización de la materia. Una voz se alza para hablar de lo que ha pasado
en el espacio vacío, actualmente presentado. Voces se alzan para hablar de un
antiguo baile que había tenido lugar en la misma sala que el baile mudo
presentado hoy. La voz se alza para evocar lo que está oculto en la tierra como
un potencial todavía activo.
[48] «Delirio
exasperado» aparece en el poema de Yeats de ...sino
las nubes...
[49] Jim Lewis, el operador de Beckett para todas las piezas de televisión
realizadas en Stuttgart, habla de los problemas técnicos correspondientes de
los tres casos (Revue d’esthétique,
p. 371 ss.). Sobre todo para Eh Joe
Beckett quería que las comisuras de los labios se elevaran en la imagen un
cuarto de centímetro, y no medio.
[50] Se trata del gran capítulo VI de Murphy,
«Amor intellectualis quo Murphy se ipsum amat», pp. 81-85.
[51] Oh les beaux jours, p. 80. Se trata de una fórmula
tomada de Yeats («Ah, pozo del gavilán», Empreintes,
junio de 1978, p. 2). Encontramos fórmulas parecidas en Klossowski: «En lugar
de llamar al espíritu de Roberte, se ha producido lo contrario... De resultas
de ello Roberte se torna en objeto de un puro espíritu...» (Roberte ce soir, Ed. de Minuit,
p. 31). Por su
parte, Klossowski reúne la invocación y la revocación, en referencia a las
voces, las respiraciones.
[52] El problema de la disipación de la imagen, o de la
Figura, aparece en términos muy próximos en la pintura de Bacon.
[53] Murphy , cit., pp. 84-85.
[54] Sobre «Yeats et le Nô», el artículo de Jacqueline Genet, que establece
paralelismos con Beckett : W. B.
Yeats, L’Herne. Sobre las eventuales relaciones de Beckett con el No, cfr. Cahiers Renaud-Barrault, núm. 102, 1981.
[55] En Film (Comédie et actes divers) la cámara cobra a lo sumo un movimiento antagonista ;
pero el cine necesita más «efectos especiales» que la televisión (cfr. el
problema técnico de Film, p. 130.) y
el control de la imagen es en aquel mucho más difícil.
[57] Blanchot, L’espace littéraire, París, Gallimard,
p. 281 : «la noche, la esencia de la noche no nos deja dormir».
[58] Cfr. Kafka, Préparatifs de noce à la campagne,
París, Gallimard, p. 12 : «Ni siquiera tengo que ir al campo, no hace
falta. Mando allí mi cuerpo vestido. [...] Porque yo, yo estoy acostado durante
ese tiempo en mi cama, bien cubierto con una manta de color pardo, expuesto al
aire que entra por la puerta entreabierta» [ed. cast.: «Preparativos de boda en
el campo», Carta al padre y otros
escritos, Madrid, Alianza, 1999]. Asimismo, en el número de Obliques, cfr. el texto de Groethuysen:
«Han permanecido despiertos durante el sueño; han mantenido los ojos abiertos
mientras dormían... Es un mundo sin sueño. El mundo del durmiente despierto.
Todo es claro, de una claridad espantosa...».
[60] «Comment dire» (Poèmes)
[citamos la traducción castellana de Jenaro Talens, Obra poética completa, Madrid, Hiperión, 2000 (N. del T.)].
1 comentario:
Muchas gracias por la traducción. Muy interesante
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