Cahiers
du Cinéma, n° 380, febrero de 1986,"pp. 25-32. Este texto, corregido
por Deleuze, fue el resultado de una mesa redonda con Alain Bergala, Pascal
Bonitzer, Marc Chevrie, Jean Narboni, Charles Tesson y Serge Toubiana con
ocasión de la publicación de Cinéma 2: límage-temps, París, Minuit, 1985
{trad. cast. Cine 2: la imagen tiempo, Barcelona, Paidós, 1986].
Fotograma de "Stalker", de Andrei Tarkovski
Cahiers.
¿Cómo entró el cine en su vida, tanto en cuanto espectador como en cuanto filósofo?
¿Cuándo empezó a gustarle y cuándo empezó a pensar que era un dominio digno de
la filosofía?
Gilles
Deleuze.
Mi experiencia es privilegiada, porque he tenido dos períodos muy
separados. Antes de la guerra, cuando era un niño, iba muy a menudo al cine; el
cine tenía, me parece, una estructura familiar, había salas de abonados, como
la Pleyel, se podía mandar a los niños solos, yo no tenía elección con respecto
al programa, y podía ser tanto Harold Lloyd o Buster Keaton como Les croix
de bois, que me angustiaba, o la reposición de Fantomas, que me daba
mucho miedo. Sería interesante investigar cuántas de aquellas salas han
desaparecido, en barrios concretos: han surgido nuevas salas, pero muchas han
desaparecido.
Luego,
después de la guerra, volví al cine, pero de otra manera. Era estudiante de
filosofía, y no era tan simple como para querer hacer una filosofía del cine,
pero estaba impresionado por un hallazgo: me gustaban los autores que
reclamaban la introducción del movimiento en el pensar, el
"verdadero" movimiento (denunciaban la dialéctica hegeliana como un
movimiento abstracto). ¿Cómo no ir al encuentro con el cine, que introducía en
la imagen el "verdadero" movimiento? No se trataba de aplicar la filosofía
al cine, sino que se iba directamente de la filosofía al cine. Y al contrario
también, se iba directamente del cine a la filosofía. Algo extraño me
impresionó en el cine: su inesperada aptitud para manifestar, no ya el comportamiento
sino la vida espiritual (al mismo tiempo que sus comportamientos aberrantes);
la vida del espíritu no es el sueño o la fantasía, que siempre fueron callejones
sin salida para el cine, sino más bien el dominio de la decisión en frío, del entendimiento
absoluto, de la elección existencial. ¿Cómo puede el cine ser tan apropiado
para investigar la vida del espíritu? De aquí puede salir lo peor, un
catolicismo, un sulpicismo propiamente cinematográfico, pero también lo mejor, Dreyer,
Sternberg, Bresson, Rossellini, Rohmer hoy día. Es curioso el modo como Rohmer asigna al cine el estudio de las distintas
esferas de la existencia, la existencia estética en La coleccionista, la
existencia ética en La buena boda, la existencia religiosa en Mi
noche con Maud: se aproxima a Kierkegaard, que ya mucho antes del cine
experimentó la necesidad de escribir mediante extrañas sinopsis. En suma, el
cine no se limita a introducir el movimiento en la imagen, lo introduce también
en el alma. La vida espiritual es el movimiento del espíritu. Se pasa con toda
naturalidad de la filosofía al cine, pero también del cine a la filosofía.
El
cerebro es la unidad. El cerebro es la pantalla. No creo que el psicoanálisis o
la lingüística sean de gran ayuda para el cine. Pero sí, por el contrario, la
biología del cerebro, la biología molecular. El pensamiento es molecular, hay velocidades
moleculares que componen esta clase de seres lentos que somos. La frase es de
Michaux: "El hombre es un ser lento que sólo es posible gracias a
velocidades fantásticas". (Henri Michaux, Les Grandes épreuves de
l'esprit, París, Gallimard, 1966, p. 33 [trad, cast., Las grandes pruebas
del espíritu, Barcelona, Tusquets, 1985].
Los
circuitos y encadenamientos cerebrales no preexisten a los estímulos, corpúsculos
o granos que los trazan. El cine no es un teatro, compone los cuerpos con
granos. Los encadenamientos son a menudo paradójicos, y desbordan por todas partes
las meras asociaciones de imágenes. El cine, precisamente porque pone la imagen
en movimiento, o más bien la dota de automovimiento, no deja de diseñar y
rediseñar circuitos cerebrales. Y también aquí puede resultar lo mejor o lo peor.
La pantalla, es decir, nosotros mismos, puede ser un cerebelo deficiente de un
idiota o un cerebro creador. Sea el caso de los clips: su poder residía
en sus nuevas velocidades, en nuevos encadenamientos y re-encadenamientos, pero
antes incluso de haber llegado a desarrollar ese poder ya se han convertido en
tics y en muecas penosos y en rupturas distribuidas de cualquier manera. El mal
cine siempre comporta circuitos hechos de bajeza cerebral, violencia y sexualidad
en lo representado, una mezcla de crueldad gratuita y de debilidad organizada.
El verdadero cine se eleva hasta otra violencia, otra sexualidad, moleculares,
no localizables: los personajes de Losey, por ejemplo, son comprimidos de
violencia estática, tanto más violentos cuanto menos se mueven. Estas historias
de velocidades del pensamiento, precipitaciones o petrificaciones, son
inseparables de la imagen-movimiento: véase la velocidad de Lubitsch, el modo
como introduce en la imagen verdaderos razonamientos, relámpagos, la vida del
espíritu.
El
encuentro entre dos disciplinas no tiene lugar cuando una se pone a reflexionar
sobre otra sino cuando una de ellas se percata de que debe resolver por su
cuenta y con sus medios propios problemas similares a los que se plantean en la
otra. No es difícil concebir que, en momentos diferentes, en ocasiones y
condiciones diferentes, diversas ciencias se vean afectadas por problemas
semejantes, así como la pintura, la música, la filosofía, la literatura y el cine.
Se trata de las mismas sacudidas que afectan a terrenos completamente
diferentes. No hay más crítica que la comparativa (y la crítica de cine se
malea cuando se encierra en el propio cine como en un gueto), porque toda obra
de cualquier dominio es, en sí misma, autocomparativa.
Godard
ha afrontado la pintura en Passion, y la música en Nombre: Carmen, y hace
un cine serial, pero también un cine de la catástrofe, en un sentido que corresponde
a la concepción matemática de René Thom. No hay obra que no tenga su comienzo o
su continuación en otras artes. Si he podido escribir sobre el cine no ha sido
invocando un derecho a la reflexión, sino porque los problemas filosóficos me
han llevado a buscar respuestas en el cine, a pesar de que estas respuestas supongan
nuevos problemas. Todo trabajo se inscribe en un sistema de relevos.
Cahiers.
Lo que nos llama la atención en sus dos libros sobre el cine es algo que ya estaba
presente en sus libros anteriores, pero nunca hasta este extremo, la taxonomía,
el gusto por la clasificación. ¿Se trata de una disposición que usted tenía
desde siempre o le ha sobrevenido en el curso de su existencia? ¿Tiene la
clasificación un vínculo particular con el cine?
G.
Deleuze.
Sí, no hay cosa más divertida que las clasificaciones, las tablas.
Es como el esqueleto de un libro o su vocabulario, su diccionario. No es lo
esencial, que viene después, pero es un trabajo preparatorio indispensable. Lo
más hermoso son las clasificaciones de la historia natural. La obra de Balzac
está construida a partir de clasificaciones asombrosas. Borges propuso una
clasificación china de los animales que hacía las delicias de Foucault:
pertenecientes al emperador, embalsamados, domésticos, lechones, sirenas,
etcétera. Todas las clasificaciones son de este género: son móviles, sus
criterios varían con los casos, son retroactivas y remodelables, ilimitadas.
Algunas casillas están muy pobladas, otras están vacías. En una clasificación
se trata siempre de reunir cosas en apariencia muy diferentes, y de separar
otras aparentemente próximas. Es la formación de los conceptos. Se dice a veces
que "clásico", "romántico", o bien "nouveau
román" o "neorrealismo" son abstracciones insuficientes. Yo
creo que se trata de categorías bien fundadas siempre que se remitan, no a
formas generales, sino a signos o síntomas singulares. Una clasificación
siempre es una sintomatología, se clasifican signos para extraer de ellos un
concepto que se presenta como acontecimiento, no como una esencia abstracta.
A
este respecto, las diferentes disciplinas son verdaderamente materias
signaléticas. Las clasificaciones varían según su materia pero también se
solapan según las afinidades variables entre materias. Debido a que mueve y
temporaliza la imagen, el cine es una materia muy particular y a la vez posee
un alto grado de afinidad con otras materias pictóricas, musicales,
literarias... El cine no ha de comprenderse como un lenguaje sino como una
signalética.
Por
ejemplo: he intentado hacer una clasificación de las luces en el cine. Está la luz
como medio físico compuesto cuya composición da el blanco, una especie de luz
newtoniana que se encuentra en el cine americano y quizá también, de otra manera,
en Antonioni. Luego está la luz de Goethe, como fuerza indescomponible que
escapa a las tinieblas y saca a las cosas de la sombra (expresionismo, pero, ¿no
están también de este lado Ford o Welles?). Y hay aún una tercera luz, que ya no
se define tanto por su enfrentamiento a las sombras como por su contraposición a
lo blanco, considerando ahora lo blanco como opacidad (es otro aspecto de Goethe,
es Sternberg). También hay una luz que no se define por composición ni por
contraposición sino por alternancia, por producción de figuras lunares (es la luz
de la escuela francesa de antes de la guerra, y en especial la de Epstein y
Grémillon, quizá aún la de Rivette en nuestros días: y está próxima a los
conceptos y las prácticas de Delaunay). Y la lista no debe cerrarse, porque
siempre pueden crearse nuevos acontecimientos de la luz, como por ejemplo hace
Godard en Passion. Y lo mismo habría que decir para una clasificación
abierta de los espacios del cine: se podrían distinguir los espacios orgánicos
o englobantes (el western, pero también Kurosawa, que confiere al
englobante una amplitud inmensa); las líneas de universo funcionales (el neo-western,
pero sobre todo Mizoguchi); los espacios llanos de Losey, terrazas,
acantilados o mesetas, que en sus dos últimas películas le han llevado a
descubrir el espacio japonés; los espacios desconectados, los empalmes indeterminados
al modo de Bresson; los espacios vacíos a la manera de Ozu o de Antonioni; los
espacios estratigráficos, que valen por aquello que recubren hasta el punto de
que se "lee" el espacio, como en los Straub; los espacios topológicos
de Resnais, etcétera. Y, también aquí, hay tantos espacios como inventores.
Y
las luces se combinan de forma muy variada con los espacios. En todos los
casos, se ve que estas clasificaciones de signos luminosos o espaciales son
características del cine y sin embargo remiten a otros dominios, ciencias o
artes, Newton o Delaunay, que las usan en otro orden, en otros contextos y
relaciones, con otras divisiones.
Cahiers.
Hay una "crisis" de la noción de autor en el cine. El discurso actual
en el cine podría ser éste: "Ya no hay autores, todo el mundo es autor, y
los que quieren serlo son unos capullos".
G.
Deleuze.
Hoy día existen muchas fuerzas que se han propuesto negar la
existencia de toda diferencia entre lo comercial y lo creativo. Cuanto más se
niega esta distinción más divertido, inteligente y enterado es uno. De hecho,
esto simplemente traduce una exigencia del capitalismo, la rotación rápida.
Cuando los publicitarios nos explican que la publicidad es la poesía del mundo
moderno, esta proposición desvergonzada olvida que no hay ningún arte que se
proponga componer o revelar un producto que responde a las expectativas del
público. Aunque sea chocante e incluso aunque quiera serlo, la publicidad
responde a una expectativa supuesta. Por el contrario, ei arte produce
necesariamente lo inesperado, lo no reconocido, lo irreconocible. No hay arte
comercial, es un contrasentido. Hay, ciertamente, artes populares. También hay
artes que necesitan más o menos inversiones financieras, hay un comercio de las
artes, pero no artes comerciales. Lo que parece complicarlo todo es que la
misma forma le sirve al creativo y al comercial.
Lo
vemos ya en el caso de la forma-libro: es la misma para la colección Harlequin
(Colección lanzada en 1978 en Francia por la editorial del mismo nombre,
especializada —según su propia publicidad- en "conflictos pasionales
intensos que contraponen a héroes viriles y heroínas idealistas en un universo de
lujo y sofisticación, y que tienen un desenlace feliz". En la actualidad
comprende once subcolecciones diferentes especializadas en distintas clases de
romances.) y para una novela de Tolstoi. Cuando se ponen a competir un
libro de entretenimiento y una gran novela, por fuerza tiene que ganar el libro
de entretenimiento o el best-seller en un mercado único de
rotación rápida o, lo que es peor, será el primer tipo de libros el que
pretenderá tener las cualidades del segundo, que se convertirá en su rehén. Así
ocurre en la televisión, donde el juicio estético se convierte en "es
sabroso", igual que una comida, o en "es imparable", como un
penalti en el fútbol. Es una promoción a la baja, una igualación de toda la
literatura con el consumo de masas. "Autor" es una función que remite
a la obra de arte (y, en otras condiciones, al crimen). Para los demás
productos hay otros nombres, también respetables, redactores, programadores,
realizadores, productores... Los que dicen "hoy ya no hay autores"
suponen que habrían sido capaces de reconocer a los de ayer cuando todavía no
eran conocidos. Esto es pura vanidad. El arte sólo puede subsistir bajo las
condiciones de un doble sector, de una distinción siempre actual entre lo
comercial y lo creativo.
Los Cahiers
han contribuido de forma importante a establecer esta distinción en el
propio cine, y a mostrar lo que es un autor de películas (incluso aunque se
trate de un dominio en el cual hay también productores, redactores, agentes
comerciales, etcétera). Paini
(Ensayista y estudioso de las artes visuales, Dominique Paini ha sido
director de la filmoteca del Louvre, de la filmoteca francesa y del área de
cultura del centro Georges Pompidou de Paris, así como presidente de la
comisión de ayuda selectiva a la videoedición. Es también autor de un libro de
testimonios gráficos sobre Deleuze: Deleuze, un álbum, Paris, Editions
du Centre Pompidou, 2005) ha dicho
recientemente cosas muy interesantes acerca de todos estos temas (En una
entrevista en los Cahiers du Cinéma, n° 357, marzo de 1984).
Hoy
nos las damos de listos negando la distinción de lo comercial y lo creativo: y
es que hay interés en hacerlo. Es difícil hacer una obra, pero es fácil
encontrar los criterios. No hay obra, por breve que sea, que no implique una
gran empresa o una larga duración interna (por ejemplo, la empresa de relatar
los recuerdos de familia no es una gran empresa). Una obra es siempre la
creación de espacios y tiempos nuevos (no se trata de contar una historia en un
espacio y un tiempo determinados, es preciso que los ritmos, las luces, los
espacio-tiempos se conviertan ellos mismos en verdaderos personajes). Una obra
está llamada a hacer surgir los problemas y las preguntas en que estamos
metidos, no a darles respuesta.
Una
obra es una nueva sintaxis, lo que es mucho más importante que el vocabulario y
forja una lengua extranjera dentro de la lengua. En el cine, la sintaxis son
los encadenamientos y re-encadenamientos de imágenes, pero también las relaciones
entre imágenes visuales y sonidos (hay un vínculo íntimo entre ambos aspectos).
Si hubiera que definir la cultura, habría que decir que no se trata de
conquistar un dominio difícil o abstracto sino de percatarse de que las obras
de arte son mucho más concretas, alegres, conmovedoras, que los productos
comerciales: hay en las obras de creación una multiplicación de la emoción, una
liberación de la emoción, invención de nuevas emociones, que se distinguen de
los modelos emotivos prefabricados por el comercio. Lo vemos singularmente en
Bresson, en Dreyer: son incluso los maestros de una nueva comicidad. La
cuestión del cine de autor consiste ciertamente en garantizar la distribución
de las películas existentes, que no pueden soportar la competencia con el cine
comercial porque requieren otra duración, pero también consiste en hacer
posible la creación de películas que aún no existen. Quizá el cine no ha
llegado a ser aún lo suficientemente capitalista. Hay circuitos dinerarios de
duración muy distinta: también habría que distinguir, en la inversión
cinematográfica, entre la larga, la corta y la media duración.
En
el caso de la ciencia, el capitalismo ha llegado a distinguir perfectamente el
interés de la investigación fundamental.
Cahiers.
Hay en su libro una tesis aparentemente "escandalosa" que se opone a todo
cuanto se ha escrito sobre el cine y que concierne justamente a la imagen-tiempo.
El análisis filmológico siempre ha aceptado como argumento que, en una
película, aunque haya flash-back, sueños, recuerdos o incluso escenas
anticipatorias, cualquiera que sea el tiempo evocado el movimiento siempre se
realiza ante nosotros y en presente. Sin embargo, usted afirma que la imagen
cinematográfica no está en el presente.
G.
Deleuze.
Es curioso, en efecto, porque a mí me parece evidente que la
imagen cinematográfica no está en presente. Lo que está en el presente es
aquello que la imagen cinematográfica "representa", pero no la imagen
en cuanto tal. La propia imagen es un conjunto de relaciones de tiempo de las
cuales el presente solamente se deriva, ya sea como mínimo común múltiplo o
como mínimo común divisor. Las relaciones de tiempo nunca se ven en la
percepción ordinaria, sino que están en la imagen cuando es creadora. La imagen
hace sensibles, visibles, las relaciones de tiempo irreductibles al presente.
Por ejemplo, una imagen nos muestra a un hombre que sigue el curso de un río, en
un paisaje de montaña: hay al menos tres "duraciones" coexistentes,
tres ritmos, y la relación de tiempo es la coexistencia de estas duraciones en
la imagen, que no se confunde en absoluto con el presente en el cual se
representa la imagen. Este es el sentido en el que Tarkovski rechaza la
distinción entre plano y montaje, porque define el cine por la "presión
del tiempo" en el plano. (Andrei Tarkovski, "De la figure
cinématográphique" [De la figura cinematográfica], Positif, n"
249, diciembre de 1981.)
Esto se evidencia con ejemplos: una naturaleza
muerta de Ozu, un travelling de Visconti, una profundidad de campo de
Welles. Si nos quedamos en lo representado, es una bicicleta inmóvil, o una
montaña, o es un coche, o un hombre, que recorren un espacio. Pero, desde el
punto de vista de la imagen, la naturaleza muerta de Ozu es la forma del tiempo
que no cambia en cuanto tal, aunque todo cambie en ella (relación de aquello
que es en el tiempo con el tiempo). Del mismo modo, el coche de Sandra, en la
película de Visconti, se hunde en el pasado y, al mismo tiempo, se ve cómo
recorre un espacio en el presente. Esto no tiene nada que ver con el flash-back
ni con el recuerdo, porque el recuerdo no es más que un presente antiguo,
mientras que el personaje de la imagen se hunde literalmente en el pasado o
emerge del pasado. Como regla general, en cuanto un espacio deja de ser
"euclidiano", en cuanto hay creación de espacios a la manera de Ozu,
de Antonioni o de Bresson, el espacio deja de dar cuenta de sus propios
caracteres, que remiten a relaciones temporales. Resnais es seguramente uno de
los autores cuyas imágenes están menos en el presente, porque se apoya
enteramente en la coexistencia de duraciones heterogéneas. La variación de las
relaciones de tiempo es el tema mismo de Je t'aime Je faime, con
independencia de ioáo fíash-hack. ¿Qué es un "fallo de
raccord" o una disyunción entre el ver y el hablar, como en los Straub o
en Marguerite Duras, o la pantalla emplumada de Resnais, los cortes en negro o
en blanco de Garrel? Es, en cada uno de los casos, "un poco de tiempo en
estado puro" (Referencia al "tiempo recobrado" de Proust) no un presente. El cine no reproduce los cuerpos,
los produce con granos que son granos de tiempo. Cuando se dice que el cine ha
muerto, esto es algo particularmente estúpido, porque el cine está solamente en
los comienzos de una exploración de las relaciones entre el sonido y lo visual,
que son relaciones temporales, y está renovando completamente su relación con
la música. La enorme inferioridad de la televisión consiste en que se queda con
las imágenes en el presente, lo presentifica todo, salvo cuando es manejada por
grandes cineastas. La idea de una imagen en presente sólo califica las obras
mediocres o comerciales. Es una idea completamente falsa, es incluso el tipo
mismo de una falsa evidencia. Hasta donde yo sé> sólo Robbe-Grillet la ha
recogido; pero lo ha hecho precisamente con una diabólica malicia. Es uno de
los pocos autores que producen efectivamente imágenes en presente, pero
mediante relaciones de tiempo muy complejas que son característicamente suyas.
Es la prueba viviente de que estas imágenes son difíciles de crear si no nos
contentamos con lo representado, y de que no se trata en absoluto de un dato
natural de la imagen.
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