Prólogo a la traducción inglesa de "Nietzsche y la Filosofía"
Por Gilles Deleuze (1983)
The Mask (Paul Klee)
Para un libro francés el ser traducido al inglés es siempre una aventura envidiable. Debería dar ocasión al autor para imaginar la manera en la que querría ser recibido por un lector potencial de quien se siente a la vez muy próximo y muy lejano. Dos ambigüedades han pesado sobre el destino póstumo de Nietzsche: ¿se trataba de la prefiguración de un pensamiento ya fascista? ¿Era filosofía? ¿No se trataba más bien de una poesía violenta, demasiado violenta, de aforismos caprichosos, de fragmentos demasiado patológicos? Probablemente estos malentendidos han tenido en Inglaterra su culminación. Tomlinson sugiere que los temas principales a que se enfrentaba Nietzsche^ contra los cuales combatía, el racionalismo al estilo francés y la dialéctica alemana, nunca tuvieron en el pensamiento inglés una importancia esencial. Teóricamente, los ingleses tenían un empirismo y un pragmatismo que no hacían necesario el recurso a Nietzsche, a los tan peculiares empirismo y pragmatismo de Nietzsche, dirigidos contra la cordura. De este modo, la influencia de Nietzsche en Inglaterra podía ejercerse sobre novelistas, poetas o dramaturgos: se trataba de una influencia práctica, afectiva más que filosófica, lírica más que teórica...
Sin embargo, Nietzsche es uno de los más grandes filósofos del siglo XIX. Y también cambia la teoría y la práctica de la filosofía. Compara al pensador con una flecha lanzada por la Naturaleza que otro pensador recoge de donde ha caído para lanzarla más lejos. Según él, el filósofo no es ni eterno ni histórico sino "intempestivo", siempre intempestivo. Nietzsche no tiene apenas predecesores. Salvo los antiguos presocráticos, sólo reconoce un antecedente, Spinoza.
La filosofía de Nietzsche se organiza en dos grandes ejes. Uno concierne a la fuerza, a las fuerzas, y configura una semiología general. Los fenómenos, las cosas, los organismos, las sociedades, las conciencias y los espíritus son signos o más bien síntomas, y remiten en cuanto tales a estados de fuerzas. De ahí la concepción del filósofo como "fisiólogo y médico". Dada una cosa, ¿qué estado de fuerzas exteriores e interiores supone? Nietzsche ha construido toda una tipología que distingue fuerzas activas, fuerzas activadas y fuerzas reactivas, y analiza sus combinaciones variables. En especial, la asignación de un tipo de fuerzas específicamente reactivas constituye uno de los puntos más originales del pensamiento nietzscheano. Este libro intenta definir y analizar las diferentes fuerzas. Esta semiología general comprende la lingüística, o más bien la filología, como uno de sus sectores. Una proposición en sí misma es un conjunto de síntomas que expresan una manera de ser o un modo de existencia de quien habla, es decir, el estado de fuerzas que alguien mantiene o intenta mantener consigo mismo y con los demás (nótese, a este respecto, el papel que desempeñan las conjunciones). Una proposición remite siempre, en este sentido, a un modo de existencia, a un "tipo" Dada una proposición, ¿cuál es el modo de existencia de^quien la pronuncia? ¿Qué modo de existencia hay que llevar para poder pronunciarla? El modo de existencia es el estado de fuerzas en la medida en que forma un tipo expresable mediante signos y síntomas.
Los dos grandes conceptos humanos reactivos, de acuerdo con el "diagnóstico" de Nietzsche, son los de resentimiento y mala conciencia. El resentimiento y la mala conciencia expresan el triunfo de las fuerzas reactivas en el hombre, incluso la constitución del hombre a partir de fuerzas reactivas: el hombre esclavo. Esto explica hasta qué punto la noción nietzscheana de "esclavo" no designa necesariamente a alguien dominado, ya sea por el destino o por su condición social, sino que cualifica igualmente a los dominantes y a los dominados cuando el régimen de dominación pasa por fuerzas reactivas y no por fuerzas activas. Los regímenes totalitarios son, en este sentido, regímenes de esclavos, no solamente por la sumisión a que someten al pueblo sino sobre todo por el tipo de "amos" que erigen. Una historia universal del resentimiento y de la mala conciencia, desde el sacerdote judío y el cristiano hasta el sacerdote laico actual, es esencial al perspectivismo histórico de Nietzsche (los textos presuntamente antisemitas de Nietzsche son en realidad textos sobre el tipo original del sacerdote).
El segundo eje concierne a la potencia, y configura una ética y una ontología. Los malentendidos sobre Nietzsche culminan en la potencia. Cada vez que se interpreta la voluntad de poder en el sentido de "querer o buscar el Poder" se cae en mediocridades que nada tienen que ver con el pensamiento de Nietzsche. Si toda cosa remite a un estado de fuerzas, el Poder designa el elemento o más bien la relación diferencial de las fuerzas presentes. Esta relación expresa cualidades dinámicas del tipo "afirmación", "negación"... El poder, por tanto, no es aquello que la voluntad quiere sino, al contrario, lo que quiere en la voluntad. Y "querer o buscar el poder" no es más que el grado más bajo de la voluntad de poder, su forma negativa o el aspecto que adquiere cuando las fuerzas reactivas se apoderan de ella en tal estado de cosas. Uno de los caracteres más originales de la filosofía de Nietzsche consiste en haber transformado la pregunta "¿qué es...?" en la pregunta "¿quién es...?". Por ejemplo, dada una proposición, ¿quién es capaz de enunciarla? Y es preciso aún desprenderse de toda referencia "personalista". "Quién" no remite nunca a un individuo, a una persona, sino más bien a un acontecimiento, es decir, a las fuerzas que se encuentran en tal relación en una proposición o en un fenómeno, y a la relación genética que determina a esas fuerzas (poder). "Quién" es siempre Dionisos, una máscara o un aspecto de Dionisos, un relámpago.
El malentendido que pesa sobre el Eterno Retorno no es menor que el que afecta a la voluntad de poder. Cada vez que comprendemos el Eterno Retorno como retorno de una combinación (cuando ya se han producido todas las demás combinaciones), cada vez que interpretamos el Eterno Retorno como retorno de lo Idéntico o de lo Mismo, también aquí suplantamos el pensamiento de Nietzsche mediante hipótesis pueriles. Nadie ha llevado-más lejos que Nietzsche la crítica de toda identidad. En el Zaratustra, Nietzsche niega dos veces explícitamente que el Eterno Retorno sea un círculo que haga retornar lo Mismo. El Eterno Retorno es estrictamente lo contrario, ya que es inseparable de una selección, de una doble selección. Por una parte, selección del querer o del pensar, que constituye la ética de Nietzsche: no querer más que aquello con respecto a lo cual se quiere al mismo tiempo su eterno retorno (eliminación de todo querer a medias, de todo aquello que sólo puede quererse diciéndose: "Sólo por esta vez, una vez nada mas..."). Por otra parte, selección del Ser, que constituye la ontología de Nietzsche: sólo vuelve, sólo es apto para volver aquello que deviene en el sentido más pleno de la palabra. Sólo vuelven la acción y la afirmación: el Ser se dice del devenir y le pertenece únicamente a él. Lo opuesto al devenir, lo Mismo o lo Idéntico, en sentido estricto, no es. Lo negativo como grado inferior del poder, lo reactivo como grado inferior de la forma, es lo que no vuelve, porque es lo opuesto al devenir que constituye el Ser único. Se aprecia así, por tanto, que el Eterno Retorno no está vinculado a una repetición de lo Mismo sino, por el contrario, a una transmutación. Es el instante o la eternidad del devenir que elimina todo aquello que se le resiste. Desprende, o más bien crea, lo puramente activo y la afirmación pura. Y el superhombre no tiene otro contenido, es el producto común de la voluntad de Poder y del Eterno Retorno, Dionisos y Ariadna. Por eso dice Nietzsche que la voluntad de Poder no consiste en querer, en ambicionar o en buscar, sino únicamente en "dar", en "crear". Y este libro se propone ante todo analizar lo que Nietzsche llama el Devenir.
Pero más aún que sobre análisis conceptuales, la pregunta de Nietzsche se sostiene ante todo sobre evaluaciones prácticas que requieren por parte del lector toda una atmósfera, toda una serie de disposiciones afectivas. Nietzsche siempre defendió la existencia de una profunda relación entre el concepto y el afecto, a la manera de Spinoza. Los análisis conceptuales son indispensables, y Nietzsche los lleva más lejos que ningún otro. Pero perderían su eficacia si el lector los recibiera en una atmósfera que no fuera la de Nietzsche. Mientras el lector se obstine en: ( 1 ) ver en el "esclavo" nietzscheano a alguien que se encuentra dominado por un amo y que merece encontrarse así; (2) comprender la voluntad de poder como una voluntad que quiere y busca el poder; (3) concebir el Eterno Retorno como el fastidioso retorno de lo mismo; (4) imaginar al superhombre como una raza de amos, toda relación positiva entre Nietzsche y el lector será imposible. Nietzsche aparecerá como un nihilista o, aún peor, como un fascista, en el mejor de los casos como un profeta oscuro y terrorífico. Nietzsche lo sabía, sabía el destino que le esperaba cuando hacía ir a Zaratustra acompañado de un "mono" o de un "bufón", presintiendo con ello que se confundiría a Zaratustra con su mono (un profeta, un fascista, un loco...). Por ello, un libro sobre Nietzsche ha de esforzarse en rectificar la incomprensión práctica o afectiva de Nietzsche tanto como en restaurar su análisis conceptual.
Es cierto que Nietzsche diagnosticó que el nihilismo era el movimiento que propulsaba la historia. Nadie ha analizado mejor que él el concepto de nihilismo, él ha creado ese concepto. Pero, justamente, definía el nihilismo como el triunfo de las fuerzas reactivas o de lo negativo de la voluntad de poder. Nunca dejó de contraponer a él la transmutación, es decir, el devenir que es al mismo tiempo la única acción de la fuerza y la única afirmación del poder, el elemento transhistórico del hombre, el Overman (y no el superman). El overman es el punto focal donde lo reactivo (resentimiento y mala conciencia) resulta vencido y en el cual lo negativo cede su lugar a la afirmación. No importa el momento que se elija, Nietzsche siempre es inseparable de las fuerzas del porvenir, fuerzas aún futuras, que él invoca, que su pensamiento traza, que su arte prefigura. No se limita a diagnosticar, como decía Kafka, las fuerzas diabólicas que ya están llamando a nuestras puertas, sino que las conjura dirigiendo contra ellas el último Poder capaz de luchar con ellas, contra ellas, y de expulsarlas tanto en nuestro interior como fuera de nosotros. Un "aforismo", en el sentido de Nietzsche, no es nunca un simple fragmento, un segmento de pensamiento: es una proposición que sólo adquiere sentido en relación con el estado de fuerzas que expresa y que cambia de sentido, que debe cambiar de sentido conforme a las nuevas fuerzas que sea capaz (poder) de atraerse.
Sin duda, lo más importante de la filosofía de Nietzsche es el haber transformado la imagen que tenemos del pensamiento. Nietzsche sustrae el pensamiento del elemento de lo verdadero y lo falso. Lo convierte en una interpretación y una evaluación, interpretación de fuerzas, evaluación de poder. Es un pensamiento-movimiento. No solamente en el sentido de que Nietzsche quiere reconciliar el pensamiento y el movimiento concreto, sino también en el sentido de que el propio pensamiento debe producir movimientos, velocidades y lentitudes extraordinarias {de ahí, una vez más, el papel de los aforismos, con sus variadas velocidades y su movimiento de "proyectiles"). De ese modo, la filosofía establece una nueva relación con las artes del movimiento: teatro, danza, música. Nietzsche nunca se conforma con el discurso o la disertación (logos) como expresión del pensamiento filosófico, aunque haya escrito bellísimas disertaciones, especialmente en la
Genealogía de la moral, con la cual toda la etnología moderna ha contraído una "deuda" impagable. Pero un libro como el Zaratustra sólo puede leerse como una ópera moderna, sólo puede verse y entenderse de ese modo. No porque Nietzsche haya hecho una ópera filosófica o un teatro alegórico, sino porque ha creado un teatro o una ópera que expresan directamente el pensamiento como experiencia y como movimiento. Y cuando Nietzsche dice que el superhombre se parece más a Borgia que a Parsifal, o que forma parte a la vez de la orden de los jesuitas y del cuerpo de oficiales prusianos, nos equivocaríamos si viéramos en ello declaraciones prefascistas, cuando se trata de indicaciones de escenógrafo que señalan cómo debe "representarse" el Superhombre (algo así como cuando Kierkegaard decía que el caballero de la fe se parece a un burgués endomingado). La mayor lección de Nietzsche es que pensar es crear. Pensar, lanzar los dados...: éste era ya el sentido del Eterno Retorno.
El original, en Gilles Deleuze, Nietzsche and philosophy, trad, ingl., Hugh Tomlinson, Nueva York, Columbia University Press, 1983, pp. ix-xiv. Extraído de "Dos regímenes de locos. Textos y entrevistas (1973-1995)", Pre-textos. Trad. José Luis Pardo.
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