sábado, agosto 18, 2007

ABECEDARIO 3º PARTE


Claire Parnet:

A continuación, vuelves a París con un cierto pesar, al liceo Carnot, pues las vacaciones han terminado, se vive la drôle de guerre, y allí, en el liceo Carnot, recibes tus clases de filosofía. Creo que en liceo, en aquella época, era profesor Merleau-Ponty, pero tú, curiosamente, tú estás en la clase de un profesor que no es Merleau-Ponty; estás en la clase de otro profesor que se llama el señor Viale. Me parace que has sido tú el que me ha dicho su nombre, pero...

Gilles Deleuze:

Sí, el señor Viale, sí, sí, del que guardo un recuerdo muy cariñoso. Aquello se debió al azar, me tocó en esa clase. Podría haber intentado pasar a la de Merleau-Ponty, no lo hice... no sé por qué, pero... Viale, es muy curioso, porque, en efecto, Halbwachs me había hecho sentir algo de lo que era la literatura, pero, desde los primeros cursos de filosofía, supe que sería lo que haría, vaya. Me acuerdo de cosas dispersas, así, por ejemplo, recuerdo muy bien que estaba en filosofía cuando se supo, pero como un reguero de pólvora: Oradour, había pasado lo de Oradour, y hubo una especie de –hay que decir que estaba en clase, y aquella debía ser una clase algo politizada, algo sensible a las cuestiones nazis, etc., porque... ¡estaba en la clase de Guy Moquet! Lo recuerdo, y había una atmósfera rara en aquella clase, en todo caso, me acuerdo de que aquel anuncio de lo de Oradour fue algo impresionante para muchachos de 17, no sé a qué edad se hace el examen de ingreso a la universidad [bachot], ya no me acuerdo: 17-18 años, 17, 16-17 años.

Claire Parnet:

18 años, la edad normal...

Gilles Deleuze:

Sí, de eso me acuerdo muy bien. Bueno, Viale era un profesor que hablaba muy bajo, era viejo. Yo le quería muchísimo, inmensamente. Así que de Merleau-Ponty sólo tengo el recuerdo de la melancolía. El Carnot es un liceo grande en el que hay una barandilla que atravieda todo el primer piso, y allí se situaba la mirada melancólica de Merleau-Ponty, que miraba a todos los muchachos que estaban abajo, jugando y gritando. Una gran melancolía, me parece, como si pensara: «Dios mío, ¿qué estoy haciendo aquí?». Mientras que Viale, al que tanto quería, estaba acabando su carrera, y también con él trabé una amistad estrecha. Muy estrecha, y como no vivíamos muy lejos uno del otro, nos acompañábamos mutuamente, no dejábamos de hablar, y allí supe que o hacía filosofía o no haría nada.

Claire Parnet:

¿Desde los primeros cursos?

Gilles Deleuze:

¡Sí, sí! Sí, es como si, si quieres, cuando supe de la existencia de cosas tan extrañas como aquello que denominaban conceptos, aquello surtió en mí el mismo efecto que para otros tiene el encuentro con un personaje de novela fantástica. Dios, que emoción sentí al leer, al descubrir, por ejemplo...

Claire Parnet:

¿El conde de Montecristo?

Gilles Deleuze:

... a Monsieur de Charlus, o un gran personaje de novela, o a Vautrin, o a cualquier otro, o a Eugénie Grandet. Cuando aprendí, no sé, inclusos cosas como, lo que Platón denominaba una idea, aquello me parecío tan vivo, vaya. Tan animado, tan... sabía que aquello era para mí, que aquello sería para mí.

Claire Parnet:

¿Y siempre fuiste, desde entonces, muy bueno? ¿El mejor?

Gilles Deleuze:

Sí, sí. Ahí ya no tenía problemas escolares. ¡Desde Halbwachs, era bueno! Era bueno en letras, era bueno incluso en latín, incluso en... sí, era bueno. Era un buen alumno, y en filosofía me convertí en muy buen alumno, sí.

Claire Parnet:

Quisiera que volviéramos también un poco... ¿las clases no estaban politizadas en aquella época? Dices: pasaba algo particular en aquella clase, porque estaba Guy Moquet, y cosas por el estilo...

Gilles Deleuze:

Bueno, ¡no podía estar politizada durante la guerra! No estábamos politizados, sin duda había muchachos que, desde los 17-18 años, estaban en la resistencia, pero no había condiciones, como puedes entender; la gente que estaba en la resistencia se callaba, a no ser que fueran cretinos. Así que, no se puede hablar de politización o no, había indiferentes, había partidarios de Vichy, había...

Claire Parnet:

¡Estaba la Action Française!

Gilles Deleuze:

Y... no, ¡no era la Action Française! Era muchos peor, eran los de Vichy, eran los... Bueno, podemos decir que no cabe comparación con la politización en tiempos de paz, porque los elementos verdaderamente activos era los resistentes, eran los jóvenes resistentes, o gente joven en relación con resistentes. Así que aquello no tenía nada que ver con una politización, era mucho más... secreto, mucho más...

Claire Parnet:

Pero, por ejemplo, ¿en tu clase había gente que eran ya simpatizantes de la resistencia? ¿Y que hablaban de ello?

Gilles Deleuze:

Bueno, sí, puedo citarte a Guy Moquet, que era, que habría de morir, creo, asesinado por los nazis... un año después, creo.

Claire Parnet:

¿Pero hablábais de ello?

Gilles Deleuze:

Eh... sí, claro. Como te decía, el rumor inmediato, la comunicación inmediata de lo de Oradour, se trataba de comunicaciones secretas, se trataba de telegrafía sin hilos. Aquello se supo, creo, el mismo día, vaya, ¡ya lo sabían los liceos parisinos! Para mí ésta es una de las cosas más conmovedoras, enterarse de lo de Oradour, enterarse de forma inmediata.

Claire Parnet:

Bueno, para terminar con la infancia, si es que puede terminarse alguna vez, justamente, tu infancia parece tener poca importancia para ti, es decir, no hablas de ella ni es una referencia...

Gilles Deleuze:

Sí.

Claire Parnet:

... una no tiene la impresión de que la infancia tenga una gran importancia.

Gilles Deleuze:

Sí, sí, sí. No puede ser de otro modo, porque ello está un poco en función de lo que acabo de decir. Considero que, a decir verdad, la actividad de escribir no tiene nada que ver con un asunto propio. ¡Lo que no quiere decir que uno no ponga en ello toda su alma! ¡La literatura tiene una relación profunda y fundamental con la vida! Pero la vida es algo más que personal. Todo lo que aporta en la literatura algo de la vida de la persona, de la vida personal del escritor, es por naturaleza molesto. Por naturaleza lamentable, porque ello le impide ver, le rebaja en verdad a su pequeño asunto privado. Mi infancia nunca ha sido esto, ¡y no porque me produzca horror! Lo que me importaría, si acaso, es, tal y como decíamos: hay devenires animales que el ser humano contiene, hay devenires niño. Escribir, creo, es siempre devenir algo. Pero por esa misma razón uno tampoco escribe por escribir. Creo que uno escribe para que algo de la vida pase en uno. Sea lo que sea, hay cosas que... uno escribe para la vida. ¡Eso es! Y uno deviene algo; escribir es devenir. Pero es devenir lo que uno quiera, menos devenir escritor. Y es hacer todo lo que uno quiera, menos archivo. Bueno, el archivo no me merece menos respeto, no tiene nada de malo, porque uno hace archivo, pero sólo tiene interés en relación con otra cosa. De haber motivos para hacer archivo, responden, justamente, a que hay otra cosa que... y que, mediante el archivo, uno aferrará tal vez... un poco de esa otra cosa. Pero la idea misma de hablar de mi infancia me parece, por una parte, no sólo porque no tiene ningún interés, sino porque, ¡es lo contrario de toda literatura, vaya! Es lo contrario, si me permites, he estado leyendo... Ya he leído esto mil veces, lo que digo lo ha dicho todo el mundo, todos los escritores lo han dicho siempre, pero doy con un libro que no conocía –cada uno tiene sus agujeros, ¿no?–; se trata de un gran poeta ruso, Mandelstam. Bueno, lo estuve leyendo ayer, justamente, pensando que...

Claire Parnet:

Tiene un nombre muy hermoso, podrías decir el nombre.

Gilles Deleuze:

Ossip, sí, eso, Ossip. En esta frase dice –tengo equivalencias, es un tipo de frase que me conmueve. Y es ése, vaya, el papel de un profe: comunicar un texto, hacer amar un texto a unos chavales... Lo que Halbwachs hizo para mí. Bien.. él dice: «Hay algo que, no obstante, no comprendo», –no cito exactamente, se trata de los escritores...–, «nunca he podido entender a gente como Tolstoi; incluso Tolstoi, enamorado de los archivos familiares, con sus epopeyas de recuerdos domésticos». Ahí la cosa empieza a ponerse seria. «Lo repito: mi memoria no es de amor, sino de hostilidad, y no trabaja para reproducir, sino para descartar el pasado. Para un intelectual de origen mediocre», como él, «la memoria es inútil. No tiene más que hablar de los libros que ha leído y ya tiene hecha su biografía». Como yo con Halbwachs, en fin.

FIN E3


E4
Gilles Deleuze:

Pero la idea misma de hablar de mi infancia me parece, por una parte, no sólo porque no tiene ningún interés, sino porque, ¡es lo contrario de toda literatura, vaya! Es lo contrario, si me permites, he estado leyendo... Ya he leído esto mil veces, lo que digo lo ha dicho todo el mundo, todos los escritores lo han dicho siempre, pero doy con un libro que no conocía –cada uno tiene sus agujeros, ¿no?–; se trata de un gran poeta ruso, Mandelstam. Bueno, lo estuve leyendo ayer, justamente, pensando que...

Claire Parnet:

Tiene un nombre muy hermoso, podrías decir el nombre.

Gilles Deleuze:

Ossip, sí, se llama Ossip. En esta frase dice –tengo equivalencias, es un tipo de frase que me conmueve. Y es ése, vaya, el papel de un profe: comunicar un texto, hacer amar un texto a unos chavales... Lo que Halbwachs hizo para mí. Bien.. él dice: «Hay algo que, no obstante, no comprendo», –no cito exactamente, se trata de los escritores...–, «nunca he podido entender a gente como Tolstoi; incluso Tolstoi, enamorado de los archivos familiares, con sus epopeyas de recuerdos domésticos». Ahí la cosa empieza a ponerse seria. «Lo repito: mi memoria no es de amor, sino de hostilidad, y no trabaja para reproducir, sino para descartar el pasado. Para un intelectual de origen mediocre», como él, «la memoria es inútil. No tiene más que hablar de los libros que ha leído y ya tiene hecha su biografía». Como yo con Halbwachs, en fin...

No comprende, no comprende que un hombre como Tolstoi esté enamorado de los archivos familiares, y prosigue: «Lo repito: mi memoria no es de amor, sino de hostilidad; y no trabaja para reproducir sino para descartar el pasado. Para un intelectual de origen mediocre, la memoria es inútil. No tiene más que hablar de los libros que ha leído y ya tiene hecha su biografía. Mientras que, en las generaciones felices, la epopeya habla en hexámetros y en crónicas, en mi caso hay un signo de oquedad, y entre mí y el siglo yace un abismo, una zanja llena del tiempo que murmura. ¿Qué quería decir mi familia? No lo sé. Era tartamuda de nacimiento y, no obstante, tenía algo que decir. Sobre mí y sobre muchos de mis contemporáneos pesa el tartamudeo de nacimiento. Aprendimos, no a hablar, sino a balbucear, y sólo prestando el oído al ruido creciente del siglo y una vez blanqueados por la espuma de su cresta pudimos adquirir una lengua». Bueno, no sé, para mí esto quiere decir –¿qué quiere decir verdaderamente? Escribir es dar fe de la vida. Es dar fe de la vida, y por ende por, en el sentido en el que decíamos por los animales que mueren. Es tartamudear en la lengua. Hacer literatura, echar mano de la infancia, es la típica forma de hacer de la literatura el pequeño asunto privado de uno. Es algo que te revuelve las tripas, es de veras la literatura de Prisunic, de bazar, son los best-sellers, es una verdadera mierda. Si uno no empuja el lenguaje hasta el punto en el que empieza a tartamudear –porque no es fácil, no basta con tartamudear así: «bé-bé-bé». Si uno no llega hasta ese punto, entonces, tal vez en la literatura, al igual que en... a fuerza de empujar el lenguaje hasta un límite, haya un devenir animal del lenguaje mismo, y del escritor, haya también un devenir niño, pero no se trata de su infancia. Deviene niño, sí, pero no se trata de su infancia, ya no se trata de la infancia de nadie: se trata de la infancia del mundo, la infancia de un mundo. Entonces, los que se interesan por su infancia, que se vayan a paseo, y luego que continúen, está muy bien: harán literatura que merecen. Si hay alguien que no está interesado en su infancia, ése es Proust, por ejemplo. En fin, las tareas del escritor no consisten en rebuscar en los archivos familiares, no consisten en interesarse por su infancia: nadie se interesa, nadie digno de cualquier cosa se interesa por su infancia. Ésa es otra tarea: devenir niño mediante la escritura, ir hacia una infancia del mundo, restaurar una infancia del mundo, ésa es una tarea, son las tareas de la literatura.

Claire Parnet:

¿O el niño nietzscheano?

Gilles Deleuze:

El niño, bueno, Nietzsche lo saía, pero Mandelstam también lo sabía: todos lo saben, todos los escritores lo saben.

Claire Parnet:

Entonces, por qué...

Gilles Deleuze:

... se trata de devenir, insisto, si no logro encontrar otra fórmula que ésta: escribir es de hecho devenir, pero no es devenir ni escritor ni el propio memorialista, no. Y no porque haya tenido una historia de amor tengo que hacer de ella una novela, sino que es inmundo pensar las cosas así. No sólo es mediocre: es inmundo, vaya.

Claire Parnet:

Entonces, hay una excepción a la regla, ya que Natalie Sarraute, que es una inmensa escritora, ha escrito una libro que se llama Enfance. ¿Una pequeña debilidad?

Gilles Deleuze:

¡No, en absoluto, en absoluto! Ahí estoy de acuerdo contigo: Natalie Sarraute es una inmensa escritora. Enfance no es un libro sobre su infancia: ése sería típicamente un libro en el que ella testimonia, o en el que ella reinventa...

Claire Parnet:

Hago a propósito de abogada del diablo.

Gilles Deleuze:

Ya me ha dado cuentra de que hacías de abogada del diablo, pero es un papel muy peligroso, sabes, porque

Claire Parnet:

... de valedora.

Gilles Deleuze:

Inventa una infancia del mundo. ¿Qué es lo que al fin y al cabo le interesa de su infancia a Natalie Sarraute? Se trata de un determinado número de fórmulas estereotipadas de las que va a extraer maravillas, lo que tal vez hizo también con...

Claire Parnet:

Las subconversaciones...

Gilles Deleuze:

... las últimas palabras... o las últimas palabras de ¿quién era?

Claire Parnet:

De Chejov: «Ich sterbe [me muero]»

Gilles Deleuze:

Las últimas palabras de Chejov. Ella extrae de... bueno. De pequeña, escuchó a alguien que decía: «¿Qué tal estás?». ¿Qué es: «¿Qué tal estás?»? Cómo, etc., ella extrae del lenguaje un mundo, hace proliferar el lenguaje sobre sí mismo, etc., ¡Hablas como si a Natalie Sarraute le interesara su infancia!

Claire Parnet:

No tengo nada que objetar a lo que dices, pero...

Gilles Deleuze:

Tal vez Claude Sarraute se interese por su infancia, pero no Natalie Sarraute

Claire Parnet:

¡Que sí, querido, que sí...! ¡Escucha! No tengo nada que objetar a lo que dices, pero al mismo tiempo, en primer lugar, ¿fue una preparación desde tu más tierna edad lo que te empujó hacia la literatura, es decir, que tú rechazaste tu infancia, la rechazaste como un enemigo y como algo hostil, en primer lugar, desde qué edad lo hiciste, y es acaso la infancia una preparación, y, por otra parte, la infancia regresa a bocanadas, aunque sean bocanadas repugnantes: la infancia regresa. Entonces, ¿hay que tener una preparación prácticamente cotidiana, una disciplina cotidiana?

Gilles Deleuze:

Imagino que eso sale por sí solo, porque la infancia, sabes, es como todo: habría que distinguir una mala infancia y una buena infancia. ¿Qué es lo que considero interesante? Bueno... la relación con el padre, la madre y los recuerdos de infancia en el sentido de: «¡Ah, mi padre, mi madre!», no me parecen muy interesantes. Me parecen muy interesantes y muy ricos para sí, pero ciertamente no presentan interés para la escritura. Hay otros aspectos de la infancia; hablaba antes de: un caballo muere en la calle, antes de que hubiera automóviles, ¿no? Pues bien: recobrar la emoción de niño, es una niño, eso es. Habría que decir: el niño que fui no es nada. Pero yo no soy sólo el niño que fui; fui un niño entre otros, fui un niño cualquiera, y siempre he visto lo que era interesante en tanto que «un niño cualquiera». No en tanto que «yo era tal niño». En fin, vi morir a un caballo en la calle antes de que hubiera automóviles; no hablo por mí, sino por aquellos que lo vieron: eso está muy bien. Muy bien, perfecto. Perfecto: devenir escritor es una tarea; tal vez fuera un factor lo que hizo que... Dostoievski lo vio, y hay una gran página de Dostoievski, estoy casi seguro, en Crimen y Castigo, sobre el caballo que muere en la calle. Nijinski, el bailarín, lo vio; Nietzsche lo vio; ya era viejo cuando vio, en Turín, creo, cómo un caballo moría de esa manera. En fin, bueno, eso está muy bien.

Claire Parnet:

Y tú, ¿viste las manifestaciones del Frente Popular, anda?

Gilles Deleuze:

Yo vi las manifestaciones del Frente Popular, sí. Vi a mi padre debatirse entre su honestidad y su antisemitismo, eso es, bien. Fui un niño. Yo siempre he sostenido que no se comprende el sentido del artículo indefinido. De: «pegan a un niño»; «un caballo es agotado», etc., no quiere decir yo, yo: quiere decir... El artículo indefinido es de una riqueza extrema, es...

Claire Parnet:

Es todas las multiplicidades, volveremos sobre ello.

Gilles Deleuze:

Es la multiplicidad, sí, sí, sí...

FIN E4
F1
Claire Parnet:

Bueno, pasemos a «F».

Gilles Deleuze:

Sí, pasemos a «F».

Claire Parnet:

Para «F», he elegido la palabra «fidelidad». Fidelidad para hablar de la amistad, porque desde hace treinta años eres amigo de Jean-Pierre Braunberger, y no pasa un día sin que os llaméis u os veáis, y es como una pareja. De todas maneras, eres fiel en la amistad; eres fiel a Félix Guattari, a Jérôme Lindon, cito a algunos: a Elie, a Jean-Paul Manganaro, a Pierre Chevalier; tus amigos son muy importantes para ti. Y a François Chatelet o Michel Foucault, que eran tus amigos, les has rendido homenaje como amigos con una gran fidelidad. Entonces, quisiera preguntarte si consideras justa la impresión de que para ti la fidelidad está forzosamente ligada a la amistad, ¿o es a la inversa?

Gilles Deleuze:

No hay fidelidad, sí, es fácil, porque es una «F»...

Claire Parnet:

Sí, y además la «A» ya está hecha. ¡Así que estamos en la arbitrariedad total!

Gilles Deleuze:

... pero es algo distinto de la fidelidad, sí, es algo distinto de la fidelidad, sabes. La amistad, ¿por qué se hace uno amigo de alguien? Para mí, es un asunto de percepción. En este caos también, se trata... no de tener ideas comunes, sino, ¿qué quiere decir tener algo en común con alguien? Es –digo banalidades– cuando uno se entiende sin tener que explicarse. No es partir de ideas comunes, sino que se tiene un lenguaje común, o un prelenguaje común. Hay gente de la que no comprendo nada de lo que dice, aunque digan cosas sencillas, aunque digan: «Páseme la sal», tengo que preguntarme: «¿pero qué están diciendo?». Por el contrario, los hay que me hablan de un tema sumamente abstracto y no estoy de acuerdo con ellos, pero lo entiendo todo. En fin, entiendo lo que me dicen. Lo que quiere decir que yo tengo algo que decirles y ellos tienen algo que decirme, ¿no? No se trata en absoluto de la comunidad de las ideas que... en ello hay un misterio. Es esa especie de fondo indeterminado que hace que...

Gilles Deleuze:

Bueno, sí, es verdad que en ello hay un gran misterio; el hecho de tener algo que decir a alguien, de entenderse tan bien sin ideas comunes, sin que pueda atribuirse a... Tengo una hipótesis: cada uno de nosotros es apto para aferrar un determinado tipo –nadie aferra todos los tipos a la vez– un determinado tipo de encanto. Hay una percepción del encanto. ¿A qué llamo encanto? Aquí no se trata de historias con las que pretendo introducir la homosexualidad en la amistad, no en absoluto, sino que un gesto de alguien, un pudor de alguien, son fuentes de encanto, pero que entonces llegan a la vida hasta tal punto, hasta a la raíces vitales, que de tal suerte uno se hace amigo de alguien. Hay... si tomas frases, incluso, de alguien; hay frases que sólo pueden ser dichas si la persona que las dice es vulgar, o innoble. Un tipo de frase –habría que buscar ejemplos, pero no tenemos tiempo, y además cada cual cambiaría de ejemplos... Pero, por lo menos, para cada uno de nosotros, cuando escucha una frase de ese tipo uno se dice: «¡Dios mío! ¿Qué estoy oyendo? ¿Qué es esta inmundicia?», ¿no? No vale pensar que uno puede decir una frase como esa al azar y luego enmendarla: hay frases que no pueden... y, a la inversa, en lo que respecta al encanto, hay frases insignificantes que tienen tal encanto, que dan fe de tal delicadeza que piensas inmediatamente: «ése es mío», no en el sentido de propiedad, «es mío, y yo espero ser suyo». En fin, en ese momento nace la amistad, puede nacer. Así que se trata ciertamente de una cuestión de percepción, de percibir algo que te conviene o que te enseña, que te abre, que te revela algo, sí.

Claire Parnet:

¿Se trata, siempre, de descifrar signos?

Gilles Deleuze:

¡Eso es, eso es! Tienes toda la razón: sólo se trata de eso. Alguien emite signos, uno los recibe, uno no los recibe... pero, a mi modo de ver, todas las amistades se asientan en esas mismas bases: ser sensibles a los signos que alguien emite. Dicho esto, creo que eso es lo que explica que uno pueda pasarse horas con alguien sin decir una palabra, o preferentemente diciendo... no sé, diciendo cosas completamente insignificantes, diciendo, por regla general, diciendo cosas... La amistad es lo cómico, vaya...

Claire Parnet:

Eso es. A ti te gustan mucho los cómicos de pareja de amigos, como Bouvard et Pécuchet, o Beckett... Mercier y Camier...

Gilles Deleuze:

Yo, con Jean-Pierre, pienso: en fin, sí, somos pálidas reproducciones de Mercier y Camier, sí. En efecto, Jean-Pierre es... yo estoy todo el tiempo cansado, tengo una salud frágil; Jean-Pierre es hipocondríaco, y en efecto nuestras conversaciones son muy del tipo Mercier y Camier –como decíamos, uno le dice al otro: «¿Cómo andas?». Y el otro responde: «Estoy que reviento, ¡pero no de entusiasmo!». Ante todo es una frase tan encantadora que uno ama al que la dice... «¿Cómo andas?». «Como un corcho bamboleado por el mar»; en fin, son frases estupendas. Con Félix es diferente. Con Félix yo no sería Mercier y Camier: sería más bien, no sé, Bouvard y Pécuchet, poco más o menos.

Claire Parnet:

¡Bouvard y Pécuchet sobre el mundialismo!

Gilles Deleuze:

Con todo y con eso, nos hemos lanzado, en todo lo que hemos hecho juntos, en nuestro trabajo, a una tentativa enciclopédica, que a decir verdad es del tipo: «Anda, mira, tenemos la misma marca de sombrero, sí», y luego la tentativa enciclopédica de construir un libro que aborde todos los saberes, ¿no? Con otro, seríamos las pálidas réplicas de Laurel y Hardy. No quiero decir que haya que imitar a esas grandes parejas, sino que la amistad es eso, vaya. Los grandes amigos son Bouvard y Pécuchet, Camier y Mercier, Laurel y Hardy, aunque riñan y se peleen, eso no tiene mucha importancia. Sí, es... Bueno, evidentemente, en la cuestión de la amistad hay una especie de misterio. Quiero decir que atañe estrechamente a la filosofía. Porque la filosofía, como todo el mundo señala, contiene «amigo» en la palabra. Quiero decir que el filósofo no es en primer lugar un sabio, lo que haría reír a todo el mundo. Se presenta, literalmente, como «amigo de la sabiduría». Ahí aparece «amigo». Lo que los griegos inventaron no es la sabiduría, sino esa idea tan rara del «amigo de la sabiduría». ¿Qué puede querer decir «amigo de la sabiduría»? Éste es el problema del «¿Qué es la filosofía?»: ¿qué puede ser «amigo de la sabiduría», qué quiere decir? Quiere decir que: ¡el amigo de la sabiduría no es un sabio! Entonces, claro, hay una interpretación fácil: tiende hacia la sabiduría. Pero así no se entiende nada, ¿no? ¿Qué es lo que inscribe la amistad en la filosofía y qué tipo de amistad?

FIN F1
F2
Gilles Deleuze:

Bueno, evidentemente, en la cuestión de la amistad hay una especie de misterio. Quiero decir que atañe estrechamente a la filosofía. Porque la filosofía, como todo el mundo señala, contiene «amigo» en la palabra. Quiero decir que el filósofo no es en primer lugar un sabio, lo que haría reír a todo el mundo. Se presenta, literalmente, como «amigo de la sabiduría». Ahí aparece «amigo». Lo que los griegos inventaron no es la sabiduría, sino esa idea tan rara del «amigo de la sabiduría». ¿Qué puede querer decir «amigo de la sabiduría»? Éste es el problema del «¿Qué es la filosofía?»: ¿qué puede ser «amigo de la sabiduría», qué quiere decir? Quiere decir que: ¡el amigo de la sabiduría no es un sabio! Entonces, claro, hay una interpretación fácil: tiende hacia la sabiduría. Pero así no se entiende nada, ¿no? ¿Qué es lo que inscribe la amistad en la filosofía y qué tipo de amistad? ¿Es preciso... ha de darse en relación con un amigo, qué era esto para los griegos, qué quiere decir «amigo de»? Insisto de nuevo: si interpretamos «amigo» como aquél que tiende hacia... Ciertamente, es aquél que pretende a la sabiduría sin ser un sabio. Ahora bien, ¿qué quiere decir pretender a la sabiduría? Quiere decir que hay otro que pretende a ella, que uno nunca es el único pretendiente. Si hay una pretendiente de la muchacha, entonces hay varios pretendientes, la muchacha tiene varios pretendientes... bueno.

Claire Parnet:

Lo importante es que no eres el prometido, no eres el prometido de la sabiduría, eres tan sólo «pretendiente de la sabiduría».

Gilles Deleuze:

Yo no soy el prometido de la sabiduría, sino que pretendo a la sabiduría, ¿no? Entonces, bueno, hay pretendientes a la sabiduría, y los griegos, ¿qué inventaron? En efecto, a mi modo de ver esa es la invención de los griegos. En su civilización, inventaron el fenómeno de los pretendientes. Es decir, es enorme; lo que inventaron es la idea de que había una rivalidad de los hombres libres en todos los dominios. En otros lugares no existe la idea de la rivalidad de los hombres libres, pero en Grecia sí: la elocuencia... de ahí que sean tan pleitistas. Se trata de la rivalidad de los hombres libres, los amigos se ponen pleitos, bueno, muy bien... El muchacho o la muchacha tienen pretendientes, los pretendientes de Penélope, en fin, hay pretendientes. Éste es el fenómeno griego por excelencia. Para mí el fenómeno griego no es el milagro, sino la rivalidad de los hombres libres. Entonces, eso explica al «amigo»... pretenden a la filosofía, hay una rivalidad hacia algo, ¿hacia qué? Bueno, podemos interpretar, si consideramos la historia de la filosofía, hay aquellos para quienes, en efecto, la filosofía está ligada a ese misterio de la amistad. Hay aquellos para quienes está ligada al misterio del noviazgo, pero tal vez no andemos muy lejos: Kierkegaard, Las cartas del noviazgo, no hay filosofía sin Las cartas del noviazgo. Sin el primer amor.

Claire Parnet:

Regina...

Gilles Deleuze:

Pero, como decíamos antes, el primer amor tal vez sea la repetición del último, tal vez sea el último amor... La filosofía, en fin, tal vez la pareja tenga una importancia en la filosofía, es muy curioso. Yo creo que no se sabrá lo que es la filosofía hasta que no hayan resuelto las cuestiones de la novia, del amigo: ¿qué es el amigo? En fin, todo eso. ¡Eso es lo que me parece, al fin y al cabo, muy interesante!

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