viernes, noviembre 16, 2007

LA VERGÜENZA Y LA GLORIA: T. E. LAWRENCE

El desierto y su percepción, o la percepción de los árabes en el desierto, parecen estar pasando por momentos goethianos. Está primero la luz, aunque ésta no es percibida todavía. Es más bien lo transparente puro, invisible, incoloro, informal, intocable. Es la Idea, el Dios de los árabes. Pero la idea, o lo abstracto, no tiene trascendencia. La Idea se extiende a través del espacio, es como lo Abierto: «Más allá ya no había nada, excepto el aire transparente».(IV, 54. Sobre el Dios de los árabes, Incoloro, Informal, Intocable, que todo lo abarca, vid. Introduction, 3. Citamos el texto de Sept piliers de la sagesse según la edición Folio–Gallimard, trad. de Julien Deleuze ( Los siete pilares de la sabiduría, Júcar, 1991).)
 La luz es la abertura que hace el espacio. Las Ideas son fuerzas que se ejercen en el espacio siguiendo direcciones de movimiento: entidades, hipóstasis, no trascendentes. La revuelta, la rebelión es luz, porque es espacio (se trata de extenderse en el espacio, de abrir el máximo de espacio posible) y porque es Idea (lo esencial es la predicación). Los hombres de la rebelión son el profeta y el caballero errante, Faisal y Auda, el que predica la Idea y el que recorre el espacio.El «Movimiento»: la revuelta se llama así.
La niebla, la niebla solar es lo que va a llenar el espacio. La rebelión misma es un gas, un vapor. La niebla es el primer estado de la percepción naciente, y forma el espejismo en el que las cosas suben y bajan, como bajo la acción de un pistón, y los hombres levitan, suspendidos de una cuerda. Ver neblinoso, ver turbio: un esbozo de percepción alucinatoria, un gris cósmico. (Sobre la niebla o «espejismo», I, 8. Hay una hermosa descripción en IX, 104. Sobre la revuelta como gas vapor,
vid. III, 33. 181.) ¿Se trata del gris que se parte en dos, y que da el negro cuando la sombra gana o cuando la luz desaparece, pero asimismo del blanco cuando lo luminoso se vuelve a su vez opaco? Goethe definía lo blanco a través del «fulgor fortuitamente opaco de lo transparente puro»; lo blanco es el accidente siempre renovado del desierto, y el mundo árabe es en blanco y negro.Pero tan sólo se trata, una vez más, de las condiciones de la percepción, que se efectúa plenamente cuando surgen los colores, es decir cuando el blanco se oscurece en amarillo y cuando el negro se aclara en azul.
Arena y cielo, hasta que la intensificación de el púrpura deslumbrante en el que arde el mundo, y donde la visión en el ojo queda sustituida por el sufrimiento. La visión, el sufrimiento, dos entidades...: «al despertar por la noche, no había encontrado en sus ojos la visión, sino sólo el sufrimiento». Del gris al rojo, está el aparecer y el desaparecer del mundo en el desierto, todas las aventuras de lo visible y de su percepción. La Idea en el espacio es la visión, que va de lo transparente puro invisible al fuego púrpura en el que cualquier visión se abrasa.
«La unión de los oscuros acantilados, del suelo rosa y de los arbustos verde pálido resulta hermosa para unos ojos saturados por meses de sol y de sombra negra como el hollín; cuando llegó la noche, el sol crepuscular derramó un resplandor carmesí sobre uno de los lados del valle, dejando el otro en una oscuridad violeta.» Lawrence, uno de los mayores paisajistas de la literatura. Rumm la sublime, visión absoluta, paisaje del espíritu. Y el color es movimiento, es desviación, desplazamiento, deslizamiento, oblicuidad, lo mismo que el trazo. Ambos, el color y el trazo, nacen juntos y se funden. Los paisajes de arenisca o de basalto unen colores y trazos, pero siempre en movimiento, los trazos grandes coloreados por capas, los colores pintados a grandes trazos. Las formas de espinas y de burbujas se van sucediendo, al mismo tiempo que los colores se llaman, del transparente puro al gris sin esperanza. Los rostros responden a los paisajes, apareciendo y desapareciendo en esos cuadros breves que convierten a Lawrence en uno de los mayores retratistas: «Solía estar alegre, pero había en él siempre dispuesta una veta de sufrimiento...»; «su cabellera flotante y su rostro en ruinas de trágico cansado...»; «su espíritu, cual paisaje pastoril, tenía una perspectiva de cuatro esquinas, cuidado, amable, limitado, bien situado...»; «sus párpados caían sobre sus pestañas toscas en pliegues fatigados a través de los cuales, procedente del sol en lo alto, una luz roja fulgía en las órbitas, haciendo que parecieran fosas ardientes donde el hombre se consumía lentamente».

Los escritores de más belleza poseen unas condiciones de percepción singulares que les permiten extraer o tallar perceptos estéticos como auténticas visiones, aun a costa de regresar con los ojos enrojecidos.
El océano impregna desde dentro las percepciones de Melville, hasta el punto de que el barco parece irreal por contraste con el mar vacío y se impone a la vista como un «espejismo surgido de las profundidades ».(Melville, Benito Cereño, Gallimard, pág. 201 (Benito Cereno, Juventud, 1993).183.) ¿Pero es suficiente invocar la objetividad de un medio que tuerce las cosas, y hace temblar o titilar la percepción? ¿No se trata más bien de las condiciones subjetivas que, indudablemente, invocan tal o cual medio objetivo favorable, se despliegan en él, pueden coincidir con él, pero no obstante conservan una diferencia irresistible, incomprensible? En virtud de una disposición subjetiva, Proust encuentra sus perceptos en una corriente de aire que se filtra por debajo de la puerta, y permanece frío ante las bellezas que le muestran.(10 Proust, Sodome et Gomorrhe, Pléiade II, pág. 944.) Hay en Melville un océano íntimo que ignoran los marineros, aun cuando lo presientan: en él nada Moby Dick, y es él el que se proyecta en el océano del exterior, pero para transmutar su percepción y «abstraer» de él una Visión. Hay en Lawrence un desierto íntimo que le empuja a los desiertos de Arabia, con los árabes, que coincide en muchos puntos con sus percepciones y concepciones, pero que conserva la indomable diferencia que las introduce en una Figura secreta completamente distinta. Lawrence habla árabe, se viste y vive como un árabe, incluso bajo tortura grita en árabe, pero no imita a los árabes, jamás abdica de su diferencia, que ya siente como una traición.(Sobre los dos comportamientos posibles del inglés respecto a los árabes, V, 61. E Introduction, 1.184.)
 Bajo su atuendo de recién casado, «sospechosa seda inmaculada», no traiciona continuamente a la Esposa. Esta diferencia de Lawrence no sólo procede de que sigue siendo inglés, al servicio de Inglaterra; pues traiciona tanto a Inglaterra como a Arabia, en una especie de sueño y pesadilla de traicionarlo todo a la vez. Pero tampoco de su diferencia personal, hasta ese punto la empresa de Lawrence es una destrucción del propio yo fría y concertada, llevada hasta el final. Cada mina que pone explota también dentro de su propio ser, él mismo es la bomba que hace estallar. Se trata de una disposición subjetiva infinitamente secreta, que no se confunde con una característica nacional o personal, y que le lleva lejos de su país, bajo las ruinas de su propio yo devastado. No hay problema más importante que el de esta disposición que arrastra a Lawrence, y le libera de las «cadenas del ser». Hasta un psicoanalista vacilará a la hora de decir que esta disposición subjetiva es la homosexualidad, o más precisamente el amor oculto que Lawrence convierte en el impulso de su acción en el espléndido poema de dedicatoria, pese a que la homosexualidad esté sin duda incluida en la disposición. Tampoco hay que pensar que se trata de una disposición para traicionar, pese a que tal vez la traición resulte de ello. Se trataría más bien de un profundo deseo, de una tendencia a proyectar en las cosas, en la realidad, en el futuro y hasta en el cielo, una imagen de sí mismo y de los demás suficientemente intensa para que viva su propia vida: una imagen tomada una y otra vez, remendada, y que incesantemente va creciendo por el camino, hasta volverse fabulosa. (12 Vid. cómo Jean Genet describe esta tendencia: Un captif amoureux, Gallimard, págs. 353–355.) Es una máquina de fabricar gigantes, lo que Bergson llamaba la función fabuladora. Lawrence dice que ve a través de una niebla, que no percibe inmediatamente las formas ni los colores, y que sólo reconoce las cosas con su contacto inmediato; que apenas es hombre de acción, que le interesan más las Ideas que los fines y los medios; que apenas tiene imaginación y que no le gustan los sueños... ( Un cautivo enamorado, Debate, 1988). Las similitudes entre Genet y Lawrence son abundantes y también es una disposición subjetiva lo que Genet reivindica cuando se encuentra en el desierto entre los palestinos, para otra Revuelta. Vid. el comentario de Félix Guattari, «Genet recuperado» ( Cartographies schizoanalytiques, Galilée, págs. 272–275). 185

Y en estos rasgos negativos ya posee muchos motivos que le emparejan con los árabes. Pero lo quele inspira y le impulsa es ser un «soñador diurno», un hombre peligroso en verdad, que no se define respecto a lo real o a la acción, ni respecto a lo imaginario o a los sueños, sino sólo por la fuerza con la que proyecta en lo real las imágenes que ha sabido arrancarse a sí mismo y a sus amigos árabes.(Chapitre d’introduction: «los soñadores diurnos, hombres peligrosos...». Sobre las características subjetivas de su percepción, I, 15; II, 21; IV, 48.) ¿Corresponde la imagen a lo que fueron? Quienes reprochan a Lawrence haberse dado una importancia que jamás tuvo, tan sólo ponen de manifiesto su pequeñez personal, su aptitud para denigrar así como su inaptitud para comprender un texto.
Pues Lawrence no oculta hasta qué punto el papel que se otorga es local, dependiente de una red frágil; subraya la insignificancia de muchas de sus empresas cuando pone unas minas que no explotan y no recuerda el lugar donde las puso. En cuanto al éxito final del que se jacta sin hacerse ilusiones, consiste en haber llevado a los partidarios árabes a Damasco antes de la llegada de las tropas aliadas, en unas condiciones muy parecidas a las que hemos visto que se reproducían a finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando los resistentes se apoderaban de los edificios oficiales de una ciudad liberada e incluso tenían tiempo de neutralizar a los representantes de un compromiso de última hora. ( Vid. X, 119,120,121 (la deposición del seudogobierno del sobrino de Abd el Kader). 186) Resumiendo, no es una mezquina mitomanía individual lo que impulsa a Lawrence a proyectar a lo largo de su senda imágenes grandiosas, más allá de empresas con frecuencia modestas. La máquina de proyectar no es separable del movimiento de la propia Revuelta: subjetiva, remite a la subjetividad del grupo revolucionario. Pero todavía hace falta que la escritura de Lawrence, su estilo, la recupere por cuenta propia o la releve: la disposición subjetiva, es decir la fuerza de proyección de imágenes, es inseparablemente política, erótica, artista. El propio Lawrence muestra cómo su proyecto de escribir enlaza con el movimiento árabe: como carece de técnica literaria, necesita el mecanismo de la revuelta y de la predicación para convertirse en escritor. (15 IX, 99: «por fin el azar, con un humor perverso, al hacerme representar el papel de un hombre de acción, me había dado un lugar en la Revuelta árabe, tema épico absolutamente a punto para un ojo y una mano directos, ofreciéndome así una salida hacia la literatura...».) Las imágenes que Lawrence proyecta en lo real no son imágenes hinchadas que pecarían de falsa extensión, sino que valen por la intensidad pura, gramática o cómica, que el escritor sabe conferir al acontecimiento. Y la imagen que de sí mismo saca no es una imagen engañosa, porque no tiene por qué responder a una realidad preexistente. Se trata de fabricar lo real, no de responderle. Como dice Genet a propósito de este tipo de proyección, detrás de la imagen no hay nada, una «falta de ser», un vacío que da fe de un propio yo disuelto. Detrás de las imágenes no hay nada, salvo el espíritu que las contempla con una extraña frialdad, aunque sean sangrientas y desgarradas.Así, hay dos libros en Los siete pilares de la sabiduría, dos libros que seinsinúan uno dentro del otro: uno se refiere a las imágenes proyectadas en lo real y que viven su propia vida, el otro al espíritu que las contempla, entregado a sus propias abstracciones.

Es que resulta que el espíritu que contempla no está vacío, y que las abstracciones son los ojos del espíritu. La calma del espíritu está cruzada por pensamientos que la arañan. El espíritu es un Animal de ojos múltiples, siempre dispuesto a saltar sobre los cuerpos animales que distingue. Lawrence insiste sobre su pasión por lo abstracto, que comparte con los árabes: tanto uno como otros, Lawrence o los árabes, suelen interrumpir la acción para seguir una Idea con la que se topan. Soy el servidor de lo abstracto. Las ideas abstractas no son cosas muertas, son entidades que inspiran poderosos dinamismos espaciales, que se mezclan íntimamente en el desierto con las imágenes proyectadas, cosas, cuerpos o seres. Por este motivo, Los siete pilares son objeto de una doble lectura, de una doble teatralidad. Eso es la disposición especial de Lawrence, el don de hacer vivir apasionadamente las entidades en el desierto, junto a personas y cosas, al compás entrecortado del andar de los camellos. Tal vez ese don confiera a la lengua de Lawrence algo único y que suena como una lengua extranjera, menos a árabe que a un alemán fantasma que se inscribiría en su estilo confiriendo al inglés nuevos poderes (un inglés que no se hunde, decía Forster, granuloso, entrecortado, que cambia constantemente de régimen, lleno de abstracciones, de procesos estacionarios y de visiones fijadas). ( Vid. E. M. Forster, carta de mediados de febrero de 1924 ( Letters to T. E. Lawrence, Londres, Jonathan Cape). Forster observa que jamás se ha traducido el movimiento con tan poca movilidad, mediante una sucesión de posiciones inmóviles. 188.)

En todo caso, los árabes estaban encantados con los poderes de abstracción de Lawrence. Una noche de fiebre, su mente calenturienta le inspira un discurso medio demente que denuncia Omnipotencia e Infinito, que suplica a esas entidades para que nos golpe en más fuerte todavía para templar en nosotros las armas de su [167] propia ruina, que exalta la importancia de ser derrotado, y el No–hacer como nuestra única victoria, y el Fracaso como nuestra soberana libertad: «para el clarividente el fracaso era el único objetivo...». Lo más curioso es que los oyentes están suficientemente entusiasmados como para decidir de golpe unirse a la Revuelta. Vamos de las imágenes a las entidades. Así es pues, en última instancia, la disposición subjetiva de Lawrence: ese mundo de entidades que pasan por el desierto, que doblan las imágenes, que se mezclan con las imágenes y les confieren una dimensión visionaria. Lawrence dice que conoce íntimamente esas entidades, pero lo que se le escapa es su character. No confundamos el Carácter con un propio yo. En lo más profundo de la subjetividad, no hay propio yo, sino una composición singular, una idiosincrasia, una cifra secreta como la posibilidad única de que esas entidades hayan sido retenidas, queridas, de que esa combinación sea la que ha salido: ésa y no otra. Ésa es la que se llama Lawrence. Una tirada de dados, un Querer que tira los dados. El character es el Animal: espíritu, querer, deseo, deseo–desierto que reúne las entidades heterogéneas. (20 IX, 103: «Era muy consciente de los poderes y entidades envueltos en mí; era su combinación particular ( character) lo que permanecía oculto.» Y también sobre el Animal espiritual, querer o deseo. Orson Welles insistía sobre el empleo particular del vocablo character en inglés (vid. Bazin, Orson Welles, Cerf, págs. 178–180): en un sentido nietzscheano una voluntad de poder que aúna fuerzas diversas.189.)
 Así, el problema se convierte en: ¿cuáles son esas entidades subjetivas y cómo se combinan? Lawrence dedica a ello el grandioso capítulo 103. Entre las entidades, ninguna hay que aparezca con mayor insistencia que la Vergüenza y la Gloria, la 


Vergüenza y el Orgullo. Tal vez su relación permita descifrar el secreto del character. Jamás la vergüenza había sido objeto de un canto de ese calibre, y de un modo tan orgulloso y altanero. Cada entidad es múltiple, al tiempo que está relacionada con otras diversas entidades. La vergüenza es en primer lugar la vergüenza de traicionar a los árabes, puesto que Lawrence no les garantiza sin cesar las promesas inglesas que sabe perfectamente que no se van a cumplir. Incluso honesto, Lawrence seguiría experimentando la vergüenza de predicar la libertad nacional a los hombres de otra nación: una situación insostenible. Lawrence se vive constantemente a sí mismo como un estafador, «Y recuperé mi manto de fraude ». Pero ya siente una especie de orgullo compensatorio traicionando un poco a su propia raza y a su gobierno, puesto que forma a unos partisanos capaces, así lo espera, de forzar a los ingleses a cumplir su palabra (de ahí la importancia de la entrada en Damasco). Mezclado con la vergüenza, su orgullo es el de ver a los árabes tan nobles, tan guapos, tan encantadores (incluso cuando a su vez traicionan un poco), tan opuestos en todo a los soldados ingleses. (IX, 99. (Y vid. V, 57, donde Aúda resulta todavía más encantador debido a que está negociando.) Pues, siguiendo las exigencias de la guerrilla, instruye a guerreros, y no a soldados. A medida que los árabes van entrando en la Revuelta, se van conformando cada vez mejor a las imágenes proyectadas que los individualizan y los convierten en gigantes. «Nuestra estafa los glorificaba. Cuanto más nos condenábamos y más nos despreciábamos, más podíamos enorgullecemos cínicamente de ellos, nuestras criaturas. Nuestra voluntad los secretamente con los turcos, por «compasión»). impulsaba como si fueran paja, y no eran paja, sino los hombres más valientes, más sencillos, más alegres.» Para Lawrence, en tanto que es el primer teórico de la guerrilla, la oposición que domina es la de la incursión y la batalla, la de los partisanos y los ejércitos. El problema de la guerrilla se confunde con el del desierto: es un problema de individualidad o de subjetividad, aunque sea una subjetividad de grupo, en el que está en juego la suerte de la libertad, mientras que el problema de las guerras y de los ejércitos es la organización de una masa anónima sometida a unas reglas objetivas, que se proponen hacer del hombre un «tipo». (V, 59. Y X, 118: «la esencia del desierto es el individuo...».) Vergüenza de las batallas, que mancillan el desierto, y la única que Lawrence libra contra los turcos, por cansancio, resulta una carnicería innoble, inútil. Vergüenza de los ejércitos, cuyos miembros son peores que unos condenados, y que sólo atraen a las rameras. Bien es verdad que llega el momento en el que los grupos de partisanos deben formar un ejército, o por lo menos integrarse en un ejército, si quieren una victoria decisiva; pero desaparecen entonces como hombres libres y rebeldes. Casi la mitad de Los siete pilares nos hace presenciar el prolongado eclipse del período partisano, la sustitución de los camellos por los vehículos ametralladores y los Rolls, y la de los jefes de guerrilla por expertos y políticos. Incluso el confort y el éxito dan vergüenza. La vergüenza tiene muchos motivos contradictorios. Al final, al mismo tiempo que se eclipsa, repleto de su propia soledad, con dos carcajadas incontrolables, Lawrence puede decir como Kafka: «Es como si la vergüenza tuviera que sobrevivirle.» La vergüenza engrandece al hombre.

Hay muchas vergüenzas en una, pero, asimismo, hay otras vergüenzas. ¿Cómo es posible mandar sin vergüenza? Mandar es robar almas para enviarlas al sufrimiento. El jefe sólo se justifica por la multitud que cree en él, «fervientes esperanzas unidas de multitudes miopes», si asume el sufrimiento y se sacrifica él también. Pero incluso en este sacrificio de redención la vergüenza sobrevive; pues significa ocupar el lugar de los demás. El redentor se alegra en el seno de su sacrificio, pero «hiere a sus hermanos en su virilidad»: no ha inmolado suficientemente su propio yo, el que impide a los demás tomar por sí mismos el papel de redentor. Por eso «los discípulos viriles tienen vergüenza», y es como si Cristo hubiera privado a los ladrones de la gloria que podría haberles correspondido. Vergüenza del redentor porque «rebaja al redimido».Así es ese tipo de pensamientos que con sus garras desgarran el cerebro de Lawrence, y convierten Los siete pilares en un libro casi demente.  Entonces, ¿hay que optar por la servidumbre? ¿Pero hay algo más vergonzoso que estar sometido a seres inferiores? La vergüenza se duplica cuando el hombre, no sólo en unas funciones biológicas, sino en sus proyectos más humanos, depende de los animales. Lawrence evita montar a caballo cuando no resulta imprescindible, y prefiere caminar descalzo por encima del coral afilado, no sólo para curtirse, sino porque tiene vergüenza de depender de una forma de existencia inferior cuya semejanza con nosotros es suficiente para recordarnos lo que nosotros somos ante Dios. A pesar del retrato admirativo o socarrón que esboza de varios camellos, su odio estalla cuando la fiebre lo deja a merced de su pestilencia y abyección. Y se dan en los ejércitos unas servidumbres tales que dependemos de hombres que nos son tan inferiores como los animales. Una servidumbre impuesta y vergonzosa, ése es el problema de los ejércitos. Y si es verdad que Los siete pilares plantean la cuestión: ¿cómo vivir y sobrevivir en el desierto, como libre subjetividad?, el otro libro de Lawrence, La matriz, pregunta: ¿cómo «volver a ser un hombre como los demás encadenándome a mis semejantes»? ¿Cómo vivir y sobrevivir en un ejército, como «tipo» anónimo objetivamente determinado en sus mínimos detalles? Los dos libros de Lawrence son un poco la exploración de dos vías, como en el poema de Parménides. Cuando Lawrence se hunde en el anonimato y se alista como simple soldado, pasa de una vía a la otra. La matriz en este sentido es el canto de la vergüenza, como Los siete pilares es el de la gloria. Pero de igual modo que la gloria ya está llena de vergüenza, la vergüenza tal vez tenga una salida gloriosa. La gloria está tan comprimida en la vergüenza que la servidumbre se vuelve gloriosa, a condición de que sea voluntaria. Siempre hay alguna gloria que sacar de la vergüenza, una «glorificación de la cruz de la humanidad ». Es una servidumbre voluntaria lo que Lawrence reclama para sí, en una especie de contrato masoquista y orgulloso que anhela con todas sus ansias: un sometimiento, y no un avasallamiento. (192 Vid. IX, 103: Lawrence se queja de no haber encontrado maestro capaz de someterle, ni siquiera Allenby. La  servidumbre voluntaria es lo que define un grupo–sujeto en el desierto,) por ejemplo la escolta personal del propio Lawrence. Asimismo ella es la que transmuta la abyecta dependencia del ejército en una servidumbre espléndida y libre: así la lección de La matriz, cuando Lawrence pasa de la vergüenza del Depósito a la gloria de la escuela de los alumnos–oficiales. Las dos vías de Lawrence, los dos planteamientos tan diferentes, se unen en la servidumbre voluntaria. Tercer aspecto de la vergüenza, que es sin duda el esencial, la vergüenza del cuerpo. Lawrence admira a los árabes porque desprecian el cuerpo, y, a lo largo de toda su historia, «se lanzan en oleadas sucesivas contra las orillas de la carne». Pero la vergüenza es algo más que el desprecio: Lawrence esgrime su diferencia con los árabes. Posee la vergüenza porque piensa que el espíritu, por muy diferenciado que sea, es inseparable del cuerpo, está irremediablemente cosido a él. (195 VII, 83: «La concepción del espíritu y de la materia antitéticos que fundamentaba el abandono del yo árabe no me ayudaba en absoluto. Yo alcanzaba el abandono por la senda exactamente contraria...»)
 Y el cuerpo en este sentido no es siquiera un medio o un vehículo del espíritu, sino más bien un «lodo molecular» que se adhiere a la acción espiritual. Cuando actuamos, el cuerpo se permite que lo olvidemos. Al contrario, cuando está reducido al estado de lodo, se tiene la curiosa sensación de que por fin consigue hacerse ver y alcanza su objetivo último. La matriz se inicia con esta vergüenza del cuerpo con sus señales de infamia. En dos famosos episodios, Lawrence va hasta el fin 193 VII, 83: «Esos muchachos disfrutaban con la subordinación, con lo que maltrataba el cuerpo, con el fin de dar mayor relieve a su libertad en la igualdad espiritual... Experimentaban un goce rebajándose, una libertad otorgando a su amo el uso total y en grado sumo de su carne y de su sangre, porque su espíritu era igual al de él, y porque el contrato era voluntario...» La servidumbre obligada es, por el contrario, una degradación del espíritu. del horror: su propio cuerpo torturado y violado por los soldados del Bey, los cuerpos de los turcos agonizantes que alzan ligeramente la mano para indicar que todavía están vivos. La ocurrencia de que el horror pese a todo tiene un fin procede de que el lodo molecular es el último estado del cuerpo, y que el espíritu lo contempla con una cierta atracción, porque halla en él la seguridad de un último nivel que no cabe superar.(198 IX, 103: «Yo buscaba mis placeres y aventuras hacia abajo. Me parecía que existía una certidumbre en la degradación, una seguridad definitiva. El hombre puede elevarse hasta cualquier altura, pero hay un nivel animal por debajo del cual no puede caer.») El espíritu se inclina sobre el cuerpo: la vergüenza no significaría nada sin esta inclinación, esta atracción hacia lo abyecto, este voyeurismo del espíritu. Lo que implica que el espíritu se avergüenza del cuerpo de una manera muy especial: de hecho, siente vergüenza por el cuerpo. Es como si dijera al cuerpo: me avergüenzas, deberías avergonzarte... «Una debilidad física que hacía que reptara a lo lejos y se ocultara mi yo animal, hasta que la vergüenza hubiera pasado». Tener vergüenza por el cuerpo implica una concepción del cuerpo muy particular. Según esta concepción, el cuerpo tiene unas reacciones exteriores autónomas. El cuerpo es un animal. Lo que el cuerpo hace, lo hace solo. Lawrence hace suya la sentencia de Spinoza: ¡nadie sabe de lo que es capaz un cuerpo! En plena sesión de tortura, una erección; incluso en el estado de lodo, el cuerpo está lleno de sobresaltos, como esos reflejos que sacuden aún a la rana muerta, o ese saludo de los moribundos, ese intento de levantar la mano que hace que se estremezcan al unísono los agonizantes turcos, como si hubieran ensayado el mismo ademán teatral, y que provoca la carcajada incontrolable de Lawrence. A mayor abundamiento, en su estado normal, el cuerpo actúa incesantemente y reacciona antes de que el espíritu se conmueva.

Recuérdese la teoría de las emociones de William James, tan a menudo sometida a absurdas refutaciones. James propone un orden paradójico: 1 — percibo un león, 2 — mi cuerpo tiembla, 3 — tengo miedo; 1 — la percepción de una situación, 2 — las modificaciones del cuerpo, reforzamiento o debilitamiento, 3 — la emoción de la conciencia o del espíritu. Tal vez se equivoque James confundiendo este orden con una causalidad, y creyendo que la emoción del espíritu no es más que la resultante o el efecto de modificaciones corporales. Pero el orden es correcto: estoy en una situación agotadora; mi cuerpo «repta y se oculta»; mi espíritu se avergüenza. El espíritu empieza por mirar fría y curiosamente lo que hace el cuerpo, es en primer lugar un testigo, después se conmueve, testigo apasionado, es decir experimenta por su cuenta unos afectos que no son meramente efectos del cuerpo, sino verdaderas entidades críticas que dominan el cuerpo desde arriba y lo juzgan.- Las entidades espirituales, las ideas abstractas, no son lo que se suele creer: son emociones, afectos. Son innombrables, y no consisten sólo en la vergüenza, pese a que ésta sea una de las principales. Hay casos en los que el cuerpo da vergüenza al espíritu, pero asimismo los hay en los que el cuerpo le hace reír, o bien le hechiza, como el de los 200 Vid. James, Predi de psychologie, Riviére, pág. 499. -201- Así pues, hay por lo menos tres «partes», como dice Lawrence, VI, 81: una que avanza con el cuerpo o la carne; otra «que planea por encima y a la derecha, y se inclina con curiosidad...»; y «una tercera parte, locuaz, que habla y se interroga, crítica con la tarea que el cuerpo se impone...».196 árabes jóvenes y hermosos («con sus caracolillos semejantes a largos y curvos cuernos pegados a las sienes que hacían que parecieran bailarines rusos»).Siempre es el espíritu el que se avergüenza, cede, u obtiene placer, o gloria, mientras el cuerpo «continúa obstinadamente atareado». Las entidades críticas afectivas no se anulan, pero pueden coexistir y se mezclan, componiendo el character del espíritu, constituyendo no un propio yo, sino un centro de gravedad que se desplaza de una a otra siguiendo los filamentos secretos de ese teatro de marionetas. Tal vez la gloria sea eso, ese querer oculto que hace que se comuniquen las entidades, y que las saca en el momento favorable. Las entidades se alzan y se agitan dentro del espíritu cuando éste contempla el cuerpo. Son los actos de la subjetividad. No son sólo los ojos del espíritu, sino sus Potencias, y sus Palabras. Lo que suena, lo que se oye en el estilo de Lawrence, es el choque de las entidades. Pero, porque no tienen más objeto que el cuerpo, suscitan en el límite del lenguaje la aparición de grandes Imágenes visuales y sonoras que horadan los cuerpos, inanimados o animados, para humillarlos y magnificarlos a la vez, como el inicio de Los siete pilares: «y, por la noche, estábamos mancillados por el rocío, devueltos a la vergüenza de nuestra pequeñez por el silencio innombrable de las estrellas». Es como si las entidades habitaran un desierto íntimo que se aplica al desierto exterior, y que proyecta en él imágenes fabulosas a través de los cuerpos, hombres, animales y piedras. Entidades e Imágenes, Abstracciones y Visiones se combinan para convertir a Lawrence en otro William Blake.

Lawrence no miente, e, incluso en el placer, le embargan todas las vergüenzas en relación con los árabes: vergüenza por disfrazarse, por compartir su miseria, por mandarles, por engañarlos... Tiene vergüenza de los árabes, por los árabes, frente a los árabes. Sin embargo la vergüenza Lawrence la lleva dentro de sí mismo, desde siempre, desde la cuna, como una componente profunda de Carácter. Y hete aquí que, respecto a esta vergüenza profunda, los árabes empiezan a representar el glorioso papel de una expiación, de una purificación voluntaria; el propio Lawrence les ayuda a transformar sus miserables empresas en una guerra de resistencia y de liberación, aunque ésta esté abocada al fracaso debido a la traición (el fracaso a su vez reitera el esplendor o la pureza). Los ingleses, los turcos, el mundo entero los desprecia; pero es como si esos árabes, insolentes y burlones, saltaran fuera de la vergüenza y captaran el reflejo de la Visión, de la Belleza. Aportan al mundo una libertad extraña, en la que la gloria y la vergüenza entran en un cuerpo a cuerpo casi espiritual. En este ámbito es donde Jean Genet y Lawrence comparten tantos rasgos comunes: la imposibilidad de confundirse con la causa árabe (palestina), la vergüenza de no poderlo hacer, y la vergüenza más profunda procedente de otra parte, consustancial al ser, y la revelación de una belleza insolente que pone de manifiesto, como dice Genet, hasta qué punto «el estallido fuera de la vergüenza resultaba fácil», por lo menos un instante...(Vid. Alain Milianti, «El hijo de la vergüenza: sobre el compromiso político de Genet», Revue d’études palestiniennes, n.° 42, 1992: en este texto, cada una de las palabras válidas para Genet estaría asimismo igual de acertada aplicada a Lawrence.)

lunes, agosto 20, 2007

ABECEDARIO 1ª PARTE

Gilles Deleuze:

Has elegido un abecedario, me has puesto al corriente de los temas, y resulta que no conozco las preguntas con exactitud, de modo que por mi cuenta he podido pensar un poco los temas... responder a una pregunta sin haberla pensado un poco... para mí es algo... inconcebible, vaya; en tal caso, lo que nos salva, lo que me salva, es la claúsula. La claúsula es ésta: todo esto no será utilizado –si resulta utilizable– no será utilizado hasta después de mi muerte. Así que, créeme, me siento ya reducido al estado de puro archivo de Pierre-André Boutang, de folio, lo que me anima mucho, me consuela mucho, y casi al estado de un puro espíritu: hablo, hablo de... después de mi muerte... y... ya se sabe que un puro espíritu, basta haberlos invocado para saber que un puro espíritu no es alguien que dé respuestas muy profundas ni muy inteligentes. Es algo escueto, pero me parece bien, me parece bien todo, empecemos: a, b, c, d... lo que quieras.

Claire Parnet:

Bien, entonces empezamos por «A». Y «A» es «animal». Y con «animal», podríamos recordar en lo que te concierne la frase de W. C. Fields: «Un hombre al que no le gustan ni a los niños ni los animales no puede ser completamente malo». Dejemos a un lado a los niños por ahora; se sabe que los animales familiares [familiers] no te gustan mucho –bueno, no se sabe, pero yo sé que no te gustan mucho– y al respecto ni siquiera recoges la distinción de Baudelaire o de Cocteau: para ti los gatos no son mejores que los perros, ¿no? En cambio, tienes un bestiario... a través de tu obra que resulta un tanto repugnante, es decir, que aparte de las fieras, que son animales nobles, hablas muchísimo de la garrapata, del piojo, de cierto número de animalitos igualmente repugnantes, y lo que me gustaría añadir es que, además, los animales te han servido mucho desde el Anti-Edipo –un concepto que se ha tornado capital en tu obra, como es el devenir animal. Así que me gustaría saber con mayor claridad: ¿cuál es tu relación con los animales?

Gilles Deleuze:

Los animales no son, sí... lo que has dicho... tiene una relación con los animales domésticos, no se trata del animal... doméstico, del animal domesticado, salvaje, no es eso lo que me preocupa. Son los gatos, lo perros... el problema es que son animales familiares y de familia [familiaux], y lo cierto es que los animales familiares o de familia, aunque se trate de animales domados, domesticados, no me gustan. En cambio, me gustan los animales domesticados no familiares, no de familia... me gustan porque soy sensible a algo que hay en ellos, y lo que sucedió en mi caso es lo que sucede en muchas familias. Yo no tenía ni gato ni perro y, mira por dónde... uno de nuestros hijos (de Fanny y mío) trae en sus manitas un gato que no era más grande que su manita; se lo había encontrado, estábamos en el campo, lo había encontrado en un pajar o no sé dónde, y... a partir de ese momento fatal siempre he tenido un gato en casa. Y lo que me desagrada de esos bichos, –bueno, no ha sido un calvario, puedo aguantarlo–, ¿qué es lo que me desagrada?... De primeras no me gustan los restregones: un gato se pasa el rato restregándose, restregándose contra ti, y eso no me gusta... un perro es distinto; lo que... lo que les reprocho ante todo a los perros es que ladren. El ladrido me parece de veras el grito más estúpido. Sabe Dios que hay gritos en la naturaleza, hay muchos tipos de gritos, pero el ladrido es sin duda la vergüenza del reino animal, vaya; en cambio, puedo aguantar, aguanto mejor (siempre que no sea por mucho tiempo)... el grito, no sé cómo se llama, el aullido a la luna, un perro que aúlla a la luna, lo soporto mejor que...

Claire Parnet:

El aullido a la muerte...

Gilles Deleuze:

... a la muerte, no sé, lo soporto mejor que el ladrido. Y además, desde que hace poco me enteré que los perros y los gatos defraudaban a la seguridad social, mi antipatía ha aumentado más aún. Lo que quiero decir es que... es muy... al mismo tiempo lo que digo es una soberana tontería, porque las personas que aman de veras a los gatos y los perros tienen desde luego una relación con los perros y los gatos que no es humana, tienen con los perros y los gatos –por ejemplo, los niños: comprobamos que los niños tienen con un gato una relación que no es una relación humana con el gato, que es una especie de relación tanto pueril como una especie de... lo importante es tener una relación animal con el animal, y ¿qué es tener una relación animal con el animal? Ésta no consiste en hablarle, y en todo caso lo que no soporto es la relación humana con el animal –sé lo que digo porque vivo en una calle que es una calle algo desierta, en la que... la gente saca a pasear a sus perros: lo que oigo desde mi ventana es verdaderamente espantoso, es espantoso el modo en que la gente habla a sus animales, mientras que hasta el psicoanálisis se da cuenta –el psicoanálisis está tan obsesionado con animales familiares o de familia, a los animales de la familia, que todo... que todo tema animal en un sueño, por ejemplo en los sueños, es interpretado por el psicoanálisis como una imagen de padre, de madre o de hijo, es decir, el animal como... miembro de la familia: eso me resulta odioso, no lo soporto. Hay que pensar en dos obras maestras de Douanier Rousseau: El gato en la carreta, que es en realidad el abuelo, el abuelo en estado puro, y luego El caballo de guerra, el caballo de la guerra, que es una verdadera bestia. La cuestión es: qué relación tiene usted con el animal, si tiene una relación humana con el animal... pero, por regla general, una vez más, la gente que ama a los animales no tiene una relación humana con el animal, tienen una relación animal con el animal, y eso es muy hermoso –incluso los cazadores, incluso... aunque no me gustan... no me gustan los cazadores, pero bueno, incluso los cazadores tienen una relación asombrosa con el animal, sí... bueno, creo que me preguntabas además... bien, los demás animales: es cierto que estoy fascinado por bichos como las arañas, las garrapatas, los piojos –todo eso es tan importante como los perros y los gatos... y también se trata de relaciones con los animales –alguien que tiene garrapatas, que tiene piojos: ¿qué significa eso? Se trata de relaciones con los animales muy activas –y bueno, ¿qué es lo que... me fascina en el animal? –porque, a decir verdad, mi odio hacia determinados animales es alimentado por mi fascinación por muchos animales– ¿qué es lo que...? Si trato de echar la cuenta, más o menos... explicarme lo que me conmueve de un animal... Lo primero que me conmueve, creo, es el hecho de que todo animal tiene un mundo; es curioso, porque hay un montón de gente, hay un montón de humanos que no tienen mundo. Viven la vida de todo el mundo... es decir, de cualquiera, de cualquier cosa; los animales tienen mundos. Un mundo animal, ¿qué es? A veces es extraordinariamente limitado, y eso es lo que me conmueve. Al fin y al cabo, los animales reaccionan ante muy pocas cosas, vaya, hay todo tipo de cosas que... oye, córtame si ves que...

Gilles Deleuze:

Sí, esta historia de.. el primer rasgo del animal es realmente la existencia de mundos animales específicos, particulares, y... tal vez sea a veces la pobreza de esos mundos, la reducción, el carácter reducido de esos mundos, lo que me impresiona mucho. Por ejemplo, hablábamos antes de animales como la garrapata. La garrapata responde o reacciona a tres cosas, tres excitantes y nada más, es decir, se encamina hacia la extremidad de una rama de árbol, atraída por la luz; puede esperar en la punta de la rama, en lo alto de esa rama –puede esperar años sin comer, sin nada; allí, completamente amorfa, espera que un rumiante, un herbívoro, un animal pase por debajo de su rama, y ella se deja caer –y ahí tenemos un especie de excitante olfativo: ella huele, la garrapata huele el... el animal que pasa por debajo de su rama, y éste constituye el segundo excitante: luz y luego olor, y luego, cuando ha caído sobre la espalda del pobre animal, se pone a buscar la región menos poblada de pelo –y ahí tenemos un excitante táctil– y se hunde bajo la piel; el resto... si podemos decirlo así, le tiene completamente sin cuidado, es decir, en una naturaleza bulliciosa, extrae, selecciona tres cosas.

Claire Parnet:

¿Y ése es tu sueño dorado?

Gilles Deleuze:

Eh...

Claire Parnet:

¿Eso es lo que te interesa de los animales?

Gilles Deleuze:

Eso es lo que hace un mundo, eso es lo que hace un mundo.

FIN A1
A2
Claire Parnet:

De ahí tu.. tu relación animal-escritura, es decir: ¿para ti el escritor es también alguien que tiene un mundo?

Gilles Deleuze:

Es más complicado... sí, no sé, porque... hay otros aspectos, no es suficiente tener un mundo para ser un animal, lo que... lo que a mí me fascina completamente son las cuestiones de territorio, y con Félix llegamos realmente a construir un concepto de... casi un concepto filosófico con el... con la idea de territorio, se trata de... los animales territoriales: hay animales sin territorio, bien, pero los animales territoriales son prodigiosos, porque constituir un territorio para mí constituye prácticamente el nacimiento del arte. Cuando vemos cómo un animal marca su territorio, todo el mundo sabe, todo el mundo invoca siempre al respecto las... historias de glándulas anales, de orinas, de... con las que marcan las fronteras de su territorio, pero se trata de mucho más, vaya. Lo que interviene en el marcado de un territorio son también una serie de posturas, por ejemplo: besarse, levantarse, una serie de colores –los driles, por ejemplo, los colores de las nalgas de los driles, que estos enseñan en la frontera del territorio... color, canto, postura, son las tres determinaciones del arte, es decir, el color, las líneas, las posturas animales son a veces verdaderas líneas. Color, línea, canto... eso es.

Claire Parnet:

Pero por hablar...

Gilles Deleuze:

Es el arte en estado puro. Y entonces, pienso, cuando salen de su territorio o cuando vuelven a su territorio, su comportamiento... El territorio es... el dominio del tener, y entonces es muy curioso que sea en el tener, es decir, mis propiedades, mis propiedades al estilo de Beckett... Beckett o al estilo de Michaux; vamos, el territorio son las propiedades del animal y salir del territorio, bien, es aventurarse –hay animales que reconocen a su cónyuge, le reconocen en el territorio, pero no le reconocen fuera del territorio...

Claire Parnet:

¿Cuáles?

Gilles Deleuze:

... todo esto son maravillas... ya no me acuerdo de qué pájaro... ya no me acuerdo... tienes que creerme. Y luego... ya con Félix –y aquí salgo del caso del animal, para plantear acto seguido un problema filosófico, porque en el abecedario se mezcla un poco de todo, pienso. A veces se reprocha a los filósofos la creación de palabras bárbaras, pero yo, pónte en mi lugar, por determinadas razones quiero reflexionar sobre esa noción de territorio, y pienso: el territorio no vale más que en relación con un movimiento mediante el cual se sale del mismo. Hay que reunir ambas cosas; necesito una palabra aparentemente bárbara, y entonces con Félix contruimos un concepto que me gusta mucho, y que es el de

Claire Parnet:

desterritorialización...

Gilles Deleuze:

... desterritorialización –y al respecto se nos dice: «Es una palabra difícil de pronunciar, y además, ¿qué quiere decir, a qué viene?». Éste es un caso muy notable en el que un concepto filosófico no puede ser designado sino por una palabra que todavía no existe, aunque luego descubramos que había un equivalente en otras lenguas. Por ejemplo, luego caí en la cuenta de que en Melville se repetía todo el tiempo la palabra «outlandish», y outlandish –en fin, lo pronuncio mal– significa exactamente el desterritorializado, palabra por palabra. Entonces pienso que para la filosofía –antes de volver a los animales– es muy sorprendente, pero a veces es preciso inventar una palabra algo bárbara para dar cuenta de una noción con pretensiones nuevas: no hay territorio sin un vector de salida del territorio, y no hay salida del territorio, desterritorialización, sin que al mismo tiempo se dé un esfuerzo para reterritorializarse en otro lugar, en otra cosa. Todo esto funciona en los animales, es lo que me fascina a grandes rasgos: todo el dominio de los signos o las señales; los animales emiten signos, no dejan de hacerlo –producen signos en el doble sentido de: reaccionan ante los signos (por ejemplo, una araña: todo lo que toca su tela, es decir, no reacciona ante cualquier cosa, reacciona ante signos); dejan signos, producen signos o señales, por ejemplo, las famosas señales: ¿esto es una señal de lobo? ¿Es un lobo, o es otra cosa? Yo siento una enorme admiración por las personas que saben reconocer señales, por ejemplo: los cazadores, los verdaderos cazadores, y no los cazadores de las sociedades de caza, sino los verdaderos cazadores que saben reconocer al animal que ha pasado por allí –en ese momento ellos son animal, tienen con el animal una relación animal. En eso consiste tener una relación animal con el animal. Es formidable.

Claire Parnet:

Entonces, ¿esa emisión de signos o señales, esa recepción de señales une al animal con la escritura y el escritor?

Gilles Deleuze:

Claro que sí. Si quieres, si me preguntaran: «¿qué es para usted un animal?», respondería: «Es estar al acecho, es un ser fundamentalmente al acecho».

Claire Parnet:

¿Cómo el escritor?

Gilles Deleuze:

Sí, el escritor está al acecho, el filósofo está al acecho, por supuesto que uno está al acecho. Para mí, el animal es... tú ves las orejas de un animal, pero no hace nada sin estar al acecho, el animal nunca está tranquilo: come, debe vigilar que no le ataquen por la espalda, por los lados, etc. Esa existencia al acecho es terrible. Y bueno, tú estableces ese contacto con el escritor –qué relación hay entre el animal y el escritor.

Claire Parnet:

En fin, tú la has establecido antes...

Gilles Deleuze:

Es cierto, en fin. Habría que decir prácticamente que, en última instancia, ¿qué escribe un escritor? Naturalmente, escribe para lectores –pero, ¿qué quiere decir «para»? Quiere decir «por». Un escritor escribe por sus lectores, y en ese sentido escribe para lectores, pero es preciso decir también que el escritor escribe para no lectores, es decir, no «por», sino «en lugar de». «Para» quiere decir dos cosas: «por» y además «en lugar de». Artaud ha escrito páginas que todo el mundo conoce: «escribo para los analfabetos, escribo para los idiotas». Faulkner escribe para los idiotas –lo que no quiere decir que los idiotas le lean, ni los analfabetos: quiere decir «en lugar de» los analfabetos, como si dijéramos que «escribo en lugar de los salvajes», «escribo en lugar de las bestias». ¿Qué quiere decir esto? ¿Por qué nos atrevemos a decir algo así?: «escribo en lugar de los analfabetos, de los idiotas, de las bestias». Bien, porque es lo que uno hace literalmente cuando escribe. Cuando uno escribe uno no lleva a cabo un pequeño asunto privado –a decir verdad, sólo los gilipollas, la abominación, la mediocridad literaria de todos los tiempos, pero en particular en la actualidad, ha hecho creer a la gente que, para hacer una novela, por ejemplo, no hay más que tener un pequeño asunto privado, un pequeño asunto propio (la abuela que murió de cáncer, o la propia historia de amor) y entonces ya se puede hacer una novela –pero es una vergüenza soltar semejantes palabras. Escribir no es el asunto privado de nadie, sino embarcarse en un asunto universal, tanto en la novela como en la filosofía. Entonces, ¿qué quiere decir esto...?

FIN A2
A3
Claire Parnet:

Entonces, es escribir «para», es decir, «por» y «en lugar de» –en cierto modo es lo que tú decías en Mil Mesetas acerca de Chandos y de Hoffmannsthal en aquella frase tan hermosa: «El escritor es un brujo porque vive el animal como la única población ante la cual es responsable».

Gilles Deleuze:

Es eso, se trata absolutamente de eso, y por una sencilla razón, creo que es muy sencilla –lo que acabas de leer de Hofmannsthal no pertenece en absoluto a las declaraciones literarias, es otra cosa. Escribir es forzosamente empujar el lenguaje, la sintaxis –porque el lenguaje es la sintaxis– hasta un determinado límite, que se puede expresar de varias maneras: es tanto el límite que separa el lenguaje del silencio, como el límite que separa el lenguaje de la música, así como el límite que separa el lenguaje de algo que sería, digámoslo así, el pío, el pío doloroso.

Claire Parnet:

¿Pero no el ladrido especialmente?

Gilles Deleuze:

... se ve en seguida –oh, el ladrido no, pero quién sabe: podría haber un escritor que lo consiguiera. Del pío doloroso todo el mundo dice: «Bueno, sí, Kafka». Kafka es la Metamorfosis, el gerente que exclama: «¿Han oído? Parece un animal». Pío doloroso de Gregorio, o El pueblo de los ratones: se escribe para el pueblo de los ratones.

Claire Parnet:

Josefina...

Gilles Deleuze:

...para el pueblo de las ratas que muere, en efecto, porque, a diferencia de cuanto se dice, no son los seres humanos los que saben morir o que mueren, sino que son los animales, mientras que los seres humanos, cuando mueren, mueren como animales –y con esto volvemos al gato y, con mucho respeto, tuve, de los muchos gatos que se han sucedido aquí, hubo un pequeño gato que murió muy pronto, es decir, he visto lo que muchas personas también han visto: cómo un animal busca un rincón para morir. Hay también un territorio para la muerte, hay una búsqueda del territorio de la muerte, del territorio en el que uno puede morir. Y ese gatito que trataba de hundirse en un rincón, en una esquina, como si para él fuera el lugar bueno para morir... sí, en ese sentido el escritor es ciertamente aquél que empuja el lenguaje hasta un límite que separa el lenguaje de la animalidad, del grito, del canto. En ese momento hay que decir: sí, el escritor es responsable ante los animales que mueren, es decir, responder de los animales que mueren –escribir, literalmente, no «para ellos» (una vez más no voy a escribir para mi gato, mi perro), sino escribir «en lugar de» los animales que mueren, etc., es llevar el lenguaje a ese límite, hasta el punto de que no hay literatura que no lleve el lenguaje y la sintaxis a ese límite que separa al ser humano del animal. Creo que hay que estar en ese límite preciso. Aun cuando uno hace filosofía, se trata de eso: uno está en el límite que separa el pensamiento del no pensamiento. Hay que estar siempre en el límite que te separa de la animalidad, pero, justamente, de tal manera que uno ya no quede separado. Hay una inhumanidad propia del cuerpo humano, y del espíritu humano. Hay relaciones animales con el animal. Bueno, no estaría mal si termináramos con la «A».

Claire Parnet:

Vale, entonces pasemos a la «B».

FIN A3
B
Claire Parnet:

Bueno, entonces pasemos a la «B». Y la «B» es algo particular, trata de la bebida. Y es que tú has bebido y luego dejaste de hacerlo, y me gustaría saber, cuando bebías, qué significaba beber. ¿Significaba placer, qué era?

Gilles Deleuze:

Sí, he bebido mucho, mucho, luego lo dejé. ¿Qué significaba? No resulta difícil. Creo que habría que preguntar a otras personas que han bebido mucho, preguntar a alcohólicos acerca de todo esto. Yo creo que beber es una cuestión de cantidad –y esa es la razón de que no tenga equivalente con la comida, por más tragones que haya. A mí comer siempre me ha dado asco, no es para mí, pero la bebida es una cuestión... Ya sé que uno no bebe cualquier cosa, que cada bebedor tiene su bebida favorita, pero la razón estriba en que en ese marco él discierne la cantidad. Se trata de una cuestión de cantidad –¿qué significa eso? Se suele hacer mucha burla de los drogadictos o de los alcohólicos porque no dejan de decir: «Entérate, yo controlo, paro de beber cuando quiero». Se suele hacer burla de ellos, porque no se comprende lo que quieren decir. Yo tengo recuerdos muy nítidos, veía eso perfectamente, y creo que todas las personas que beben lo comprenden: cuando uno bebe, a lo que quiere llegar es al último vaso. Beber es, literalmente, hacer todo lo posible para acceder al último vaso. Eso es lo que interesa.

Claire Parnet:

¿Y siempre es el límite?

Gilles Deleuze:

¿Es el límite? Es complicado. Te lo diré con otras palabras: un alcohólico es alguien que no deja de dejar de beber, esto es, que no deja de llegar al último vaso. ¿Qué quiere decir esto? En cierto modo, sabes, es como aquella fórmula tan hermosa de Péguy: «el último nenúfar no repite al primero».

Claire Parnet:

Claro, la primera vez...

Gilles Deleuze:

Es el último nenúfar el que repite a todos lo demás y al último. El primer vaso repite al último, el último es el que importa. Entonces, ¿que significa el último vaso para un alcohólico? Bueno, éste se levanta por la mañana (supongamos que es un alcohólico de mañana –los hay de todos los tipos) y no deja de estar pendiente del momento en que habrá de llegar al último vaso. No son ni el primero, ni el segundo, ni el tercero lo que le interesa, sino que –hay algo de avispado y astuto en un alcohólico, y el último vaso quiere decir lo siguiente: él evalúa, hay una evaluación, él evalúa lo que puede soportar sin desplomarse. Varía mucho en función de cada persona, así que él evalúa el último vaso y luego todos los demás. Ésta será su manera de seguir –esperando el último. ¿Y qué significa el último? Significa que ese día ya no aguanta más bebida. Es el último que le permitiría empezar de nuevo al día siguiente, porque si llega al último que, por el contrario, excede su poder, si supera el último que queda bajo su poder para llegar al último que excede su poder, se desploma. Llegado ese momento, está perdido. Ingresa en el hospital, o bien es preciso que cambie de hábito, es preciso que cambie de agenciamiento. Así que cuando dice: «el último vaso, no es el último, es el avant-dernière [penúltimo]». Va en busca del penúltimo. Dicho de otra manera, hay una palabra maravillosa para el avant-dernière, creo que es pénultième [penúltimo].

Claire Parnet:

Sí.

Gilles Deleuze:

No busca la última copa, busca la penúltima.

Claire Parnet:

No el último, porque el último faltaría a su componenda, mientras que la penúltima es la última antes de empezar de nuevo al día siguiente. Así, pues, para mí el alcohólico es aquél que no deja de decir: «Venga». Es lo que se escucha en los cafés. Son tan alegres las cuadrillas de alcohólicos; en los cafés uno no deja de escucharles, y está aquél que dice: «Venga». Se trata de la última, y la última varía según cada cual.

Claire Parnet:

Y es aquél...

Gilles Deleuze:

Y la última es la penúltima.

Claire Parnet:

Y es aquél que dice: «mañana lo dejo», y entonces si...

Gilles Deleuze:

¿«Mañana lo dejo»? No, no dice «mañana lo dejo». Dice: «Lo dejo por hoy para empezar de nuevo mañana».

Claire Parnet:

Y entonces si beber es dejar de beber sin descanso, ¿cómo deja uno de beber por completo –porque tú dejaste de beber por completo?

Gilles Deleuze:

Es muy peligroso, muy peligroso –la cosa va deprisa. Michaux lo ha dicho todo (a mi juicio los problemas de drogas y los problemas de alcohol no están tan separados). Michaux lo ha dicho todo al respecto: llega un momento en el que la cosa se vuelve muy peligrosa, porque aquí también hay una cresta. Cuando hablaba de la cresta entre el lenguaje y el silencio, o el lenguaje y la animalidad – hay una cresta, un desfiladero muy estrecho. Está muy bien beber, drogarse. Uno puede siempre hacer lo que quiera si ello no le impide trabajar, si es un excitante; además es normal ofrecer algo del propio cuerpo en sacrificio, todo un aspecto muy sacrificial. En las actitudes de beber, de drogarse, ¿por qué uno ofrece su cuerpo en sacrificio? Sin duda, porque hay algo demasiado fuerte, que uno no podría soportar sin el alcohol. El problema no es aguantar el alcohol, sino más bien que uno cree que necesita, que uno cree ver; lo que uno cree experimentar, cree pensar y que hace que uno experimente la necesidad, para poder soportarlo, para dominarlo, de una ayuda: alcohol, droga, etc.

Gilles Deleuze:

En efecto, la frontera es muy sencilla: beber, drogarse, se supone que prácticamente hace posible algo demasiado fuerte, aunque después haya que pagarlo, ya sabemos –pero que en todo caso estará ligado a lo siguiente: trabajar, trabajar. Por lo demás, es evidente que cuando todo se da la vuelta y beber impide trabajar, cuando la droga se convierte en una manera de no trabajar, estamos ante el peligro absoluto. Aquello ya no tiene ningún interés, y al mismo tiempo uno se da cuenta cada vez más de que, mientras que uno consideraba necesarios el alcohol o la droga, estos no lo son en absoluto, es decir, tal vez haya que pasar por ahí para darse cuenta de que todo lo que uno creía que podía hacer gracias a la droga o el alcohol, lo podía hacer sin ellos. Siento mucha admiración por la manera en que Michaux dice: «ahora, se ha convertido en... todo esto...». Y lo deja. Lo mío tiene menos mérito, porque yo dejé de beber por motivos de respiración, de salud, etc. Pero es evidente que hay que dejarlo o prescindir de ello. La única justificación mínima posible es que ayude a trabajar, aunque después haya que pagarlo físicamente, pero cuanto más tiempo continúa uno bebiendo, más piensa que no ayuda a trabajar, así que...

Claire Parnet:

Pero, por una parte, como Michaux, uno tiene que haberse drogado mucho, haber bebido mucho para poder prescindir de ello en un estado...

Gilles Deleuze:


Claire Parnet:

...semejante. Y por otra parte, tú dices: cuando uno bebe, ello no ha de impedirte trabajar, pero ello se debe a que uno ha vislumbrado algo que la bebida ayudaba a soportar.

Gilles Deleuze:

Pues sí.

Claire Parnet:

Y ese algo algo es la vida, y entonces ahí se plantea, evidentemente, la cuestión que tanto te gusta acerca de los escritores.

Gilles Deleuze:

Sí, es la vida.

Claire Parnet:

¿Es la vida?

Gilles Deleuze:

Hay algo demasiado fuerte en la vida, no es en absoluto algo necesariamente aterrador, es algo demasiado fuerte, algo demasiado potente en la vida. Entonces, uno cree de manera algo estúpida que bebiendo puede ponerse al nivel de aquello más potente. Si examinas todo el linaje de los estadounidenses, de los grandes estadounidenses...

Claire Parnet:

De Fitzgerald a...

Gilles Deleuze:

De Fitzgerald a uno de los que más admiro, Thomas Wolfe. Se trata de toda una serie de alcohólicos, lo que al mismo tiempo les permite y sin duda les ayuda a percibir algo demasiado grande para ellos.

Claire Parnet:

Sí, pero, ello se debe también a que advirtieron algo de la potencia de la vida que no todo el mundo puede advertir, a que ellos sintieron algo de la potencia de la vida...

Gilles Deleuze:

Eso es. Evidentemente, no será el alcohol el que te lo hará sentir...

Claire Parnet:

...que había una potencia de la vida demasiado fuerte para ellos, pero que sólo ellos pueden advertir.

Gilles Deleuze:

Completamente de acuerdo, completamente de acuerdo.

Claire Parnet:

¿Y con Lowry sucede otro tanto?

Gilles Deleuze:

Completamente de acuerdo, claro, hicieron su obra y, en fin, ¿qué fue el alcohol para ellos? Bueno, se la jugaron pensando, con razón o sin ella, que aquello les ayudaba. En mi caso, tengo la impresión de que ello me ayudaba a hacer conceptos –es curioso–, a hacer conceptos filosóficos. Luego me di cuenta de que ya no me ayudaba o me ponía en peligro, o de que ya no tenía ganas de trabajar si había bebido. En ese momento hay que renunciar, vaya. Es así de sencillo.

Claire Parnet:

Y esa es más bien una tradición estadounidense, porque no se conocen muchos escritores franceses que confiesen su inclinación por el alcohol, y además cuesta mucho –hay algo que forma parte de la escritura...

Gilles Deleuze:

Debe haberlo, sí...

Claire Parnet:

... en Estados Unidos... y el alcohol

Gilles Deleuze:

Sí, pero los escritores franceses no tienen la misma visión de la escritura. No sé si los escritores estadounidenses me han marcado tanto –es una cuestión de visión, se trata de visiones. Aquí se considera que la filosofía, la escritura, en cierto modo es una cuestión... –la verdad, siendo modesto: ver algo que los demás no ven. No es ésta, en absoluto, la concepción francesa de la literatura –eso sí, ten en cuenta que ha habido muchos alcohólicos también en Francia.

Claire Parnet:

Pero en Francia los alcohólicos dejan más bien de escribir, tienen muchas dificultades, en fin, las que ya sabemos. Pero tampoco se conocen muchos filósofos que hayan confesado su inclinación a la bebida.

Gilles Deleuze:

Ah, Verlaine, que vivía en la rue Nollet, justo al lado de aquí.

Claire Parnet:

Sí, bueno, si exceptuamos a Rimbaud y a Verlaine

Gilles Deleuze:

A uno se le encoge el corazón, porque cuando emboco la rue Nollet, me digo: bueno, sin duda éste era el recorrido de Verlaine para ir al café a beber su absenta; parece que vivía en un apartamento lastimoso, y ello mientras...

Claire Parnet:

Los poetas, sí, se tiene mayor constancia de la relación entre los poetas y el alcohol.

Gilles Deleuze:

Uno de los más grandes poetas franceses, allí, vagabundeando por la rue Nollet, es una maravilla...

Claire Parnet:

Al bar de los amigos...

Gilles Deleuze:

Sí, sin duda...

Claire Parnet:

En fin, se sabe que entre los poetas ha habido más etílicos. Bueno, hemos terminado con el alcohol.

Gilles Deleuze:

«B». Sí. Hemos terminado con la «B». ¿Vamos muy rápido, no?

Claire Parnet:

Pasamos entonces a la «C». La «C» es larga.

FIN B
C1
Claire Parnet:

Bueno, entonces hemos terminado con el alcohol.

Gilles Deleuze:

«B». Sí. Hemos terminado con la «B». ¿Vamos muy rápido, no?

Claire Parnet:

Pasamos entonces a la «C». La «C» es larga.

Gilles Deleuze:

¿Qué es?

Claire Parnet:

«C», como «Cultura».

Gilles Deleuze:

¡Bueno! ¿Por qué no?

Claire Parnet:

Vamos allá entonces. Tú eres de los que no se considera culto, es decir, dices que sólo lees, sóloves películas, o sólo consideras las cosas para un saber preciso: el que necesitas para un trabajo definido, preciso, que es el que estás haciendo en un momento determinado; pero al mismo tiempo eres una persona que todos los sábados va a una exposición, va a ver una película del ámbito cultural selecto, y uno tiene la impresión de que hay una práctica, una especie de esfuerzo encaminado a la cultura, que sistematizas y tienes una práctica cultural, es decir, que sales, haces un esfuerzo, tiendes a cultivarte y, sin embargo, lo repito, dices que no eres nada culto. Así que, ¿cómo explicas ese pequeña paradoja? ¿No eres culto?

Gilles Deleuze:

No, lo que quiero decir cuando digo, en efecto, cuando te digo que no me considero en absoluto como un intelectual, no me considero alguien culto, por una sencilla razón, y es que cuando veo a alguien culto, me quedo pasmado. No se trata tanto de admiración –algunos aspectos me suscitan admiración, otros no lo hacen en absoluto–, sino que me quedo pasmado. Alguien culto no deja de llamar la atención: se trata de una saber pasmoso acerca de todo. Alguien culto –uno lo ve mucho en los intelectuales– lo sabe todo, no sé, están al corriente de todo: se saben la historia de la Italia del Renacimiento, se saben la geografía del polo Norte, se saben... en fin, habría que hacer toda la lista. Lo saben todo, pueden hablar de todo: es abominable. Cuando digo que no soy ni culto ni un intelectual, quiero decir algo muy sencillo: no tengo ningún saber de reserva, ninguno. Así no tendré ningún problema: cuando me muera no habrá que buscar cosas mías sin publicar, nada, porque no tengo ninguna reserva, no tengo nada; ningún depósito, ningún saber provisional, y todo lo que aprendo lo aprendo para una tarea determinada, de tal forma que, una vez finalizada la tarea, lo olvido, hasta tal punto que, diez años después, me veo obligado –esto me produce una gran alegría, cuando me veo obligado a ponerme a trabajar de nuevo sobre un tema anexo o sobre el mismo tema– debo empezar otra vez desde cero, con la excepción de unos pocos casos, porque a Spinoza le llevo en el corazón, no se me olvida: es mi corazón, no mi cabeza. Ahora, salvo este caso –por esa razón no siento admiración por ello, por esa cultura pasmosa: gente que habla...

Claire Parnet:

¿Se trata de erudición o de tener una opinión sobre todos los temas?

Gilles Deleuze:

No, no se trata de erudición: ellos saben de lo que hablan. De primeras han viajado, en la historia, en la geografía: saben y pueden hablar de todo. En la tele he podido escuchar nombres –es algo pasmoso–: ¡cuánta admiración siento –puedo decirlo incluso– por gente como Eco! Umberto Eco es prodigioso: cualquier cosa que se le pregunte, y ¡ya está! Es como si se pulsara un aparato. Y además lo sabe, no es que... No puedo decir que sea algo que me apetezca –me deja pasmado, pero no lo deseo en absoluto. En cierto modo pienso que la cultura consiste en buena medida en hablar –no puedo evitarlo, sobre todo ahora que ya no doy cursos, que me he jubilado–, pienso cada vez más que hablar es algo sucio. La escritura es limpia. Escribir es limpio y hablar es sucio. Y es sucio porque es un coqueteo. Nunca he soportado los debates. Asistí a debates cuando era muy joven. No hago viajes. ¿Por qué no viajo? Porque los intelectuales...–yo no tendría inconveniente en viajar si... bueno, no, mi salud me lo prohíbe–, los viajes de los intelectuales son bufonadas, vaya. Llegan, no viajan; se desplazan para hablar. Salen de un lugar en el que hablan para ir a otro lugar en el que van a hablar, y luego incluso durante el almuerzo hablan con los intelectuales del lugar –no paran de hablar. Yo no soporto hablar, hablar, hablar –no lo soporto. A mi modo de ver, la cultura está al fin y al cabo muy unida a la palabra. En este sentido, yo odio la cultura, no puedo soportarla.

Claire Parnet:

Pero sobre esto volveremos, sobre la separación entre una escritura limpia y la palabra sucia, porque, a pesar de todo, tu has sido un gran profesor, y la solución...

Gilles Deleuze:

Es diferente, eso es diferente

Claire Parnet:

Pero volveremos sobre ello, porque hay una letra «P» que está ligada a tu trabajo de profesor, y con ello tendremos oportunidad de hablar de nuevo de la seducción.

Claire Parnet:

En tal caso, me gustaría volver no sin embargo a aquello que has eludido un poco, y que es ese esfuerzo, esa disciplina que tú te impones –aunque en realidad no lo necesites–, de ver, no sé, pongamos que en los últimos quince días, la exposición de Polke en el Musée d’Art Moderne. Tú vas sin embargo con bastante frecuencia, por no decir cada semana, a ver una gran película o una exposición de pintura, pero no eres un erudito, no eres culto, no sientes ninguna admiración por la gente culta, como acabas de decir. ¿A qué corresponde esa práctica, ese esfuerzo? ¿Se trata de un placer?

Gilles Deleuze:

Pienso que no –bueno, sí, claro, se trata de un placer. En fin, no siempre es un placer, pero entonces pienso en la cosa de estar al acecho. En cierto modo, yo no creo en la cultura, pero sí creo en los encuentros, y los encuentros no se hacen con gente. La gente siempre cree que los encuentros se hacen con gente, y eso es terrible. Esto forma parte de la cultura: los intelectuales se encuentran entre ellos, esa marranada de los debates, toda esa, en fin –infamia. Pero los encuentros no se hacen con la gente, se hacen con cosas, vaya, se hacen con obras. Yo me encuentro con un cuadro, sí, me encuentro con un aire musical, me encuentro con una música. Sí, comprendo lo que quiere decir un encuentro; cuando la gente quiere añadir además un encuentro consigo misma, con la gente, la cosa ya no funciona en absoluto. Eso no es un encuentro; esa es la razón de que los encuentros resultan tan, tan decepcionantes. Los encuentros con la gente siempre son catastróficos, pero yo, como dices, cuando voy el sábado o el domingo al cine, no estoy seguro de tener un encuentro, pero salgo un poco, estoy al acecho: ¿no hay nada que encontrar– un cuadro, una película? Entonces es formidable. Pongo un ejemplo porque, para mí, tan pronto como uno hace algo, se trata de dejarlo; se trata al mismo tiempo de quedarse ahí y de dejarlo –y en tal caso, quedarse en la filosofía es también cómo salir de filosofía, pero salir de la filosofía no quiere decir hacer otra cosa: y por ello hay que salir quedándose dentro, y no hacer otra cosa. No es hacer una novela: en primer lugar, yo sería incapaz, y aunque lo fuera, creo que ello no me diría absolutamente nada. Yo quiero salir de la filosofía por la filosofía.


C1
Gilles Deleuze:

En cierto modo, yo no creo en la cultura, pero sí creo en los encuentros, y los encuentros no se hacen con gente. La gente siempre cree que los encuentros se hacen con gente, y eso es terrible. Esto forma parte de la cultura: los intelectuales se encuentran entre ellos, esa marranada de los debates, toda esa, en fin –infamia. Pero los encuentros no se hacen con la gente, se hacen con cosas, vaya, se hacen con obra. Yo me encuentro con un cuadro, sí, me encuentro con un aire musical, me encuentro con una música. Sí, comprendo lo que quiere decir un encuentro; cuando la gente quiere añadir además un encuentro consigo misma, con la gente, aquello ya no funciona en absoluto. Eso no es un encuentro;esa es la razón de que los encuentros resultan tan, tan decepcionantes. Los encuentros con la gente siempre son catastróficos, pero yo, como dices, cuando voy el sábado o el domingo al cine, no estoy seguro de tener un encuentro, pero salgo un poco, estoy al acecho: ¿no hay nada que encontrar– un cuadro, una película? Entonces es formidable. Pongo un ejemplo porque, para mí, tan pronto como uno hace algo, se trata de dejarlo; se trata al mismo tiempo de quedarse ahí y de dejarlo –y en tal caso, quedarse en la filosofía es también cómo salir de filosofía, pero salir de la filosofía no quiere decir hacer otra cosa: y por ello hay que salir quedándose dentro, y no hacer otra cosa. No es hacer una novela: en primer lugar, yo sería incapaz, y aunque lo fuera, creo que ello no me diría absolutamente nada. Yo quiero salir de la filosofía por la filosofía: eso es lo que me interesa, eso.

Claire Parnet:

¿O sea?

Gilles Deleuze:

Bien, pongo el ejemplo –como todo esto es para después de mi muerte, puedo actuar sin modestia. Acabo de hacer un libro sobre un gran filósofo que se llama Leibniz, insistiendo sobre un noción que me parece importante en él, pero que es muy importante para mí, que es el pliegue, la noción de pliegue. En fin, creo haber hecho un libro de filosofía sobre esa noción un poco rara de pliegue. ¿Qué es lo que me ocurre con esto? Recibo cartas, como siempre, pero cartas –bueno, hay cartas insignificantes, aunque son encantadoras y calurosas y me conmueven mucho. Hay cartas que me dicen: «Está muy bien, muy bien lo que usted ha hecho»: se trata de cartas de intelectuales a los que les ha gustado o no les ha gustado el libro; y luego recibo dos cartas o literalmente dos tipos de cartas ante las cuales, me froto los ojos. Hay cartas de gente que me dice: «Su historia del pliegue trata de nosotros, de nosotros». Y me entero de que son gente que pertenece a una asociación que agrupa a 400 personas en Francia en la actualidad, y que tal vez vaya en aumento, la Asociación de Papiroflexia. Tienen una revista, me la envían y me dicen: «Pero estamos completamente de acuerdo; lo que usted hace también lo hacemos nosotros». En fin, me digo: «Esto es lo que he ganado». En esto, recibo otro tipo de carta, y hablan exactamente de la misma manera, pues dicen: «El pliegue trata de nosotros» –pero es tan maravillosa. En primer lugar, ello me lleva a pensar en Platón, porque en Platón –los filósofos son, para mí, gente nada abstracta, son grandes escritores y grandes autores muy concretos. En Platón hay una historia que me causa regocijo, y que sin duda está ligada al comienzo de la filosofía –pero sobre esto tal vez volvamos más tarde. El tema de Platón es: él da una definición, por ejemplo: «¿qué es el político?». El político es el pastor de hombres, y en esto hay un montón de gente que llega y dice: «Bueno, saben, el político somos nosotros». Por ejemplo, llega el pastor y dice: «Bueno, yo visto a los hombres; yo soy el pastor de los hombres». Llega el carnicero y dice: «Yo alimento a los hombres; yo soy el pastor de los hombres». Llegan los rivales, ¿no? –resulta que en cierto modo yo he tenido esa experiencia: los aficionados a la papiroflexia llegan y dicen: «El pliegue, somos nosotros». Los otros que he citado, que me envían exactamente el mismo tipo de cartas, es estupendo, son los surfistas, que dicen: «Pero... estamos completamente de acuerdo, porque, ¿qué es lo que hacemos? No dejamos de introducirnos en los pliegues de la naturaleza. Para nosotros, la naturaleza es un conjunto de pliegues móviles; entonces nos introducimos en el pliegue de la ola. Habitar el pliegue de la ola: esa es nuestra labor». Habitar el pliegue de la ola y, en efecto, ellos hablan admirablemente al respecto. Son gente completamente –piensan, no se contentan con hacer surf. Tal vez podamos hablar de ello otra vez si un día llegamos a los deportes [sports], a la «S».

Claire Parnet:

Queda lejos.

Gilles Deleuze:

Volveremos a hablar de ello, pero...

Claire Parnet:

Pero habíamos empezado hablando de encuentros. Así, pues, ¿los aficionados a la papiroflexia constituyen un encuentro?

Gilles Deleuze:

Bueno, se trata de encuentros. Cuando digo «salir de la filosofía» por la filosofía –es algo que, creo, me ha sucedido siempre–, se trata de encuentros. He tenido un encuentro con los aficionados a la papiroflexia, no tengo necesidad de verles –por otra parte, sin duda sufriríamos una decepción. Yo quedaría decepcionado, y ellos quedarían aún más decepcionados, no tengo necesidad de verles. He tenido un encuentro con el surf, con los aficionados a la papiroflexia. Literalmente, he salido de la filosofía por la filosofía: eso es un encuentro. Cuando voy a ver una exposición, ¿qué hago? Estoy al acecho, en busca de un cuadro que me conmueva, que me emocione. Cuando voy al cine –no voy al teatro, porque el teatro es demasiado largo, demasiado disciplinado, y además me parece un arte tan... salvo en algunos casos, salvo Bob Wilson y Carmelo Bene. No tengo la impresión de que el teatro acompañe mucho a nuestra época, pero, salvo esos casos extremos... El hecho es que ya no puedo permanecer sentado cuatro horas en un mal asiento, por motivos de salud, de modo que eso elimina el teatro para mí. Pero, sí, en una exposición de pintura o en el cine, siempre tengo la impresión de que puedo encontrarme con una idea.

Claire Parnet:

Sí, pero hay alguna, en fin, ¿no existe la película de entretenimiento?

Gilles Deleuze:

Eso no es cultura.

Claire Parnet:

No es cultura, pero no hay entretenimiento, es decir...

Gilles Deleuze:

Mi entretenimiento es...

Claire Parnet:

Todo está inscrito en un trabajo.

Gilles Deleuze:

Es la...

Claire Parnet:

¿El futuro?

Gilles Deleuze:

No, no es un trabajo, quiero decir que son acechanzas. Estoy al acecho de algo que pasa diciéndome: «Vaya, ¿me está turbando esto?». Me divierte mucho, es muy divertido, sí.

Claire Parnet:

Pero, ¿no es Eddie Murphy lo que te turba?

Gilles Deleuze:

¿No es...?

Claire Parnet:

Eddie Murphy es un...

Gilles Deleuze:

¿Quién es ese?

Claire Parnet:

Es un actor de comedia estadounidense, cuyas últimas películas son verdaderos éxitos de público. Tú no vas a verlas nunca...

Gilles Deleuze:

No le conozco.

Claire Parnet:

No, tú sólo ves a Benny Hill en televisión.

Gilles Deleuze:

Sí, bueno, Benny Hill me interesa, sí, me interesa. No eligo cosas necesariamente muy buenas; tiene razones para interesarme.

Claire Parnet:

Pero, ¿cuando tú sales es para un encuentro?

Gilles Deleuze:

Cuando salgo, bueno, si no hay ninguna idea que sacar, si no pienso: «¡Ah, bueno! Había una idea». ¿Qué son los grandes cineastas –pues esto también vale para los cineastas? Lo que me impresiona en la belleza, por ejemplo –digamos en un grande como Minnelli o Losey– ¿Qué es lo que me impresiona en ellos, a no ser que están perseguidos por ideas, por una idea?

Claire Parnet:

Y ahora estás quemando mi «I»...

Gilles Deleuze:

...idea...

Claire Parnet:

Estás quemándome mi «I», deténte inmediatamente.

Gilles Deleuze:

Detengámonos ahí, pero me parece que un encuentro consiste en eso. Uno tiene encuentros con las cosas antes que con la gente, son encuentros...

Claire Parnet:

¿Y en este momento tienes muchos encuentros? Por hablar de un periodo cultural preciso como el del momento.

Gilles Deleuze:

Bueno, sí, acabo de decirlo: los aficionados a la papiroflexia y los surfistas. ¿Quieres algo más hermoso? Pero no son encuentros con los intelectuales, sabes, yo no tengo encuentros con intelectuales...

Claire Parnet:

¿Pero te ves?

Gilles Deleuze:

... o si tengo un encuentro con un intelectual es por otras razones: si me gusta y tengo un encuentro con él, se debe a lo que hace, a su trabajo actual, a su encanto, todo eso. Uno tiene encuentros con esos elementos, con el encanto de la gente, con el trabajo de la gente, pero no con la gente, a quién diablos le importa la gente, nada en absoluto.

Claire Parnet:

¿Y además pueden frotarse como los gatos?

Gilles Deleuze:

Sí, bueno, si no tienen otra cosa, si no tienen más que el frotamiento y el ladrido, es terrible.